La supervivencia de los “personajes”

«No vivas para que tu presencia se note, sino para que tu ausencia se sienta». Bob Marley.

En bastantes escenarios, más o menos representativos, dentro de la vida social, económica, cultural, deportiva e incluso política y en algunos de rabiosa actualidad, tenemos la ocasión de ser partícipes de la coexistencia con individuos que por muy diversos motivos obtienen el reconocimiento de sus semejantes y acólitos, y que les catalogamos, definimos e identificamos como ‘personajes’.

Según el diccionario de la RAE, personaje es “una persona de distinción, de representación en la vida pública, que destaca por su forma peculiar de ser y actuar”.

Igualmente, si nos centramos en la cultura teatral o cinematográfica, e incluso en una obra literaria, se define personaje a cada uno de los seres reales o imaginarios que figuran en ellas.

Por tanto, cuando se escribe o se habla de ellos, si se hace en sentido literal, no admite interpretaciones posibles. No así cuando lo hacemos en sentido figurado, entonces lo podemos utilizar por medio de metáforas y connotaciones. Y ahí es donde, el personaje vive sus mejores momentos, porque estas le amparan de sus carencias en capacidades y habilidades. A diferencia del símil, la metáfora compara dos ideas diferentes sin el uso de “como”; con el propósito de establecer una conexión más profunda con el tema a tratar.

Si entramos en nuestra realidad, veremos al personaje en sentido literal, reconocido por la sociedad como seguido y admirado en cualquier ámbito y lugar; y en muchas ocasiones envidiado, no dejando lugar a dudas. Si por el contrario lo encorsetamos en el aspecto figurado, bajo la evidencia de la modernidad y de lo artificial, se representa como todos los tópicos, con innumerables errores, simplificaciones e incluso debilidades. Este cambio de representación hacia un nuevo estatus del lenguaje, le posibilita a presentar nuevas maneras de argumentar y justificar formas y maneras muy alejadas del personaje de distinción.

Y ahí es donde la metáfora no aparece como la forma que permite sugerir cierto orden en las cosas, sino como potencia inventiva del discurso para poder hacer entender una realidad que muchas veces directa o indirectamente se pretender designar. Y que en esa realidad el personaje a través de un lenguaje connotativo, con un sin número de sensaciones y sentimientos, pretende que su mensaje sea asimilado por el receptor según la manera en la que sus propias experiencias de vida le permitan percibirlo. En resumen, le gusta escucharse en su discurso y que el escuchante asiente de forma inequívoca.

El lenguaje figurado utilizado por el personaje en cuestión suele ser evitado, por ejemplo, en congresos, conferencias, discursos e incluso mítines de todo tipo, puesto que suele eludir contextos en los que la información trata de transmitirse de manera objetiva y precisa, y al no servirse de utilizar un lenguaje preciso y riguroso da lugar, en muchas ocasiones, a diferentes interpretaciones y no menos equívocos, y en muchas ocasiones con palpable osadía.

No se dan por aludidos, ya que su fin no es el reconocimiento de los demás “per se”; si no el conseguir su beneplácito, aprovechándose en muchas ocasiones de la falta de compromiso exigido a este tipo de personajes.

Nuestra sociedad, plasmada regularmente, a través de innumerables medios y plataformas de comunicación, presenta a unos, los personajes de forma literal, que desgraciadamente son los menos; y a otros, los de forma figurada, que lógicamente son la mayoría, que persiguen, laboral y/o políticamente hablando, una clara forma de supervivencia.

 

Mario Sastre de la Calle

 

  1. Algunas veces escribir ensayos es fruto de la experiencia vivida, por lo que cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.

 

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