Este domingo hemos visto cómo los franceses acudían a las urnas en sus elecciones Legislativas, que no Presidenciales, en un contexto de conformación de un importante y necesario cordón sanitario ante el avance de la ultraderecha. Un cordón que ha funcionado, gracias a la generosidad y sentido común de los partidos y candidatos que llegaron al acuerdo de unir fuerzas y retirar las candidaturas con menos opciones de victoria en aquellas circunscripciones donde aglutinando el voto sería más factible arrebatar la victoria a los extremistas amigos de Le Pen.
Sin duda, al menos para mí, una extraordinaria noticia por varios motivos, dos quizá más reseñables: la ultraderecha no sólo no ha vencido, sino que ha quedado como tercera fuerza; y ha quedado demostrado que es posible hacer frente al peligroso populismo de ultraderecha si los partidos ofrecen a los votantes fórmulas alternativas. Y este domingo, en esta Francia, la fórmula alternativa no podía ser otra que ese cordón sanitario.
Ahora el “papelón” en Francia es otro: cómo gestionar la nueva configuración de la Asamblea, con la vista en las próximas elecciones Presidenciales y sin obviar que, pese a no haber ganado, la ultraderecha, tristemente, está fuerte. Pero eso es harina de otro costal.
He de reconocer que en la noche del domingo Francia me dio envidia, mucha envidia. Desde luego no por el respaldo en las urnas a la ultraderecha y sus peligrosos mensajes y políticas, sino por la reacción política y social derivada del triunfo de Le Pen en las pasadas elecciones al Parlamento Europeo.
Y soñé entonces qué distintas serían las cosas en nuestra España si ante la irrupción del partido verde de extrema derecha, se hubiera puesto en marcha el cordón sanitario que tanto ansiábamos y defendíamos y seguimos defendiendo algunos. Pero entonces el PP no tuvo los arrestos de poner pie en pared para frenar a esa ultraderecha que, en buena parte, había crecido al calor del seno de un Partido Popular que ha cobijado bajo sus alas, ya desde sus tiempos fundacionales como AP de la mano de un exministro franquista, a toda esa caterva ultramontana.
Y seguía soñando cuando apareció don Alberto y su reflexión sobre lo ocurrido en Francia: “Francia es uno de los principales motores democráticos de la Unión. Europa siempre se ha construido desde la moderación. El centro político debe unirse para evitar que los extremistas dirijan su futuro”.
Y entonces dejé de soñar porque me despertó de mis ilusiones esta bofetada en forma de suma hipocresía. ¡Pero don Alberto, por Dios, que gracias a usted y a su partido, los extremistas dirigen, de facto, por ejemplo, la Junta de Castilla y León, la Generalitat Valenciana, decenas de Ayuntamientos…
No me sea usted hipócrita, don Alberto. Que usted lleva a sus espaldas ese pecado, en unos casos por acción y en otros por omisión, y todos sufrimos las consecuencias de esa falta de arrestos políticos y los extremistas campan a sus anchas en instituciones y gobiernos.
Usted, y casi todo el PP (porque hay honrosas excepciones), han cedido en todos y cada de los pulsos que les ha echado el partido verde de ultraderecha: se ha olvidado de la moderación y se ha echado en brazos de los extremismos.
Ahora toca esperar el desenlace del último pulso de la extrema derecha al partido de don Alberto amenazando con romper gobiernos y apoyos si el PP acuerda acoger a menores inmigrantes en las Comunidades donde gobiernan. Es el racismo más asqueroso marca de la casa del partido de extrema derecha.
A ver si don Alberto hace lo que dice y toma las medidas necesarias para que los extremistas no dirijan el futuro de esos menores inmigrantes, ni el futuro de nadie. Porque un futuro dirigido por la ultraderecha no es futuro.
¿Podré aplaudir en mi próximo #YoYMisCosas la valentía de don Alberto o tendré que seguir lamentando su hipocresía?
Rubén García de Andrés