Entre los numerosos videos difundidos tras la tragedia de la Dana en Valencia, uno me llamó especialmente la atención. En él, se ve a dos policías locales increpando a una pareja que circulaba en un tractor. Uno de los agentes, elevando la voz, advirtió al conductor que debía retroceder, insistiendo en que no era necesario. La mujer, impotente, solo atinó a responder: “Vamos a ayudar”.
Si algo tienen en común todas las catástrofes es que remueven profundamente el corazón, impulsando a muchas personas a arrimar el hombro. Se trata de gentes desinteresadas que se mueven con el único afán de echar una mano para remediar las consecuencias de las tragedias, o directamente para combatirlas, como suele suceder en los incendios forestales. En estos casos no es raro ver a ciudadanos de a pie con mangueras de jardín, cubos o palas, atacar las llamaradas poniendo en grave riesgo sus vidas.
El voluntariado es una fuerza poderosísima que surge espontáneamente ante cualquier catástrofe, pero, igual que la energía atómica, puede ser una bendición o una amenaza. No hay que rechazarla sin más, y mucho menos con malos modos. Ni siquiera se puede despachar con un amable agradecimiento y la indicación de que no hace falta.
Sumar a la destrucción, la desesperación y el dolor por la pérdida de vidas y futuro, la frustración del rechazo a quienes ofrecen ayuda, es no comprender la magnitud real de una tragedia. Además del daño material, existe una profunda herida emocional que requiere atención. Los voluntarios siempre son necesarios, aunque no estén en primera línea. Su papel, incluso en sencillas tareas de apoyo, es fundamental para la sanación colectiva.
Es fundamental canalizar y coordinar adecuadamente la inquietud ciudadana para evitar entorpecer las labores de rescate y salvamento, así como garantizar la seguridad de todos los involucrados. Las acciones de voluntariado deben planificarse de manera responsable y esto requiere que los planes de emergencia incluyan protocolos específicos y relevantes a este aspecto, destinando los recursos materiales y personales necesarios para evaluar las necesidades de la población afectada y asegurando que el apoyo brindado sea eficaz y oportuno.
El incendio de Guadarrama en agosto de 2019, provocado por la mano de un individuo en la última parcela urbana lindera con el monte, puso en grave peligro el bosque de Valsaín y los jardines del Real Sitio. Ante esta amenaza una multitud de personas se presentaron para colaborar en la extinción. El sentido de responsabilidad, la cercanía del suceso, su apego al entorno y el amor por lo suyo, les urgían a intervenir sin reparar en las consecuencias.
Desde el primer momento entendimos que, de entre las muchísimas cosas que han de coordinarse para extinguir un fuego, también estaba la atención a estas personas de modo que, en coordinación con los ayuntamientos del Real Sitio de San Ildefonso y Palazuelos de Eresma, establecimos un registro centralizado de voluntarios y un equipo de personas del operativo se encargó de organizar las cuadrillas y de asignarles tareas en retaguardia. Se les explicaron con claridad las razones por las que el acceso al frente estaba restringido a personal especializado, se les informó con detalle de la situación y de las perspectivas de extinción y se les garantizó poder llevar a cabo otras tareas necesarias.
De este modo, los civiles pudieron dedicarse a tareas esenciales como la logística, proporcionando agua, alimentos, alojamiento y otros suministros necesarios para que las brigadas de extinción pudieran descansar y reponer fuerzas entre turnos. Gracias a la labor de los voluntarios, los equipos de combate contra el fuego contaron con un espacio seguro y atendido por ciudadanos comprometidos, bajo la supervisión del personal especializado.
La lucha contra un incendio forestal no concluye con la extinción de las llamas. La vigilancia posterior y las labores de prevención de la erosión son fundamentales para garantizar una recuperación efectiva del ecosistema. Algunas personas fueron asignados a estas tareas, conscientes de la importancia de su contribución. Al contar con vecinos conocedoras del territorio y comprometidas con su conservación, se agiliza el proceso de recuperación, que dura años, fomentando un sentido de corresponsabilidad entre todos los involucrados. Esta participación ciudadana no solo permitió atender las necesidades inmediatas, sino también satisfacer el deseo de colaborar y contribuir a la restauración de un entorno tan querido.
Si bien la magnitud y complejidad de las recientes inundaciones en Valencia superan con creces lo ocurrido en Guadarrama en 2019, esto no resta importancia a la valiosa lección que dejó aquel verano. Es innegable que nuestra sociedad está dispuesta a brindar ayuda en momentos de crisis, demostrando un gran sentido de comunidad.
Ante futuras calamidades, es fundamental estar preparados para encauzar y potenciar la solidaridad ciudadana, ofreciendo herramientas y recursos que permitan a los voluntarios actuar de manera coordinada y eficaz.
Debemos reconocer y agradecer la iniciativa de quienes se lanzan al rescate sin dudar, pero también debemos garantizar que su esfuerzo no sea en vano, proporcionándoles el apoyo necesario para que puedan actuar de manera segura y efectiva.
Javier López-Escobar