133 hombres, procedentes de 71 países, la mayoría de ellos novatos en estas lides. De ellos depende el futuro de la Iglesia. De ellos depende dar continuidad a la primavera de Francisco o volver a las tinieblas y el frío del invierno.
A menos de 24 horas para el inicio del Cónclave, continúa esa especie de “Sálvame Deluxe edición Vaticano”, en el que se ha convertido Roma desde que falleció Francisco.
En la era de las nuevas tecnologías y las redes sociales, los cardenales son objeto de miradas periodísticas, unas más frívolas que otras, y ellos mismos andan, entre rezo y rezo, reuniéndose, oficial y extraoficialmente, para ir perfilando el nombre que pondrán en la papeleta de votación.
A mí, amigo lector, me cabe la duda de si a esas reuniones, a todas, está invitado quien dicen es el principal protagonista de esta historia: el Espíritu Santo.
Espero y deseo que sí, más que nada por evitar que, por ejemplo, el cardenal Cipriani, amonestado por Francisco a raíz de una denuncia de abuso sexual, meta mano en este asunto. O para evitar que lo hagan otros purpurados con serias sombras de duda en relación a su gestión en temas tan asquerosos como la pederastia, o en temas tan espinosos como las finanzas.
Espero y deseo que sí, desde la confianza en que Francisco, que ya andará por ahí arriba, esté asesorando al Espíritu para que Éste, a su vez, remueva las entrañas de los purpurados.
Durante estos días, leyendo y escuchando a los profesionales del periodismo que más conocen los vericuetos de la Iglesia en España y en Roma, uno no sabe con qué quedarse: que si hay o no dos grandes bloques (progresistas y conservadores), que si el Cónclave va a ser largo o corto…
Así que yo me voy a quedar con la confianza en que Francisco nos eche un cable. Porque se fue sin acabar la tarea. Fue un valiente porque aceptó la pesada carga de dirigir la Iglesia y porque lo hizo decidido a sacudir todo el polvo y el lodo que la afea y distorsiona. No era tarea fácil, porque la Iglesia es una estructura viejuna y desfasada y porque no todos los que podían arrimar el hombro estaban dispuestos a hacerlo: que eso de oler a oveja no iba ni va con ellos.
La Iglesia necesita otro Francisco. Quienes aún confiamos algo en el de allá arriba no nos resignamos a pensar que después de lo avanzado vuelva el retroceso, ni siquiera la parálisis.
La semilla esparcida por Francisco brotó y empezó a florecer. Pero corre el riesgo de secarse. Además, Francisco tenía pendiente esparcir otras semillas y necesitamos otro sembrador valiente.
“Hagan lío. Que la Iglesia salga a la calle. Quiero que nos defendamos de todo lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos”. Esto dijo Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro. Y lo dijo para lograr avanzar en una Iglesia en la que “hay espacio para todos; para todos; para todos, todos, todos”, como diría más tarde en Portugal.
De momento no se ha cumplido y en la Iglesia hay espacio para CASI todos. Y, sinceramente, ya no confío en ese todos, todos, todos.
En lo que sí quiero y necesito confiar es en que la Iglesia, esa Iglesia en la que no se me deja participar plenamente por ser honesto conmigo mismo y vivir en libertad y plenitud, va a continuar avanzando.
El avance es posible y necesario. El futuro puede ser colorido y diverso.
Anda, Francisco, échanos un cable.
Anda, Jorge, voy a entonar contigo aquello de “Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo”, a ver si tu sucesor sigue teniendo zapatos bien usados, huele de verdad a oveja, sigue llamando a la parroquia de Gaza, abre más ventanas y armarios, sacude la hipocresía de la Iglesia y la impulsa hasta ponerse al lado de aquellos de quienes nunca debió alejarse.
Anda, Francisco, échanos un cable.
Rubén García de Andrés

Totalmente de acuerdo Rubén.
“Venid a mí los cansados y agobiados, que yo os aliviaré”