China y el Reino Unido se enfrentaron en las Guerras del Opio por el control del comercio de opio, el té y la seda. España y Perú mantuvieron un violento enfrentamiento por el control de las Islas Chincha, ricas en guano (acumulación masiva de caca de murciélago y aves marinas). Por esa misma época, el salitre provocó serios enfrentamientos entre Chile, Bolivia y Perú, que disputaban el control de los depósitos en el desierto de Atacama.
Durante el siglo XX, el petróleo sustituyó a la murcielaguina y al salitre, y fue un factor clave en guerras como la del Golfo, con la invasión de Kuwait por Irak para apropiarse de sus campos petrolíferos.
Opio, té, excrementos, salitre, petróleo, oro, diamantes, uranio, plutonio… Se mire donde se mire, es fácil encontrar ejemplos de recursos cuya apetencia ha causado muerte, destrucción, explotación humana y guerra.
A lo largo de la historia, la pugna por los recursos naturales ha provocado incontables conflictos y, por lo que parece, Ucrania atesora algunos muy codiciados hoy día. Su territorio esconde apetecidas tierras raras, minerales tan importantes que han llevado a un ambicioso Putin a intentar, desde hace más de tres años, obtenerlos por la fuerza, mientras que un no menos avaricioso Trump pretende ganarlos en la mesa de negociaciones, jugando sus cartas con quien hasta ayer era su aliado.
¿Qué es eso de las tierras raras? Pues ni son tierras, ni son raras. Según la tabla periódica, son un grupo de 17 elementos químicos, como el neodimio, el disprosio y el lantano, que tienen propiedades únicas como alta conductividad eléctrica, magnetismo y luminiscencia. A pesar de su relativa abundancia, nunca se encuentran en estado puro y son de difícil extracción y tratamiento.
Son esenciales para la fabricación de motores eléctricos, baterías, turbinas eólicas, paneles solares, equipos médicos avanzados, teléfonos móviles, pantallas táctiles, cámaras fotográficas, sistemas de guía de misiles, radares, equipos militares, etc. Un caza F-35 contiene 400 kg de estos elementos y un submarino nuclear, 4 toneladas. En definitiva, casi cualquier cosa que lleve la etiqueta de “tecnología”, depende de uno u otro de estos 17 elementos.
La Agencia Internacional de la Energía estima que en el 2040 necesitaremos 7 veces más elementos de tierras raras, 21 más de cobalto y 42 más de litio que en 2020. China lidera con amplia ventaja la producción de tierras raras, alcanzando 270000 Tm en 2024, tras duplicar su producción en los últimos cinco años. En comparación, Estados Unidos ocupa un distante segundo lugar con 45000 Tm. ¿Se entiende mejor por qué Trump ha mostrado tanto interés en las reservas de Ucrania y Groenlandia?
España y Europa llevan años recorriendo la senda de lo verde, descarbonizando y electrificando nuestras vidas. Nos hemos propuesto llegar a 2050 libres de la dependencia del petróleo, el gas y los plásticos. Para lograr ese objetivo y alcanzar la neutralidad climática, necesitamos las nuevas materias primas requeridas. Igual que en su día dejamos atrás la dependencia del guano peruano, nos libraremos de la sujeción al petróleo saudí y al gas ruso, pero caeremos inevitablemente en manos de China.
Y no deja de ser curioso, porque, ¡sorpresa!, España es una nación rica en recursos minerales que no se explotan. Se entiende que cerremos las minas de carbón o que desertemos de extraer petróleo de aguas canarias. Podríamos perdonar la prohibición de fracking para obtener gas. Pero es difícil comprender por qué clausuramos las centrales nucleares, para las que disponemos de tecnología y combustible propio: la Ley de Cambio Climático de 2021 prohibió directamente la explotación de minerales radiactivos. Tampoco es fácil explicar por qué no creamos nuevas centrales hidroeléctricas para generar energía y, de paso, regular los cauces de los ríos y prevenir inundaciones devastadoras.
Lo que resulta completamente inaudito, es que renunciemos voluntariamente al acceso privilegiado a nuestras propias materias primas fundamentales para sustentar esa nueva vida verde que se promete. El catálogo europeo yacimientos de tierras raras incluye a España con posibilidades en: Campo de Montiel, en Ciudad Real; monte Galiñeiro, en Orense; Ramblas de las Granadillas, en Almería; Río Cúa, en Asturias, Domo del Tormes, en Salamanca y dos zonas en Fuerteventura y Gran Canaria. Existen filones de litio en Salamanca, Cáceres y Badajoz. Sin embargo, los intentos de explotar todos esos depósitos no han tenido éxito hasta ahora. Un proyecto minero de este tipo requiere unos 15 años de trabajo antes de entrar en producción.
Somos rehenes del efecto NIMBY (not in my back yard, no en mi patio de atrás). Sí, pero aquí no, estamos firmemente a favor de la tecnología, de las energías renovables, de la producción sostenible, pero cuando la industria necesaria se localiza cerca de sus casas arremetemos contra ella hasta hacerla inviable.
Por ese camino, inevitablemente, España incrementará su dependencia exterior, se enfrentará a una progresiva desindustrialización, perderá trenes, retrocederá en todos los rankings mundiales y se irá convirtiendo en un mero figurante en el teatro mundial. ¡Con lo que hemos sido!
De seguir por esa senda, pronto no habrá patio trasero que proteger. Si queremos tomarnos en serio nuestro futuro, debemos exigir a los poderes públicos que actúen en beneficio de la población de nuestro país. España no debe renunciar a sus activos, debe promover su autonomía energética y ser competitiva en la producción de los materiales que están a nuestro alcance. Sólo así se podrá garantizar la mejora económica para el conjunto de la sociedad y el desarrollo económico de muchas zonas de afectadas por el cierre de minas, industrias y centrales nucleares.
Javier López-Escobar
