La Tierra es plana

Estamos a punto de superar el primer cuarto del siglo XXI. Las cosas no son exactamente como creíamos quienes nacimos en el tercer cuarto del XX o antes. En algunos aspectos hemos avanzado menos de lo previsto: no hay colonias en la Luna, aún no hemos alcanzado Marte, seguimos envejeciendo… Pero en otros se ha ido mucho más allá de lo imaginable, dejando obsoletas todas las películas de ciencia ficción filmadas incluso a principios de este siglo.

En términos políticos y sociales, tal vez, es en los que menos hemos avanzado globalmente como humanidad. En buena parte del llamado primer mundo, la libertad puede seguir siendo un valor en alza, pero si miramos alrededor, el panorama dista mucho de reflejar una civilización avanzada. Guerra, pobreza, hambre, discriminación, persecución, esclavitud…, son palabras que, por más que lo deseemos, no desaparecen de nuestro vocabulario.

La salud, la educación, el agua potable, el saneamiento o la vivienda son poco más que una quimera para esa pequeña parte privilegiada de los habitantes del planeta, la que pasa la vida distraída con la mirada fija en una ventana electrónica, antaño herramienta de comunicación, y hoy casi exclusivamente dedicada al entretenimiento más banal, que tenemos en casa o llevamos en la palma de la mano.

En este rincón privilegiado del mundo libre, desvinculados del contacto real con los problemas serios, crece el número de personas que creen que la Tierra es plana. Varios grupos en Internet, que se autodenominan “flat Earthers”, están convencidos de que hay una conspiración mundial, urdida por gobiernos y científicos, para ocultar el hecho innegable de que vivimos sobre un disco plano. ¿Por qué? Nadie lo sabe a ciencia cierta.

Neil deGrasse Tyson, conocido astrofísico y excelente divulgador, sostiene que el auge de los terraplanistas demuestra que en sus países se protege la libertad de expresión, pero que a la vez han sido víctimas de un sistema educativo fallido.

A la vista de los acontecimientos que se suceden a nuestro alrededor, de la evidente decadencia del mundo civilizado, en manos de gobiernos cada vez más ineficaces, autocráticos y desorientados, regidos por mediocres sin escrúpulos, que justifican su incompetencia con delirios conspiranoicos, no puedo estar más de acuerdo con el doctor deGrasse.

Hemos arrojado a muchos de nuestros jóvenes a un entorno libre y sin consecuencias, convencidos de que todo es posible y en el que nadie puede imponerles norma alguna. Los hemos sobreprotegido, impidiéndoles equivocarse, asumir responsabilidades o resolver sus propios problemas. Los padres han renunciado a ejercer su autoridad, mientras se degradaba la educación fuera de casa, y se impide —o directamente se evita— dotar a nuestros hijos de los recursos mínimos que necesita cualquier persona para ser considerada dignamente como tal. Hemos abandonado el pensamiento crítico, y esa deriva nos ha sumido en una moral líquida que se ha convertido en un laberinto ético del que es difícil escapar, y que ahoga cualquier intento auténtico de transformación.

Así, no sorprende que cada vez más personas opten por el camino fácil, el que tienen a su alcance, y lo sigan sin escrúpulos: pisando a quien haga falta, escondiendo urnas llenas tras una cortina, saltando por encima de cinco compañeros o erigiendo administraciones paralelas manejadas por sus amiguetes. Por esa senda logran ocupar cargos de poder —que alguna vez fueron de responsabilidad— y, una vez instalados, se dedican a emitir basura en forma de excusas: ¡la conspiración! “¡Una persecución ultra contra progresistas honestos!”.

A quienes se aferran a una noción absurda como el terraplanismo o a los falsos progresistas de carné que se apropian de un puesto público, poco les afectan las evidencias. De nada sirve que los griegos resolvieran hace más de dos mil años la cuestión de la forma del planeta.

No importa que el doctor Tyson los lleve al Burj Khalifa —el edificio más alto del mundo, en Dubái— durante el Ramadán, para mostrarles que el momento de romper el ayuno varía según el piso en el que se encuentren: “Si estás en un piso más alto, tienes que esperar más tiempo para que el sol se oculte porque lo estás viendo por encima del horizonte curvo”. Este fenómeno es imposible en una Tierra plana.

Si seguimos por este camino, poco interesará si la Tierra es plana, convexa o cúbica. Si el número de indocumentados y fanáticos sigue creciendo, terminaremos teniendo al frente de la NASA a un terraplanista, rodeado de un nutrido coro de hinchas, acólitos y aspirantes a carguito público, aplaudiendo sus decisiones con entusiasmo.

Podríamos acabar teniendo al frente del gobierno a… ¡Uf! ¡Pero si ya lo tenemos! Me refiero a Trump, naturalmente. ¿Por quién me toma? Cualquier parecido con Pedro Sánchez o con sus qué sé yo cuántos ministros (y ministras) o con altos cargos sin titulación o con miembros de su partido y allegados designados para estar al frente de casi todo o con secretarios de organización o con procuradores extremeños saltarines o con militantes multitarea —fontaneros (y fontaneras) para todo, progresistas, honestos (y honestas), del primero a la última— es pura coincidencia. Negaré cualquier intención de ponerles en evidencia. ¡Que Dios les guarde muchos años!

Javier López-Escobar

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