Cada vez siento más pereza a la hora de escribir mi opinión sobre asuntos políticos y no es por vaguería. Me paralizo ante la superabundancia de asuntos que estallan diariamente como bombas nucleares y se apagan como velas de cumpleaños a los pocos minutos. Me siento impotente ante la gigantesca cantidad de asuntos que se suceden tan rápido que apenas arañamos su superficie.
Es imposible mantenerse alerta ante el espectáculo permanente de la confrontación y el extremo. Medios, redes, conversaciones…, se llenan de reproches, de acusaciones, de vituperios, de sentencias, sin el menor respeto, ni rigor, ni valor. Es hacer daño por hacer daño, nada ofrecen, solo destilan hiel.
Lo grave y lo banal se confunde, lo importante se hace fútil y lo trivial se alza con los titulares. Todo se expone, nada se verifica. El cinismo y la indolencia se dan la mano para esparcir mensajes desde cada tribuna aprovechable, desde cada púlpito disponible.
Me pregunto si la resistencia que ofrece el folio en blanco a mi pluma electrónica es un cansancio moral o es una respuesta defensiva. ¿Pretendo proteger mi psique? ¿Temo perder la paz en mi entorno o mi vida cotidiana? ¿Me he perdido en este laberinto de soflamas incendiarias en el que nos hemos enredado? ¿Qué podemos hacer, cómo salimos de esta? ¡Qué tormento!
El reputado filósofo coreano Byung-Chul Han describe nuestra época como la «sociedad del cansancio». Afirma que no estamos agotados por la coerción externa, sino por la autoexplotación constante bajo el imperativo del «sí se puede». ¿Le suena? Este profesor de la Universidad de las Artes de Berlín, galardonado este año con el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, sentencia que la política se ha sumado a este rendimiento tóxico y coincido plenamente. ¿Por qué malgastar energía, tiempo y salud mental en un sistema que solo devuelve frustración?
Quizá, pensándolo despacio, mi hartazgo sea la lucidez que me urge a la autodefensa. Si mi pereza es una defensa psíquica (como temía en mis preguntas), entonces me niego a enojarme más, renuncio a la indignación. Me propongo ignorar el ruido y perseverar en el propósito de opinar desde mi particular punto de vista. No me rendiré.
No puedo desertar del combate contra el ambiente polarizado, el lenguaje agresivo y la deshonestidad que se extienden como un veneno que pudre nuestras almas. Frente a una política ineficaz para resolver los problemas reales, que genera desafección y distancia, debemos reaccionar. Necesitamos abandonar la trinchera del hartazgo y mostrar que no todos somos iguales. Hemos de combatir esta insoportable mediocridad que nos ahoga.
El mayor acto de resistencia cívica hoy no es el enojo eterno, sino el autocuidado feroz. Proteger nuestra mente, establecer límites y reservar toda la energía moral posible para aquello que realmente nos importe. Incluso un ciudadano agotado puede ser un agente de cambio sostenible si se detiene un momento a reflexionar y deja de prestar atención al ruido. La revolución personal —la que cada uno puede hacer con lo suyo— es el punto de partida de la regeneración democrática.
Llega el momento de un desesperanzado acto de esperanza, de exigir elecciones ¡ya! Y de que nos propongamos un voto meditado y responsable, la primera y eficaz herramienta de nuestra autodefensa emocional y el verdadero inicio de un camino que nos devuelva la dignidad.
Javier López-Escobar
Ciudadano combativo
