Existen conceptos que, por su obviedad, parecerían ser de conocimiento común. Sin embargo, tengo la impresión de que son ignorados por al menos una parte de la ciudadanía. Por ejemplo, que la riqueza procede del trabajo, pero no de cualquier trabajo, sino del productivo, es decir, de las empresas. El empleo público da de comer a muchas personas, pero, con contadas excepciones, no genera riqueza, si acaso, la distribuye. Sea como sea, en la base de todo están los que producen y de eso viven ellos y el resto de los mortales.
Si no existe un equilibrio mínimo, entre los que crean riqueza y el resto, la ruina está asegurada. Al menos eso es evidente para mí, aunque, dado que no soy experto en economía, podría estar equivocado. Errado o no, con la osadía que da la ignorancia, proseguiré con mis reflexiones sobre este asunto.
Pongámonos en la piel de alguien con formación, honestidad y sensibilidad hacia la justicia social, que desea emprender su propio negocio. ¿Qué es lo primero que debe hacer? Al igual que en cualquier otro aspecto de la vida, debe hacerse preguntas. La primera podría ser: ¿Cuánto dinero necesitaré para empezar? Antes de dedicar un céntimo a nuestro proyecto debemos saber cuál será la inversión inicial, si la podemos financiar con fondos propios, o deberemos acudir al crédito.
De esto se deriva la segunda pregunta: ¿De qué viviré mientras el negocio arranca?, porque además de la inversión inicial se necesita circulante para mantenernos con vida dignamente mientras prosperamos, e incluso sobrevivir si fracasamos.
¿De dónde saco la pasta?, tercer interrogante que nos obliga a hacer un plan de inversión que cuadre con el de financiación, porque no podemos gastar lo que no tenemos, otra obviedad. Un plan de inversión debe contemplar todo lo que necesitaremos, espacio, maquinaria, equipamiento, materias primas, suministros, publicidad, costes variables, costes ocultos…, sin olvidar tasas, impuestos, intereses, gastos financieros, costes operativos, costes de prevención y seguridad, costes medioambientales y, por supuesto, costes salariales.
Cuarto enigma, ¿qué beneficios queremos obtener y en qué plazo?, para contestar a esto necesitamos estudiar el mercado, saber si hay suficiente demanda para lo que queremos ofrecer, si hay competencia, si dispongo de proveedores fiables, si me afectarán otros factores como la estacionalidad, si hay estabilidad, seguridad, etc. En definitiva, debemos planificar con realismo sin perder de vista escenarios menos optimistas.
Emprender un negocio es una tarea muy compleja, requiere tiempo, conocimiento, dinero y suerte, y reunir todo eso no está al alcance de cualquiera, asusta a muchos hasta el punto de que pocas familias quieren eso para su prole, siendo común escuchar frases como: ¿Por qué no sacas una oposición o algo?, en la idea de que un puesto fijo en la administración no te hará rico, pero te resolverá la vida.
Necesitamos lecheras valientes que nos vendan la leche que producen sus vacas, que reinviertan los beneficios en comprar una cesta de huevos para ampliar la granja criando pollitos que, cuando crezcan, negocien en el mercado y, con la ganancia, compren un cerdito, lo alimenten, lo ofrezcan al carnicero y reúnan lo suficiente para comprar una ternera… Eso sí, que no le suceda lo mismo que a la del cuento que, ensimismada en sus proyectos, tropezó y perdió toda la leche que pensaba vender.
Es un bonito cuento, pero reflexionemos un poco sobre él. La lechera es una digna emprendedora: produce y vive de su producción, la leche, y dedica una parte de las ventas a pagar impuestos, otra parte a cubrir los gastos de su empresa, y otra parte a invertir y hacer crecer su empresa. Con el resto, vive de manera humilde. Aspira a más, por lo que un buen plan de negocio, que contemplara el posible tropiezo y consiguiente pérdida de su producción inicial, le hubiera conducido a crecer, a diversificar su fabricación, a incrementar la actividad, y mejorar los beneficios, así como los impuestos, en provecho de sus conciudadanos. Habría necesitado contratar personas a las que pagaría un sueldo decente, personas que dedicarían también una fracción considerable de su salario a sufragar lo público.
A pesar de que Julio Camba, hace casi un siglo, sostenía que sus lectores tenían prácticamente imposible convertirse en millonarios, a menos que la riqueza le viniera de familia, el profesor de Historia Económica de la Universidad de Navarra, Rafael Torres, afirma que las fortunas españolas más emblemáticas ya no son por herencia. No podemos descartar que la lechera, partiendo de un origen humilde y tras mucho trabajo, tiempo y sacrificio, alcanzara las más altas cotas empresariales, sin descuidar su responsabilidad social.
No faltan ejemplos en el mundo de personas que han creado imperios partiendo desde los más humildes orígenes, como Amancio Ortega, Ingvar Kamprad o Carlos Slim, pero hay otra obviedad, venga de donde venga su fortuna, ninguno de ellos ha llegado hasta la cima en solitario, han necesitado de muchas más personas, primero su familia, sus amigos, luego sus empleados, junto a ellos un ejército de proveedores, asesores, gestores, clientes, vendedores, transportistas y funcionarios municipales, autonómicos y estatales, cuyo salario tiene como origen aquél cántaro de leche que cierta lechera consiguió vender sin tropezar, o los albornoces que empezó facturando el gallego, o las cerillas que ofrecía el sueco, o los dulces que, con 10 años, el mejicano vendía a primos y tíos.
A lo largo del camino, quedan otros cántaros rotos y leche derramada que nadie recuerda. Son el resultado de tropiezos en cualquier bache del camino, a veces por la imprudencia del porteador, otras por accidentes fortuitos y, en no pocas ocasiones, porque alguien puso un obstáculo que hizo tropezar a la lechera.
Al final la principal diferencia entre países ricos y pobres es la productividad y disponer de las condiciones necesarias para que sus lecheras puedan cumplir su sueño, evitando que tropiecen fácilmente. Los países de éxito se caracterizan por la calidad de sus instituciones públicas y sus leyes, cuando los gobiernos trabajan para facilitar el emprendimiento, la gente está más motivada para producir, porque sus esfuerzos no se ven penalizados, siendo además países atractivos para nuevos inversores. Eso se desprende el artículo “¿Por qué algunos países producen mucho más por trabajador que otros?” de Robert E. Hall y Charles I. Jones publicado en la revista “Oxford Journals”.
El capital prospera donde se le recompensa y donde hay estabilidad y seguridad. Huye de los lugares donde se le acosa y donde no hay un horizonte estable y seguro. Pensar que los emprendedores son una enorme ubre a la que ordeñar sin piedad, para engordar la economía improductiva, es justo lo contrario al código de la buena lechera. No existe la gallina de los huevos de oro, la riqueza es finita y los países cuyos gobiernos abusan de sus empresas terminan por fracasar.
Una penúltima obviedad, para cosechar hay que sembrar y regar el huerto. Lo público es necesario: educación, sanidad, grandes infraestructuras, pensiones, gasto social, seguridad etc., deben ser públicos y de calidad, y deben estar bien financiados, eso sí, en equilibrio con la capacidad productiva del país y, en todo caso, las administraciones deben dedicar una buena parte de sus esfuerzos a garantizar las condiciones necesarias para que esa capacidad productiva crezca de modo que también crezca su capacidad de financiar todo aquello y fructifique.
De acuerdo con el INE, en España los costes salariales han experimentado un crecimiento del 5% en el tercer trimestre de 2023, en comparación con el mismo periodo de 2022. Según el Banco Mundial, El PIB per cápita de España a precios internacionales constantes está en 40.223$, Italia en 44.292$, Francia en 45.904$ y Alemania en 53.970$. Según CaixaBank, En 2022, el PIB nominal por hora trabajada en España era un 76% del valor registrado en la eurozona y solamente el 63% de Alemania. Según constata el Banco de España, existe un déficit significativo en el nivel de formación de los trabajadores y de los empresarios españoles con respecto al promedio de Europa, lo que concuerda con el porcentaje del PIB asignado a investigación y desarrollo, que es en España del 1,3% del PIB, muy por debajo del promedio del 2,0% del resto de la UE. Según la revista Expansión, con una deuda del 111,6% del PIB, España está entre los países con más deuda respecto al PIB del mundo.
Para no aburrirle más, la última obviedad, si el gobierno de España se empecina en incrementar la inseguridad jurídica, la desigualdad territorial, la incertidumbre política, los costes laborales y de seguridad social, los impuestos, etc., mientras culpabiliza a las grandes fortunas, a los beneficios caídos del cielo, o al maestro armero, e incrementa el déficit, la deuda, los gastos corrientes, la burocracia, y engorda la nómina de personal improductivo, no habrá tierra firme que pisar y terminaremos teniendo más obstáculos que lecheras que tropiecen con ellos. La única consecuencia será que, sin importar la cantidad de leche que logremos producir, toda terminará derramada en el suelo. Es de Perogrullo.
Javier López-Escobar