¿Cuántas veces hemos oído esta frase en labios de algún personaje de ficción? De tanto escucharla se ha ido incorporando al lenguaje común y no es raro ver a personas reales espetar este aforismo como defensa ante lo que les puede parecer una agresión, o a modo de manifestación de un anhelo o aspiración.
La realidad es otra, soy de la opinión de que casi nadie conoce sus derechos y, mucho menos, la forma correcta de defenderlos, porque no es fácil, se requiere más preparación de la que uno podría pensar y una vasta experiencia, para conseguir que nuestros derechos sean efectivamente respetados. Puede parecer muy fácil reclamar un derecho, pero la realidad es muy otra, y bien lo saben quiénes han tenido que pleitear con cualquier administración para lograrlo.
A partir del siglo XVII, en occidente, se comenzó a reconocer que hay ciertas cosas que los gobernantes no deberían poder hacer y que el pueblo debería tener alguna influencia en aquello que le afecta. Fue tomando fuerza la idea de “libertad personal” y se empezó a reclamar protección frente a los abusos y violaciones cometidas por el estado.
La “Declaración Universal de Derechos Humanos” fue proclamada y aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. Desde entonces ha ido incorporando numerosas enmiendas, fruto del debate y para atender a las nuevas amenazas y oportunidades que se han ido presentando. Un total de 195 países han ratificado la declaración —entre ellos, Corea del Norte —.
En el siglo XXI se reconocen ampliamente, aunque no se respeten en muchos lugares, un conjunto de derechos civiles y políticos, conocidos como derechos de primera generación, y otros económicos, sociales y culturales, llamados de segunda generación. A estos se han incorporado no hace tanto otros, como los de solidaridad, de tercera generación. Algunos son básicos, mientras otros no lo son y pueden ser suspendidos por razones de peso, recuérdese la pandemia.
Pero no solamente los humanos gozamos de derechos, en 1976 la Liga Internacional de los Derechos de los Animales envió a la ONU una propuesta de “Declaración Universal de los Derechos del Animal” que, a fecha de hoy, no ha sido considerada. A pesar de ello, un buen número de naciones han manifestado su apoyo a la misma en algún momento y algunos, como España, han aprobado leyes que se inspiran en sus postulados.
Tal vez sugestionado por esa propuesta y conmovido por lo que él considera maltrato animal, el ministro de Cultura del gobierno de España ha decidido eliminar el Premio Nacional de Tauromaquia, cuestión discutida y discutible sobre la que no me pronunciaré en este momento.
Mientras España avanza en el reconocimiento de los derechos de los animales, Francia se ha convertido en el primer país del mundo en reconocer el derecho al aborto en su Constitución.
Tampoco entraré en este artículo al debate sobre los derechos del nasciturus, ni abundaré sobre lo poco, o más bien nada nada, que se hace para evitar que cada año se interrumpa el camino hacia la vida autónoma de millones de embriones que, mientras la ciencia no avance lo suficiente, aún requieren del seno materno para completar su camino hacia la ciudadanía plena. Seguramente Ud. tiene una opinión al respecto, pero convendrá conmigo en que tal vez podamos hacer mucho más de lo que estamos haciendo para compatibilizar los derechos de unas y otros, sin que nadie salga perjudicado por ello. Yo sí creo que hay un largo camino que recorrer antes de quitarse de encima el problema convirtiéndolo en un derecho, mientras se mira para otro lado.
¿A que ya no es tan fácil eso de gritar a los cuatro vientos: ¡Conozco mis derechos!?
Javier López-Escobar