Se prohíbe hablar de política. Migrantes

A finales del siglo XIX y principios del XX, las cosas en España iban regular. La pobreza, el hambre y la promesa de una mejor vida, hicieron que Asturias, como otras regiones de España, se echara a la mar a “hacer las Américas”. La mayoría de los que cruzaron el charco eran jóvenes en busca de futuro, que se establecieron preferentemente en distintos países de habla hispana y allí montaron, sobre todo, pequeños negocios relacionados con el comercio, en los que trabajaba toda la familia y a los que se iban incorporando los sucesivos llegados.

Como cualquier persona en suelo extraño, buscaron lugares en los que reunirse, fundando centros asturianos, que comenzaron siendo antídoto para la soledad, espacio de encuentro y apoyo en la lejanía, para mantener el vínculo emocional con la tierrina. Pronto crecieron y diversificaron su actividad como espacios de intercambio, interactuación personal y de negocios, territorio donde compartir idioma, costumbres, cultura, gastronomía y folclore, sedes para la celebración de eventos sociales y familiares, recintos donde practicar deporte…

Su labor fue mucho más allá de la simple preservación de las tradiciones y desde su nacimiento –muchos superan los 100 años– también enfocaron sus objetivos hacia la satisfacción de las necesidades básicas de los asturianos, actuando como auténticos bastiones de solidaridad, no solamente durante la primera acogida, sino durante toda su vida, llegando a promover hospitales, seguros, asesorías legales, subsidios de desempleo viudedad y orfandad, etc. Actualmente funcionan 33 centros asturianos en el extranjero y 24 en el resto de España.

En la preciosa casa de indianos llamada “Quinta Guadalupe”, construida en 1906 en la villa asturiana de Colombres, por el emigrante a México retornado, D. Iñigo Noriega Laso, tiene su sede la Fundación Archivo de Indianos-Museo de la Emigración, donde es posible disfrutar de una excelente exposición sobre la emigración asturiana y española a América, producida a lo largo de los siglos XIX y XX y consultar su extenso archivo.

En la introducción de la memoria anual de uno de esos centros puede leerse lo siguiente: “Y es más viva esta satisfacción al examinar el saldo moral que nuestra historia arroja al desaparecer el año: saldo moral que implica tranquilidad interna de la Institución, y en el exterior cordialísimas relaciones que se sostienen con las autoridades de la República, siempre hidalgas; con la Prensa, siempre noble y generosa; con las Instituciones hermanas, siempre en muestra de fraternidad, y con todo género de Instituciones y personas”.  Lo que da cuenta de una evidente voluntad de integración de los expatriados con las sociedades que los acogieron y de contribución a su desarrollo.

En otro, el Centro Asturiano de Puerto Rico, colgaba un sencillo cartel, escrito con grandes letras mayúsculas, rotuladas con plantilla, que rezaba: “Se prohíbe hablar de política”. No es difícil imaginar que si algo puede perturbar la armonía de cualquier lugar es un enfrentamiento político y más entre desterrados, cuya última preocupación es la ideología de cada cual. Mejor prevenir que curar ¿No le parece?

Durante el último tercio del siglo XIX y el primero del siglo XX, se calcula que unos 50 millones de europeos emigraron a América en busca de una vida mejor. De ellos, unos 5 millones eran españoles. Al final del primer cuarto del siglo XXI las cosas han cambiado sustancialmente y ahora somos nosotros el destino de aquellos que abandonan su tierra en busca de una vida mejor.

El CIS, en su última encuesta, afirma que la inmigración es ya la primera preocupación para los españoles, consecuencia probable de la constante presencia en los medios de noticas terribles, en las que diariamente se ve a docenas de desgraciados que, en precarias embarcaciones pagadas a precio de oro a mafias inmisericordes, tratan de alcanzar nuestras costas en busca de una vida mejor.

No olvidemos que la posible adaptación e integración de los migrantes guardan una estrecha relación con la imagen que se tiene de estos colectivos y si sumamos la permanente referencia, en términos apocalípticos, vacíos de propuestas y soluciones, en los discursos políticos a la llegada de cayucos a Canarias, que parecen buscar atemorizar a la población demonizando a los  extranjeros, asimilando su llegada con el incremento de la delincuencia, tenemos el cóctel perfecto para la marginación de unos y el miedo de otros.

La Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas), calcula que el número de extranjeros residentes en España en situación administrativa irregular podría situarse ya en el entorno de las 700.000 personas, siendo la estimación a finales de 2021, de unas 480.000.

Según la “Encuesta a las empresas sobre la evolución de su actividad”, publicada el 16 de septiembre pasado por el Banco de España, que preside el exministro José Luis Escrivá, en el país con más paro de toda la OCDE, el nuestro, el porcentaje de empresas que ven la imposibilidad de encontrar trabajadores como una amenaza a su actividad, alcanza el 42,8%. En la hostelería y la construcción esta tasa se dispara al 64% y el 56% respectivamente. ¿Ve por dónde voy?

Vendría bien serenar un poco los ánimos y poner un poco más de cordura, perspectiva y contexto al asunto. Tal vez ha llegado el momento de revisar a fondo las leyes que regulan la emigración y la extranjería para dejar de ver a los que llegan a nuestra frontera como una amenaza, cuando pueden ser nuestra gran oportunidad.

No se arregla nada con impostadas manifestaciones lacrimógenas sobre la insolidaridad de la ultraderecha en las comparecencias tras los consejos de ministros, o con tratar de obligar a votar en el parlamento cuotas de reparto de menores entre las Comunidades Autónomas, so pena de ser acusado de racista, con la única finalidad de descolocar al adversario político.

¡Basta de juegos! Este es un tema de estado que requiere un compromiso serio entre las fuerzas políticas, alejado de prejuicios ideológicos pueriles. Poneos a ello cuanto antes.

Javier López-Escobar

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