Artículo publicado en El Adelantado de Segovia el día 13 de julio de 2022.
Era un julio más, operación salida, tiempo de vacaciones, playa y piscina, días de San Fermín y de Tour de Francia, con el vasco Abraham Olano pegándose en las carreteras francesas con los míticos Marco Pantani, Jan Ullrich y Álex Zulle en el pelotón. La banda terrorista ETA se revolvía desde el 1 de julio en el que el Estado y la Guardia Civil de la mano conseguían liberar al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara tras más de 500 días secuestrado.
Fue un golpe que ETA no podía asumir, un golpe que les dejo con sed de venganza, y tan solo nueve días después, solo nueve días más tarde, la barbarie de los terroristas volvía a ponerse de manifiesto. Lo hizo echando un pulso al Estado tras secuestrar al concejal de Ermua, Miguel Ángel Blanco Garrido, con un ultimátum de 48 horas para asesinarlo si el Estado no cumplía con las pretensiones de la banda terrorista, unas pretensiones imposibles de cumplir. Así que la sentencia estaba dictada.
Una vuelta de tuerca más de la banda terrorista, pero que a la postre consiguió que un país se echara a la calle, que España se inundara de lazos azules, manos blancas y un grito ¡Basta ya!, que atronaba con una fuerza inusitada en cada rincón del país, y que sonaba con mayor intensidad si cabe en el País Vasco, cuya sociedad se manifestaba hastiada de vivir con miedo y sin libertad. España se levantaba como nunca lo había hecho contra el terror. Un hilo de esperanza recorría el país confiando en que ese movimiento cívico parara ese cruel reloj de arena, ese crimen retransmitido y a cámara lenta.
En aquellos días nació el llamado Espíritu de Ermua, un espíritu que fue el comienzo del principio del fin de la banda terrorista. Nunca como en aquellos días se tuvo tan claro que se podría acabar con ellos. 25 años después, ese espíritu lo hemos convertido en un fantasma donde el debate ahora es recordar u olvidar. Lo que hace 25 años era cristalino para todos, ahora es motivo de gresca y discrepancia.
Nadie olvidará y todo el mundo recordará dónde estaba aquellos días de julio de 1997. Muchas escenas que siempre quedarán guardadas en nuestra retina nos dejaba aquel triste acontecimiento, como aquel rostro desencajado del padre de Miguel Ángel al llegar a su domicilio con la ropa de trabajo, sin conocer aún la noticia y viendo su portal rodeado de medios de comunicación, sin saber lo que ocurría. O aquel alcalde de Ermua, Carlos Totorika, el Zelenski de aquellos tiempos, anunciando el asesinato del concejal desde el balcón del ayuntamiento. O la ertzanintza descubriéndose el rostro ante los aplausos, abrazos y cariño de la calle… “Nunca podré olvidar cada instante de ese día”, así reconocía este domingo el propio Rey don Felipe en Ermua, que él tampoco olvida aquellos dramáticos días de julio.
El 14 de julio de 1997, Ermua despedía a uno de sus hijos en la Iglesia de Santiago Apóstol, que se quedaba pequeña para esa sentida y emotiva despedida. Y allí quiso estar el entonces heredero de la Corona, don Felipe de Borbón, de 29 años, casualidades del destino, la misma edad con la que era asesinado Miguel Ángel. Los españoles estaban acostumbrados a ver al entonces Príncipe representando al país en inauguraciones, discursos oficiales y en innumerables actos, pero aquel día quiso ser uno más y quiso estar más cerca que nunca del pueblo.
No solo asistió a esa ceremonia religiosa, sino que quiso acompañar a la familia hasta el cementerio de Ermua en el que recibiría sepultura, al borde de la carretera en dirección a Markina, con su impresionante hilera de chopos todos altos, rectos y erguidos, como centinelas custodiando la entrada.
Al finalizar el entierro, ese joven Príncipe, en un lateral de ese cementerio, se plantaba sin papeles, consternado, conmovido y desolado ante numerosas cámaras y periodistas para dirigir un mensaje al pueblo español que llegaba a los corazones rotos de sus ciudadanos. Aquel día don Felipe empezó a ganarse la Corona, aquel día traspasó la pantalla de la televisión, aquel día será uno de los más importantes del ahora Rey Felipe VI, porque aquel día todos nos sentimos representados por él. Y es que aquel día fue Rey siendo Príncipe.
De la pandemia no salimos mejores, como se cansaron de repetirnos, pero de aquellos días de julio de 1997, de aquel cruel y vil asesinato sí salió un país mejor, más unido y más valiente, aunque 25 años después no queda rastro de esa unidad. Resulta desolador ver las recientes encuestas que arrojan que seis de cada diez jóvenes no conocen a Miguel Ángel Blanco. Una encuesta que pone en entredicho cómo hemos gestionado como país nuestra memoria y la rapidez que hemos tenido en enterrar nuestra reciente y triste historia. “ El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”
25 años después, casado, con dos hijas y ya proclamado Rey, don Felipe ha querido volver al municipio vizcaíno para revivir el Espíritu de Ermua, para recordar y no olvidar nunca la memoria de Blanco Garrido, para mostrar una vez más el apoyo de la Corona a todas y cada una de las víctimas del terrorismo. 25 años después todos nos hemos vuelto a sentir representados con orgullo por nuestro Rey. Pobre país el que olvide o no conozca su propia historia.
Fotografía Fundación Miguel Ángel Blanco.
Javier Segovia Muñoz