A los delincuentes ¡Pues sí que me ha salido corto el artículo de esta semana! Es lo que tiene sacar conclusiones precipitadas, guiadas por la ingenuidad. Déjenme que lo piense un poco antes de dar con la respuesta buena…
La definición que más me gusta de Justicia es la de Gneo Domicio Annio Ulpiano: “La justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo que es suyo”.
La humanidad, desde sus inicios, ha necesitado confiar en algunas personas justas, dignas, ecuánimes, venerables y respetadas, de reconocido prestigio, para encargarles las decisiones difíciles. Ancianos, pretores, sacerdotes, magos, alcaldes, oidores, jueces y magistrados, se han encargado de dirimir imparcialmente las disputas.
El libro I de los Reyes, del Antiguo Testamento, narra cierto juicio del rey Salomón por una reyerta de dos mujeres por dos niños, uno muerto y otro vivo. ¿Recuerdan? Sentenciaba Salomón: “Partid en dos al niño vivo, y dad la mitad a la una, y la otra mitad, a la otra”. Sé que muchos hoy presumen de no haber abierto el libro sagrado, les tranquilizaré, la cosa acaba bien: “Entregad a aquella el niño vivo, y no lo matéis; ella es su madre”. La Biblia tiene pasajes muy entretenidos.
No es bueno que nadie, ni siquiera un magistrado, posea poder absoluto sobre ningún tema. Para establecer un contexto oportuno que limite esa potestad, las sociedades se dan leyes y normas que aclaran qué es lo de cada cual, y cómo se restituye el derecho si es vulnerado.
Traigo a su memoria ahora el Nuevo Testamento, otro libro entretenido. En el Evangelio de San Lucas se lee la parábola del juez injusto que proclama: “Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme” (Lc 18:1-7).
Los jueces, es una obviedad, son tan humanos como Ud. y como yo. Tienen las mismas debilidades y sufren iguales pasiones. A diferencia de los ángeles, que poseen conocimiento pleno de la Verdad, deben basar su juicio en su experiencia y entendimiento, en un contexto finito y cerrado. Por fuerza, su discernimiento siempre será incompleto. Podrán equivocarse y, en algunos casos, errarán dolosamente.
En el Código de Hammurabi (1750 a.C.), ya se establecía con claridad cómo resolver los casos de prevaricación: “Si un juez instruye un caso, dicta sentencia y extiende veredicto sellado, pero luego modifica su sentencia, al juez le probarán que ha cambiado la sentencia y la suma de la sentencia la tendrá que pagar 12 veces. Además, en pública asamblea, le echarán de su sede judicial de modo irrevocable y nunca más podrá volver a sentarse con jueces en un proceso”.
En definitiva, a falta de arcángeles, se siguen necesitando leyes y seres humanos facultados que las interpreten. Las unas no pueden existir sin los otros y viceversa. El tiempo va modulando la relación entre ambos, y la sociedad y va perfeccionando las normas y la formación de los que las aplican.
La respuesta sigue siendo: los Jueces estorban a los delincuentes. ¿Está Ud. seguro? No sé si mi candidez me hace suponer que vivo en un país libre y maduro. Déjenme darle otra vuelta antes de concluir…
Ya veo, el término delincuente es ofensivo, a los criminales no les gusta. Como estamos en una sociedad democrática, si un número suficiente de malhechores se reúne y entre todos, y al margen de la ley, deciden que han sido injustamente tratados, pueden acusar a la justicia de parcial y a los que la imparten de infractores. Repitiendo mucho este mensaje, puede que consigan hacer que, un número suficiente de legisladores asuma que los jueces no son de fiar, y que lo que hay que hacer es dictar leyes ad hoc, que no puedan ser interpretadas por ellos.
Recuérdese lo que decía la exministra de igualdad de su famosa Ley del “sí es sí”, que emanó de un gobierno nacido del “no es no”, según ella, era una ley perfecta interpretada mal. Prestemos atención ahora al clamor del pueblo que se dice oprimido por los togados. Escúchense las falacias y sofismas, perdón, argumentos de peso, de los ponentes de la nueva Ley de Amnistía, que suspiran por maniatar y amordazar a cualquiera que ose decidir cómo debe aplicarse esa norma una vez publicada en el BOE.
¡Ah, claro! ¿A quiénes estorban los jueces? La respuesta final es: ¡A todo el mundo! Parece que estamos en un momento histórico, decisivo, en el que una vez más España, eternamente pionera, bajo el indiscutible liderazgo del progresismo más comprometido, va a dar un gran paso hacia el futuro, eliminando la independencia del Poder Judicial. ¡Aprende vieja Europa!
Ejemplo para las naciones, en nuestro país las leyes emanarán de las cortes generales y no podrán ser sino aplicadas en su literalidad, sin interpretación alguna, para lo que bastará con destinar un ujier del congreso para que las comunique a los interesados. ¿Garantías? ¡Quién las necesita!
¡Ya era hora, hombre! Al fin, el único poder será el Ejecutivo que, por ahora, simulará ser independiente del Legislativo, mientras se asegura de que no entre ni un solo diputado en cortes que pueda votar con conocimiento de causa…
Se me viene a la cabeza cierta inscripción en un anillo: “Ash nazg durbatulûk, ash nazg gimbatul, ash nazg thrakatulûk, agh burzum-ishi krimpatul”. Traducido a la lengua común: “Un anillo para gobernarlos a todos, un anillo para encontrarlos, un anillo para atraerlos a todos y atarlos en la oscuridad” (Tolkien, John Ronald Reuen. El Señor De Los Anillos).
¿Pero esto no lo había inventado ya el ominoso dictador cuyo nombre no repetiré? ¡Qué lío, qué mareo! Estoy confuso. ¿Progresamos o retrocedemos?
Me dejo de sarcasmos. Declaro creer en la justicia. Confío en quienes la imparten. Estoy seguro de que en España no existe esa pamema del law fare. Mantengo el convencimiento de que la independencia de los poderes del estado es la única garantía de libertad, y reclamo su urgente protección, para que ningún sátrapa vuelva a juguetear con lo que es de todos en su propio beneficio. Sé que eso me sitúa en la “fachosfera”, es inevitable. No sé cómo lo verá Ud.
Javier López- Escobar