Se rumorea que desde el gremio del pan, se está sopesando seriamente la posibilidad de sustituir al que hasta hoy era el Santo Patrón de los panaderos, San Honorato, por el primer ministro francés, Emmanuel Macron, ese hombre que cada vez que habla sube el pan. El primer mandatario del país vecino es un «todoterreno» que lo mismo se pone en conversaciones con el famoso balompedista galo Kylian Mbappé y con su señora madre (que por cierto se llama como la amiga de mi abuela, Lamari) para tratar de convencer al astro francés de que permanezca en el París Saint Germain, que amenaza en público al mismísimo Vladímir Putin, abogando porque la OTAN envíe tropas a combatir al sátrapa ruso en su “operación especial” en Ucrania. Como lo oyen; el lánguido Macron amenazando a Putin, ese supermacho del Cáucaso que se quita la camiseta y a pecho descubierto te calza una hostia que te pone los mofletes como si fueran los rodetes de la Dama de Elche. Tras pasar por el dentista, pues se le había soltado un empaste debido a las violentas carcajadas, Putin, el testosterónico dictadorzuelo de todas las rusias, compareció ante las cámaras para comunicarnos, con su habitual inexpresiva faz –inexpresiva no se sabe si por la ausencia de empatía con el género humano, por el exceso de bótox, o por ambas cosas- que como occidente le toque sus partes pudendas, lo de Hiroshima y Nagasaki va a ser como un pedo de Bambi en el bosque, comparado con la que nos va a caer encima. Por fortuna, nuestros aguerridos gobernantes occidentales, se han apresurado, como un solo hombre, a afearle sus palabras a… ¿quién dirán ustedes? Efectivamente, no a Putin, sino al bueno de Emmanuel: «pero hombre, Manu, ¿cómo dices esas cosas? Mira que nos vas a meter en un jaleo con Vladímir Vladimirovich y bla, bla, bla… Occidente ha tardado mucho en darse cuenta de quien es verdaderamente ese señor llamado Putin, que tanta risa daría si no diera tanto miedo. Sin duda su cara de alopécico registrador de la propiedad nos ha despistado un poco a todos. Recuerden lo que dijo en su día George Bush hijo (demostrando una vez más lo que ya todos sabíamos, es decir, que no es precisamente un lince con forma humana) sí, hombre, aquello de que cuando miraba a Vladímir Putin veía en él a un hombre digno de confianza. Los métodos de Putin, este “héroe” de nuestro tiempo -por utilizar irónicamente el título del famoso libro de su compatriota Lérmontov- a la hora de convencer a la corrupta occidente de que no va por el buen camino son múltiples y variados, y van desde la amenaza explicita y pública, como la que es objeto de este artículo, hasta el asesinato ejemplarizante allende sus fronteras, a veces en países tan poco proclives a dejar intervenir a agentes extranjeros dentro de sus confines como Estados Unidos o el Reino Unido. Y si es capaz de hacerlo en esos países, tan estrictos en cuanto a su política exterior y tan celosos de sus fronteras, imagínense en el nuestro, donde la respuesta del gobierno a la afirmación de los servicios secretos de que los autores del asesinato, hace unos días, del joven desertor ruso que vivía en Villajoyosa, fue cosa de los esbirros del Kremlin, ha sido alegar que el ejecutivo ruso les había dicho que no, que no; que pío, pío que yo no he sido. Y hasta hoy. Los métodos empleados por los hijos de Putin (lo cierto es que no quería usar este chiste tan manido, pero, qué quieren, no he podido resistir la tentación) son múltiples y variados. La cosa viene de lejos, tampoco vayan a pensar que lo de persuadir al personal mediante el convincente método del asesinato lo inventó Vladímir Vladimirovich; se me viene a las mientes, entre otros ejemplos, aquel pintoresco piolet que en Méjico, año 1940, perforó el cráneo del revolucionario Trotski, por entonces ya enemigo acérrimo de Stalin, piolet empuñado, por cierto, por el español Ramón Mercader, agente al servicio del régimen comunista. Modernamente, el Kremlin viene decantándose por métodos más “sutiles” como el envenenamiento mediante las más variadas sustancias. Seguramente recuerden el exótico té con polonio que dos ex colegas suyos del KGB le suministraron a Alexander Litvinenko en pleno centro de Londres, o el ricino en la punta de un paraguas con que fue asesinado el periodista Georgi Márkov, muy crítico con el régimen putinesco. De cuando en cuando, si el veneno falla, los agentes rusos optan por volver a utilizar métodos más rudimentarios, pero más expeditivos, como cuando acribillaron a la periodista Anna Politkovskaya en la puerta del ascensor de su casa, tras haber intentado envenenarla sin éxito, tiempo atrás. A veces, incluso, matan moscas a cañonazos, casi literalmente, como sucedió recientemente con el líder del Grupo Wagner, Yevgueni Prigozhin, que más que mosca era un auténtico moscardón para Putin, tras haberle lanzado un órdago a la grande colocándole a sus mercenarios a las puertas de Moscú. En la retina de todos quedan las imágenes del avión de Prigozhin, cayendo triste y deslabazado, casi como un desvalido gorrioncillo abatido por la mano de un cazador implacable. También hay días en que los lacayos putinescos parecen sentir la necesidad de ahorrar, y entonces emplean el método más barato que existe: el balconing sin piscina. Nunca se lo van a reconocer al bueno de Vladímir Vladimirovich (ay, mundo ingrato) pero desde que Leonardo da Vinci inventó el artilugio aquel con el que intentó volar sin demasiado éxito, nadie ha hecho tanto por el vuelo sin motor como nuestro héroe del Cáucaso. No se sabe muy bien por qué, pero los opositores al régimen ruso tienen una irrefrenable tendencia a intentar imitar a Ícaro, aunque sin ponerse siquiera unas alitas de cera, como las que llevaba el mítico mancebo, con lo cual acaban dando, indefectiblemente, con sus huesos en el duro suelo; no daré nombres, que la ortografía rusa es muy complicada y no tengo ganas de consultar a San Googleato, pero son legión los “amigos de Putin” propensos a confundir las ventanas de los rascacielos con la puerta de salida al exterior. Misterios de la vida. Y de la muerte. La última “hazaña” -que probablemente será penúltima en breve- del machomán testosterónico de ojos glaucos, ha sido la de “liberar” de la cárcel -liberar a su modo, claro- al que actualmente era su principal opositor, Alexei Navalny, o Navalni, quién al parecer cayó desplomado al suelo como fulminado por un rayo durante un paseo en la prisión. Su mujer, Yulia Navalnaya, ha vaticinado que el asesino de su marido, y de tantos otros, pagará tarde o temprano todo el mal que ha causado en este mundo (¡Ay, Yulia, ya me gustaría a mí ser tan optimista como tú!) pero no sé por qué me parece que los malos, muy a menudo, se van de rositas en esta vida, tanto en asuntos de vital importancia como en otros más de andar por casa. Aunque quién sabe, acaso por una vez la providencia obre según una lógica/lógica y nos sorprenda. Yo, por si acaso, voy a hacer con Putin como esos sacerdotes que han sido pillados in fraganti diciendo que iban a rezar mucho para que el Papa Francisco (Papa Paco para los amigos) vuele pronto a la vera de Dios Padre Todopoderoso, solo que como no soy creyente, en vez de elevar mis plegarias al Señor, le rezaré a la Providencia, al Destino, al Gran Arquitecto, al Programador Cósmico o a quien coño quiera que sea que desde ahí arriba se empeña en manejar nuestras vidas como si fuéramos sus tristes alfeñiques, a ver si me escucha y se lleva pronto al psicópata este del este.
Raúl García Castán