La palabra tomate, según Wikipedia, procede de la palabra xitomatl, que en la lengua náhuatl de México se traduce como “ombligo de agua gorda”. Es una solanácea originaria de América que llegó a nuestras costas en 1519, traída por Hernán Cortes desde los jardines de Moctezuma, como planta ornamental, por considerarse tóxica. Vino de ultramar acompañada de maíz, patatas, pimientos, cacao, vainilla, piña, cacahuetes, boniatos y muchas otras cosas, entonces exóticas y hoy cotidianas, sin las que ya no sabríamos vivir.
Apuesto que a usted también se le ha ocurrido alguna vez plantar una tomatera. Parece tarea fácil, basta una maceta una semilla y un poco de atención para tener en unos meses, al menos en mi caso, una pequeña frustración. Lo que parece sencillo, no lo es tanto, pero producto de mi experiencia le puedo recomendar algunas cosas: no se exceda en el riego, proporcione un poco de calcio a la tierra, por ejemplo, en forma de cáscara de huevo, y nunca, nunca, nunca lo fertilice con abono para césped con herbicida, no le sienta nada bien.
La visión idealizada y romántica, que pinta al envejecido granjero arando encorvado la tierra, para sembrar y luego recolectar las verduras que ponemos en la mesa, queda restringida a la afición de los huertos urbanos, digna actividad recreativa para ratos de ocio, saludable para el que lo practica, pero inútil para alimentar a la comunidad.
Lo normal es que no seamos capaces de producir nuestros propios alimentos y que acudamos al comercio de confianza a adquirir el sustento. A la hora de escribir estas líneas, por ejemplo, el “tomate rosa Tip-Top” está de oferta a 2,89 €/Kg respecto a su precio normal de 3,49 €/Kg.
La Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG) controla, desde 2008, la diferencia de precios en origen y destino de un conjunto de alimentos básicos, con esa información elabora un índice, el IPOD, que se mantiene casi invariable desde junio de 2008, entonces el agrícola era 4,5. En enero de 2024 su valor fue 4,17. Según la misma fuente, el último precio en origen del tomate de ensalada era de 0,61 €/Kg. Así se inicia la peregrinación del tomate de la mata a la mesa hasta esos 3,49 € por kilo.
El Observatorio de Precios y Mercados de la Junta de Andalucía establece, para 2021, el coste de producción por hectárea de tomate, en invernadero de Almería, en 72.298 €. Incluye el importe de semillas, semilleros, fertilizantes, control de plagas, agua, electricidad, combustible, transporte, materiales, herramientas, mano de obra, servicios exteriores, amortizaciones, reparaciones y mantenimiento, gastos generales y financieros y un largo etcétera. Según un informe elaborado por ASAJA-Almería en 2022, de media los costes de producción de tomate se incrementaron ese año un 34% y un 40% los de mano de obra.
Si todo va bien, no hay sequía, ni catástrofes, ni importes extraordinarios, podremos obtener una producción de 130.000 Kg por ha. A precios de 2022, el importe real de producción de un kilogramo de tomate sería de 0,56 €. En el mejor de los casos quedan apenas 5 céntimos de margen al horticultor.
La teoría de la conspiración más cafetera, sin aportar evidencia alguna, sostiene que la diferencia de precio entre el origen y la mesa se debe a los elevadísimos márgenes que aplican las multinacionales, que abusan del productor para inflar sus beneficios. Los líderes populistas más comprometidos lanzan proclamas contra los grandes distribuidores, a quienes acusan de todos los males, en una visión pueril y simplista que sólo tiene como objetivo agitar, sin aportar solución alguna.
Basta con acudir al Ministerio de Agricultura para comprobar que el margen de beneficios en cada paso, sumando la ganancia de cada interviniente en el proceso, no supera el 5%, lo que parece no solo razonable, sino incluso escaso. Ese 5% es de lo que viven todos, el resto del precio se debe a los gastos.
El agricultor hace la recolección y transporta su producción hasta la central hortofrutícola correspondiente. En las centrales se clasifica, se selecciona, envasa y empaqueta. El que no va a la industria o a exportación, pasa a las plataformas logísticas y de ahí a almacenes locales, donde preparan para repartir entre los puntos de venta al cliente. Un pequeño ejército de furgonetas y camiones pequeños recorren nuestras calles cada mañana, distribuyendo la hortaliza, para que podamos luego hacer tranquilamente la compra del día.
Todos los intervinientes en ese camino están sometidos a severa inspección y vigilancia, y sus productos deben cumplir estrictas normas de calidad, certificación y trazabilidad, protocolos higiénico-sanitarios, reglas de seguridad alimentaria y de manipulación, ordenanzas fiscales, de tráfico y de transporte de mercancías, exigencias de trazabilidad y muchas más, todas de obligado cumplimiento, establecidas por ayuntamientos, comunidades autónomas, el gobierno de España y la Unión Europea. El cumplimiento de todo ello se registra en cada punto del viaje para que, al menos una parte de la mercancía llegue a nuestras manos, conforme al elevado nivel de exigencia que nos hemos marcado.
Seamos serios, si los agricultores cobran poco por sus productos es porque los consumidores, que somos muy exigentes, también pagamos precios muy ajustados. Desengañémonos, no hay nadie enriqueciéndose ilícitamente en el camino, ni especulando salvajemente a costa de los demás.
Los tractores que circulan estos días por las carreteras, conducidos por ciudadanos que salen a pedir lo que es suyo, merecen respeto y atención. Para atender sus demandas hay al menos dos soluciones complementarias. La primera es elevar el precio en origen, lo que inevitablemente hará que paguemos más en destino. La otra es bajar sus costes e implica escuchar a los agricultores y, al menos, hacer reformas serias en la PAC (Política Agraria Común), que les descargue de parte de la burocracia y de otras gabelas añadidas, además de cambios en política arancelaria, para evitar competencia desleal, y mejoras en la política nacional, con ayudas a la optimización y modernización sus explotaciones, entre otras cosas.
¿A que ya no parece tan fácil y barato disponer de tomates frescos de la huerta en casa? Menos sencillo aún si queremos tener también pimientos, pan, huevos, leche, fruta, legumbres, aceite, carne, pescado… Si queremos seguir disfrutando de algo que poner en la mesa, creo que va siendo hora de que escuchemos y apoyemos las reivindicaciones del campo. Son las nuestras, nos va la vida en ello, así lo veo yo.
Javier López-Escobar
No hay tomates como los de Reborio… Buena tierra, un poco de cucho y agua.
¡Ya te digo!, pero ya no tengo huerta en la que plantarlos 😢