Las ciegas hormigas

Ramiro Pinilla es otro de mis autores preferidos. He leído prácticamente todos sus libros y aunque no sea muy conocido, a mí me parece uno de los más importantes autores españoles del pasado siglo. Este vasco muerto hace ya algunos años y del que en el 2023 se celebró el centenario de su nacimiento, fue una persona humilde poco dada a entrevistas y promociones que cuenta en su haber con un premio Nadal que ganó con esta novela, finalista del Planeta con Seno, ganador del Nacional de Narrativa, de la Crítica, etc.

Esta novela está ambientada en los años más duros del franquismo, con la pobreza, la incultura, la lucha por sobrevivir con pocos márgenes para el optimismo en las clases más bajas trabajadoras. En este ambiente, un gran temporal en las costas vascas provoca el accidente de un barco inglés que transportaba carbón y que se desparrama por la costa. Todo en una noche infernal de viento fortísimo y diluvio. La familia Jáuregui, como el resto de vecinos de Getxo, quieren aprovechar el “oro negro” que para ellos supone el carbón, es “salvar” el invierno. Todo se complica más cuando las autoridades intentan primero recuperar la mayor cantidad posible del carbón que aún queda en el barco y después lo que los vecinos ya se han llevado. La lucha contra la adversidad climatológica, las condiciones de vida, los recursos con los que cuentan, todo en modo apocalíptico, hace de la novela algo duro, triste. Además, porque se produce un fatal accidente que cambia casi todo.

Hacia el final de la novela, con todo ya perdido, el padre, Sabas, y uno de sus cinco hijos, Ismael, van por el campo, el padre quita una piedra que deja al descubierto un hormiguero y enseña a su hijo el desconcierto que eso produce en las innumerables hormigas que, inquietas, se empiezan a mover hacia todos los lados, intentando unas salvar los alimentos que llevaban, otras defendiendo su hogar… entonces coloca un pequeño palo en una de las “rutas” que seguían las hormigas y le enseña al hijo cómo las hormigas, cargadas con granos o larvas salvan trabajosamente el palo para seguir su ruta. Pondrías una piedra y también la remontarían. Destrozarías a azadonazos su recinto y siempre quedarían algunas para reanudar la misma vida de esfuerzo bien aquí o en otro lugar. Siempre siguen adelante. Tropiezan y se levantan. Están preparadas para vencer todo lo que se les ponga por delante. Son invencibles. Han sido creadas con esa consigna y la cumplen. ¿Para qué? pregunta el hijo. ¿Para qué? ¿Para qué? ¿Quién puede saber para qué han sido creadas así?

Esto es la novela. Un fantástico relato de la lucha de una familia, de todo un pueblo para sobrevivir, una lucha titánica contra todo y contra todos: la Guardia Civil, la lluvia, el viento, la noche, la extrema peligrosidad de los acantilados por donde tienen que avanzar para llegar hasta el carbón desperdigado. La lucha extrema para conseguir una carreta y unos bueyes y acercarlos lo más posible. Y esconder el carbón. Todo épico.

La novela tiene un narrador principal, el hijo Ismael. Pero la mayoría de los capítulos los narra en primera persona uno de los protagonistas: la mujer, la abuela, el resto de los hijos, un cuñado. Esto hace más interesante el relato al tener varios puntos de vista de las situaciones más importantes. Todos los personajes están perfectamente definidos, con personalidades claras que hace que la trama fluya sencilla y verosímil a pesar de lo dantesco de las situaciones. Terquedad, lucha titánica, una obcecación sin límites. Alguien ha escrito que es como el mito de Sísifo al que los dioses castigaron con subir una enorme piedra hacia la cima de una gran montaña solo con su esfuerzo, empujándola, sabiendo que era imposible. La metáfora del esfuerzo inútil como la definió Camus.

Al final, Sabas, el padre, queda para el lector como un héroe, como un “superhombre”, su esfuerzo, nobleza y voluntad lo convierten en un personaje trágico e invencible a la vez, con caracteres épicos. En fin, un libro duro, oscuro, con un pesimismo brutal. Pero extraordinario.

Está tan bien relatada esa noche de lucha descomunal que cuando lo estás leyendo, les puedo asegurar que te sientes empapado de agua, te notas heridas en las manos de manejar cuerdas, de bajar por acantilados, te ves negro del carbón, y no para de llover, te sientes calado hasta los huesos y vas notando el cansancio. Al final, te has sumergido de tal manera dentro de la narración que terminas agotado por el inmenso esfuerzo. Las puedo garantizar que es una sensación que sólo se puede producir cuando estamos ante un libro extraordinario.

En la edición que yo he leído de 2010, incluye un epílogo de Fernando Aramburu donde habla de su experiencia leyendo la novela y al final dice: “Por espacio de largos años me complació ver en Las ciegas hormigas la novela vasca por antonomasia, en la medida en que refleja (no sé si mejor, pero sin duda con más intensidad que cualquier otra obra de su tiempo) la combinación fatal de mentalidad obstinada y de destino adverso que ha terminado por prevalecer en la moderna historia de mis paisanos. La novela no ha perdido con el transcurso de los años su extraordinaria fuerza épica, si bien hoy día me debo inclinar, en un acto de estricta justicia literaria, por su hermana mayor, el ciclo comprendido en Verdes valles, colinas rojas, a la hora de destacar un título representativo de los anhelos e inquietudes de toda una colectividad”.

Creo que tengo poco más que decirles, comparto con el gran Aramburu el que Verdes valles, colinas rojas es una obra monumental, maravillosa y que para mí fue la puerta de entrada al universo de Ramiro Pinilla, Pero ese es un reto un poco mayor, son tres novelas de casi 800 páginas cada una. Quizás algún día les hablaré de ellas.

Pero antes lean Las ciegas hormigas y disfruten de una maravillosa novela, de un gran relato, conozcan a uno de los grandes escritores españoles del pasado siglo, es una novela altamente recomendable, merece mucho la pena leerla.

Léanla en papel, en un libro de verdad, el digital es otra cosa.

Al menos a mí es lo que me parece.

                                                                                                                                                                                   Heliodoro Albarrán 

                                                                                                                                                                                                                                      

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