La mujer de César

Al parecer, allá por los años sesenta del siglo I a. C., Aurelia, Madre de Julio César y Pompeya, su segunda esposa, organizaron en la domus publica, residencia oficial en la Vía Sacra del recién elegido Pontífice Máximo, una celebración con ocasión de la festividad de la diosa de la fertilidad, la castidad y la salud, Bona Dea, con la presencia de todas las principales matronas de Roma y cuya norma principal era la exclusión absoluta de los hombres.

Cuentan que aquella noche de diciembre, Publio Clodio Pulcro, un patricio guapo, estiloso y rico, lo que hoy consideraríamos un niño pijo mal criado, se acercó al lugar y tras la esquina espero el momento en que no le miraran, y se metió dentro. Era su oportunidad, unas entran, otras van saliendo, y entre el barullo, él se coló dentro. Ahí se coló y en su fiesta se plantó. Hidromiel para todos y algo de comer, mucha niña mona, pero ninguna sola, luces de colores, lo pasaré bien. La vio pasar y se escondió, con su traje transparente iba provocando a la gente, y él se preguntaba: ¿Quién me la puede presentar?… Ella le vio y se acercó, el flechazo fue instantáneo, pero no cayó entre sus brazos…

El caso es que, a pesar de ir travestido para pasar desapercibido, Clodio fracasó en su intento de roce carnal con la domina, fue descubierto por Aurelia y expulsado ipso facto del lugar. Enterado César, el de “Veni, vidi, vici”, del suceso, no se lo pensó dos veces y tomó la decisión de divorciarse de Pompeya. La única explicación que dio de tal disposición, según Plutarco, fue: “Mulier Caesaris non fit suspecta etiam suspicione vacare debet”, que vendría a significar algo así como: “la mujer de César no puede ser sospechosa y cualquier sospecha debe ser eliminada”.

Muchas esposas de importantes senadores se horrorizaron ante la ocurrencia clodiana y los optimates, grupo político de la época que hoy podríamos llamar conservadores, consideraron un ultraje intolerable lo que Clodio había hecho. El Senado decretó un juicio con jurado contra el pretendiente de Pompeya, siendo acusado de profanación. Marco Tulio Cicerón subió a la palestra a declarar que el joven patricio era, sin duda, culpable de sacrilegio, un monstruo impío que había cometido un atentado contra la religión y las tradiciones republicanas, un peligro para el estado.

Pero cuando todo parecía perdido, contra todo pronóstico y ante el asombro de todos, Julio César acudió al juicio y dio testimonio proclamando su fe en la inocencia del acusado. No consta que llamaran a declarar a la nuera de Aurelia. Dicen que en la solución del problema también pudo influir cierto soborno al jurado, pero no tengo pruebas para afirmar tal cosa.

Publio Clodio no se escondió en el maletero de una cuadriga para huir a cualquier provincia bárbara, no tuvo necesidad de indulto ni amnistía, fue absuelto y se marchó tranquilamente a su cuestura, con la idea de encontrar una vía alternativa para encauzar su futuro político y planear detenidamente su venganza.

Ahí quedó la hija de Quinto Pompeyo Rufo, limpia de toda sospecha, pero descompuesta y sin marido, que puso tierra de por medio y partió inmediatamente a tomar posesión de su provincia en la Hispania Ulterior.

Años más tarde, las huestes de Milón acabaron de un certero golpe de jabalina con la vida de Clodio, dejando su cadáver destrozado en mitad de un camino, casualmente delante de un santuario de Bona Dea.

En los idus de marzo del año 44 a. C., Julio César fue salvajemente asesinado por un furibundo grupo de senadores liderados por Casca, a los que se unió Bruto, objeto de las últimas palabras que Julio César dejó para la historia: “Tu quoque, Brute, filii mi!”.

A estas alturas de la película, a pesar de que era mi intención al iniciar este artículo, ya no me apetece hablar de las actividades empresariales de la mujer del presidente del gobierno de España, me da mucha pereza. Además, seguramente Ud. ya tiene una opinión formada sobre lo que está sucediendo y no necesita que yo le explique las analogías que se pueden encontrar entre los sucesos históricos evocados y la penosa situación por la que pasa la política patria, por culpa de la ambición desmedida y la mediocridad patente de los que se encargan de la res publica, que se afanan con denuedo en tomarnos a los demás por tontos.

Es muy mal camino aquel al que nos están empujando aquellos que sólo sirven a un objetivo, el de permanecer en el poder. Es hora de serenar el ánimo, de detenerse un momento, de mirar alrededor con calma y de retomar el rumbo, antes de que sea demasiado tarde.

Javier López-Escobar

P.D.: Pido perdón a Mecano por pervertir la letra de su célebre canción, pero no pude resistirme. Pido igualmente disculpas al respetable por los latinajos y por mi osadía al traducirlos sin conocimiento alguno que avale tales acciones.

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