“Una vez, una persona que le había amado con locura le había escrito una carta absurda, que terminaba con estas palabras de idolatría: «El mundo ha cambiado por estar hecho tú de marfil y de oro. La línea de tus labios escribe de nuevo la historia». De pronto sintió asco de su belleza, y arrojando a tierra el espejo, lo desmenuzó en añicos de cristal y plata bajo sus talones.” (El retrato de Dorian Gray).
Reflexionando sobre la inaudita “carta a la ciudadanía”, con la que Pedro Sánchez Pérez-Castejón, presidente del gobierno de España, da otro inesperado y vehemente giro al timón de su improvisada huida hacia adelante, en pos de satisfacer su ego (es mi opinión), es difícil no caer en la tentación de citar la célebre novela de Oscar Wilde en la que cuenta la obsesión de un agraciado y exitoso pimpollo por mantenerse siempre joven, después de que el pintor Basil Hallward, le retratara en un hermosísimo lienzo.
No han faltado en estos años pintores voluntarios que se han ido arrimando al que ocupa aún hoy el sillón de la Moncloa y a su sombra han crecido, mientras regalaban sus oídos y le retrataban para su mayor gloria, ni han escaseado lo hagiógrafos aficionados, pero muy entusiastas, dispuestos a hacernos llegar por todos los medios el sinfín de prodigios progresistas y supuestas virtudes vividas en grado heroico por este hombre, que lidera con valentía la lucha contra las derechas extremas y las extremas derechas, aprendiz de Kim Jong-un, que cabalga a lomos de un brioso corcel por cualquier camino que le venga bien, sin encomendarse a nada ni a nadie.
Como ciudadano, profundamente enamorado de mi mujer, que desea ver avanzar al país que también quiero, destinatario de la misiva publicada en “X” y que he leído de principio a fin, me siento, como poco, ofendido, despreciado y tomado por tonto. Ofendido por la insoportable condescendencia con la que pretende explicarme sus cuitas, despreciado por el tono con el que se refiere a quienes no adoramos su figura de marfil y de oro, y tomado por tonto cuando me quiere hacer creer que es víctima de no sé qué conspiración inédita en la historia de la humanidad.
Quienes se dedican a escudriñar y analizar al personaje, se refieren a él frecuentemente como Narciso, en referencia al bello efebo griego del que todos, hombres y mujeres, se enamoraban y a quienes él rechazaba. Para castigar a Narciso por su engreimiento, Némesis, diosa de la justicia retributiva, la solidaridad, la venganza, el equilibrio y la fortuna, hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en un estanque. En una contemplación absorta, incapaz de separarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas.
“Y soy mi propia ausencia frente a un espejo roto”, con este verso terminaba el escritor chileno Enrique Lihn Carrasco uno de sus poemas, titulado “La vejez de Narciso”. Hoy, ausente el presidente por voluntad propia, retirado de la vida pública hasta el lunes 29, contempla su faz ante el espejo roto en el que antaño se admirara él mismo, “su persona”, sin reconocerse mientras, para sorpresa de todos, incluidos los suyos, valora si abandonar el estanque que ya le parece enfangado o renacer de sus cenizas.
El lunes 29 sabremos si se arroja o no a las aguas, pero no nos engañemos, el espejo está roto.
Javier López-Escobar