Ni a la política, ni a ningún sitio, se va llorado de casa

Durante los últimos días venimos asistiendo, lamentablemente, a una escalada verbal política y periodística que, preocupantemente, está dando lugar también a una escalada verbal social; vamos en la calle, en la barra del bar y en el día a día.

Mucho se ha opinado sobre el puñetazo en la mesa dado por el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en forma de carta a toda la ciudadanía, periodo de reflexión y decisión final de continuar al frente del Ejecutivo. A este respecto únicamente diré que yo fui uno de esos miles de ciudadanos que acudimos a Ferraz sin banderas franquistas, ni muñecas hinchables, ni muñecos a quien apalear. Yo fui uno de esos miles de ciudadanos que acudí a Ferraz a decir a mi secretario general y a mi Presidente del Gobierno que siguiera adelante.

En cuanto a la escalada verbal, magníficamente bien definida por el ministro Bolaños en una expresión que tomo prestada, “jauría ultraderechista”, me da vergüenza y miedo a partes iguales.

Una oposición entendida como control a la acción de gobierno y fiscalización de la gestión de quien está al frente de una administración, sea la que sea, puede y debe ser incisiva, firme, contundente y seria. Porque así cumplirá mejor su papel y porque así, quien por decisión de los ciudadanos ostenta la obligación de gobernar y gestionar, actuará con mayor diligencia.

La dureza y la firmeza de una labor de oposición es necesaria, pero entre esa dureza y el insulto o la falta de respeto hay una línea, más o menos gruesa según las circunstancias, que se cruza con demasiada ligereza. Y como en todo en la vida, hay matices e intensidades. Evidentemente, por ejemplo, en el fragor de un debate se puede subir la intensidad y vehemencia de las intervenciones, incluso se puede proferir alguna palabra no del todo bien sonante. Pero el insulto, el desprecio y las acusaciones no tienen cabida.

Es inaceptable que desde cualquier tribuna (política o mediática) se hable, por ejemplo, de Gobierno ilegítimo. Es una absoluta barbaridad y un peligroso punto de partida para una escalada verbal y de acciones violentas cuyos responsables son y serán quienes ejecutan esas acciones, quienes las jalean, quienes las blanquean y…quienes las alentaron con expresiones como la anteriormente citada. Es solo un ejemplo, de política nacional, pero hay mucho más, y especialmente graves me parecen también aquellos que se dirigen a los responsables públicos haciendo hediondas referencias a sus familias, creencias religiosas, origen, aspectos físicos o sabe Dios qué.

Pero también hay expresiones intolerables en otras esferas políticas de menor nivel, que, en el ámbito local, vienen acompañadas por el agravante de la cercanía y el conocimiento personal. Me refiero, por ejemplo, a la política local. Y como ejemplo pongamos el de atacar a quien gestiona un municipio haciendo referencia a su orientación sexual en lugar de analizar y criticar la gestión que se está haciendo del pueblo desde el Ayuntamiento. Y créanme, amigos lectores, que sé de lo que hablo…

Y antes los ataques, insultos y amenazas hay quien dice que a la política se viene llorado de casa y que hay que aguantar carros y carretas y que va en el sueldo. Pues mire, no. Porque ni a la política ni a ningún sitio se va llorado de casa. Ni en el ámbito laboral, ni el familiar, ni el más estrictamente personal. A ningún sitio se va llorado. Se llora cuando se necesita. Se llora cuando el llanto es para ti una forma de expresión como pueda ser la sonrisa, un beso, un abrazo, un cabreo o un golpe en la mesa.

Porque nada que tenga que ver con la falta de respeto y los ataques personales va en el cargo. Absolutamente NADA. Absolutamente en NINGÚN CARGO: ni político ni de ninguna otra índole.

Usted que generaliza, que pide al político, así en abstracto, que tiene que estar pegado a la gente y sentir lo que la gente siente; que tiene que saber lo que pasa en el bar y en la calle; que tiene que dejar el despacho, el escaño y el coche; reflexione conmigo un instante.

¿Le pedimos todo eso, pero le exigimos a la vez que aguante estoicamente y cargue con todo lo que caiga encima como si de un ser inerte se tratara? ¿Le pedimos empatía y capacidad de ponerse en lugar del otro, pero le despojamos de esa sensibilidad que le exigimos para que no haga mella en él o en ella el insulto, la acusación o la amenaza? No seamos cínicos, por favor.

Quizá a usted, amigo lector, no le importe demasiado. Pero yo me niego a salir de mi casa cada mañana llorado. Prefiero llorar, si tengo que hacerlo, en el lugar y en el momento que me toque. ¿Y eso mostrará una supuesta vulnerabilidad?, pues seguro que habrá quien se lo tome así.

Porque ir llorado a donde sea, supone dos cosas: que todo vale contra uno y que hay que aguantarlo todo. Y me niego a las dos.

Así que, amigo lector, no se levante ni una sola mañana ya llorado. Ni se le ocurra. Tampoco se levante ni una sola mañana con la tentación de asumir que el resto de los mortales con los que usted se cruce cada día ya va llorado.

Apacigüemos los ánimos. Seamos firmes y contundentes en la defensa de nuestras ideas, proyectos y puntos de vista. Seamos firmes y contundentes en el intercambio de opiniones. Pero no crucemos la vergonzosa línea roja del ataque, el insulto y la falta de respeto.

¡Ah! Y no haga llorar a nadie. ¡Ah! Y recuerde que no siempre se llora con lágrimas…

 

#YoYMisCosas

Rubén García de Andrés 

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