Tras la publicación de su novela «Bel-Ami», Guy de Maupassant recibió incontables críticas por parte de una buena fracción de la prensa, que se sentía aludida, por lo que decidió publicar una carta de respuesta en «Le Gil Blas». Con la intención de aclarar los términos en los que debía entenderse su consideración a los “los periodistas, de los que se puede decir como se decía antaño de los poetas: Irritabile genus”, el escritor explicaba que: “En otra profesión, hacen falta conocimientos especiales, preparaciones más prolongadas. Las puertas para entrar están más cerradas, y para salir son menos numerosas. La Prensa es una especie de inmensa república que se extiende por todos lados, donde se encuentra de todo, donde se puede hacer todo, donde es tan fácil ser un hombre honesto como un bribón”.
Desde que Julio César hiciera colocar en el Foro Romano el «Acta Diurna», en el siglo I a. C., con el fin de que la opinión pública quedará informada y, a la vez, influida en sentido gubernamental, todos los poderes políticos y económicos han tratado de gobernar y domesticar la información y a los informadores, cuando no de eliminarlos sin más. Hay quien cree que habría que haberle hecho caso a Honoré de Balzac, cuando dijo que: «si el periodismo no existiera habría que evitar inventarlo». El periodismo siempre ha sido visto con desconfianza, incluso, a veces, desde dentro de la propia profesión.
Tal vez la obra más extensa en español, publicada sobre la influencia de la prensa en la sociedad, sea «El cuarto poder», de mi paisano Armando Palacio Valdés, escritor a caballo de los siglos XIX y XX, miembro de la Real Academia Española, y dos veces nominado al Premio Nobel de Literatura. En ese libro dividido en dos tomos, con diecinueve capítulos, hace alarde de finísima ironía y sentido del humor para plantear un panorama de los medios de comunicación que sigue de vigente en la actualidad, poniendo en evidencia la intromisión de la prensa en la intimidad personal y familiar, y la utilización espuria de los medios en el ataque y desprestigio del rival político o social.
El tema sigue estando de moda, hoy desde los altavoces del poder se proclama una enmienda a la totalidad dirigida a los mass media, a los que se culpa de desinformar, de difundir fake news (bulos), de promover la calumnia y el insulto, de crispar y dividir a la sociedad, al servicio de grupos ocultos que buscan subvertir la Democracia, convirtiendo el espacio de debate en un lodazal, para devolvernos al medievo.
En cierto modo es verdad, o eso me parece a mí, que cuando los medios de comunicación sirven a intereses de individuos, o de gobiernos, o de partidos políticos, sean del signo que sean, o de imperios económicos, o de individuos en particular, y no a toda la sociedad, las consecuencias son nefastas, contribuyendo a la división y la degradación de la comunidad.
Pero si tomamos un poco de distancia y observamos el panorama con perspectiva y serenidad, tal vez nos demos cuenta de que no hay nada nuevo, es lo de siempre, y veremos que en el periodismo, como en cualquier profesión, hay mucha gente muy competente, formada, profesional, con sentido común y vocación de servicio, resistente a las coacciones, acompañada de algunos no menos honestos pero sí algo menos capaces, que se limitan a vivir de eso, salpicados por unos pocos, muy pocos, auténticos sinvergüenzas, carentes de moral y esclavos del dinero y el vicio, propensos a caer en las redes de los poderes políticos o de las grandes corporaciones. Nada que no se pueda encontrar en cualquier comunidad de vecinos.
Si nos quitamos las anteojeras y adoptamos una actitud mental abierta, procurando dejar a un lado los prejuicios, que solo permiten ver un aspecto limitado de la realidad, nos daremos cuenta, sin buscar mucho, de que aún existe un periodismo serio y creíble, plural y de calidad, que colabora en la construcción de la confianza social y promueve los valores democráticos, colaborando en el rendimiento económico y el desarrollo de una sociedad libre y madura.
En una sociedad democrática el periodismo es fundamental para que la ciudadanía disponga de un caleidoscopio completo de información veraz, imprescindible para conocer y entender el mundo en el que se desenvuelve y para tomar las decisiones que cada cual considere oportunas conforme a sus derechos y libertades.
Ese es su poder, el cuarto poder, contrafuerte de la Democracia, salvaguarda de la Libertad y defensa contra aprendices de autócrata. Una sociedad bien informada es una sociedad próspera, en la que no germinan las tiranías ni prosperan las ambiciones personales de poder. Dime quien ataca a la libertad de prensa y te diré quién es un dictador, dime quien la promueve y te diré a quién seguir. Dejo a su imaginación poner cara y ojos a cada cual.
Javier López-Escobar