Miguel Delibes es uno de los grandes escritores españoles del siglo pasado y yo creo que de la historia. Escribió muchos libros y muy buenos, algunos auténticas obras maestras que son clásicos de nuestra literatura, de los que se hacen tesis y estudios en todo el mundo y que forman parte de los programas en nuestros centros docentes. Las ratas, Cinco horas con Mario, La sombra del ciprés es alargada, El camino, La hoja roja, etc. etc. Seguro que todos conocen y han leído alguno de ellos. Yo también he leído varios y les confieso que, para mí, el mejor es El hereje, una de los últimos libros que escribió. Ganador de múltiples premios es un escritor reconocido, querido y alabado por los lectores.
De toda su fascinante obra, he elegido para comentarles hoy, Señora de rojo sobre fondo gris. Posiblemente porque no es de las más conocidas, a pesar de que se llevó al teatro con un gran éxito. A mí me gustó en su día y ahora muchos años después he descubierto muchas cosas que pasaron desapercibidas.
Estamos en los últimos meses del franquismo y el libro está narrado en primera persona, la de un prestigioso pintor, que ahora y desde la muerte prematura de su mujer Ana está hundido en una crisis de creatividad. Han pasado 17 años desde la muerte de Ana, tiempo que ha necesitado el pintor para poder contar a su hija sus sentimientos. El libro es un monólogo, con algunos diálogos, del pintor en el que habla a su hija de su vida y sobre todo de su mujer “Ana era una mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”. Todo el libro es un bellísimo retrato de un amor maduro a lo largo de muchos años de convivencia y también es una añoranza inolvidable de la mujer.
El libro se lee con facilidad, está narrado con la fluidez de todos los libros de Delibes. La parte final donde el padre relata la penosa enfermedad de la mujer y su muerte, son páginas llenas de sensibilidad, de dolor y también de intensidad. Pero todo contado de modo entrañable. Son páginas inolvidables. Delibes dice: “Cuando alguien imprescindible se va de tu lado, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultan insoportablemente banales”. Pensé mucho tiempo sobre esta frase y, cuando la entendí en su profundidad, no puedo estar más de acuerdo.
Su mujer falleció en noviembre de 1974 cuando a Delibes ya le habían elegido miembro de la Real Academia de la Lengua, pero aún no había ingresado por lo que el discurso de ingreso que se produjo meses después y la contestación de Julián Marías estuvieron repletos de recordatorios a la mujer convirtiendo al acto en algo especial.
Volviendo al libro en sí, no es un folletín ñoño, aunque sea un canto al amor a su mujer y a su familia. Y también tiene otros temas de fondo como la incapacidad de pintar, de crear. Él piensa que esa incapacidad era definitiva pero no se lo quiere decir a su mujer mientras esté enferma, siempre pensó en su curación o al menos mejoría, para contarle lo que siente de su sequedad creativa. A mí esto me hizo reflexionar porque siempre había leído que los artistas, pintores, poetas, etc. creaban sus obras más importantes en situaciones adversas de pobreza, enfermedad y sin embargo en este caso desde que su mujer enferma es incapaz de sentir la inspiración para pintar. Por cierto, el título del libro es el de un cuadro que existe de verdad y que realizó un viejo pintor amigo de su mujer Ángeles de Castro.
Son entrañables las líneas donde cuenta cómo acogió su mujer la noticia de la grave enfermedad, un tumor cerebral: “Hoy estas cosas tienen arreglo, dijo. En el peor de los casos, yo he sido feliz 48 años, hay quien no logra serlo cuarenta y ocho horas en toda una vida… ¿Por qué estoy contenta? E inmediatamente se sonreía a sí misma y se decía: tengo una nieta”. Reflexiones como ésta sobre el amor, la vida, la familia, por ejemplo, cuenta los avatares de la familia cuando detienen a dos de sus hijos por participar en huelgas estudiantiles y sus continuas visitas a la cárcel. En fin, un libro que merece la pena leer.
Ella ya presiente la gravedad de su enfermedad y le pregunta a su marido “¿volverías a casarte si yo me muriera?” Él se lo toma a broma, pero ella insistía repasando las posibles “candidatas” ente sus conocidas y reían los dos. Con el tiempo él comprendió bien aquello. Y otro montón de pensamientos sobre la vida, la muerte, “no te aturdas, déjate vivir” decía ella cuando le veía alicaído y es que la idea del suicidio alguna vez sobrevoló su cabeza. Y el final, con un consuelo de la familia ante la posibilidad de haberla visto más anciana, deteriorada en un psiquiátrico o en una silla de ruedas “si la muerte es inevitable, ¿no habrá sido preferible así? No comparto la idea, me parece que el “era lo mejor para ella” que uno se imagina detrás de esas palabras, para mí es un lugar común cruel, desagradable y, además, que desconocemos.
Pero, de todas formas, el final es precioso. Como todo el libro, muy recomendable, una de esos libros que te hacen pensar, que dejan satisfecho de haber leído. Lo maravilloso de la literatura.
Al final siempre les digo que lean en libros de papel que los digitales son otra cosa. Un libro es como un ser vivo. Este libro que ahora he cogido de mi librería para releerle, amarillea por el canto de las hojas porque según pone al final, se imprimió en 1991, es decir que desde que le compré y leí han pasado más de 30 años. Y ha envejecido conmigo en la librería junto a tantos otros. Me sigue gustando la portada de esta edición (Ediciones Destino Áncora y Delfín) que es un trozo del cuadro Melancolía de Degás y es que soy mucho del impresionismo. Y además he utilizado un marcapáginas que es una acuarela que ha pintado mi mujer. Como ven hay que leer libros de papel y disfrutar de todo lo que rodea al libro. Los digitales con otra cosa.
Al menos es lo que a mí me parece.
Heliodoro Albarrán