Cerca de 250 espectadores estuvieron presentes en el jardín romántico del Palacio Episcopal para ser testigos del último de los conciertos programados en el ciclo: “Música con gusto”, que organiza la Fundación Caja Rural de Segovia. La expectación previa que había despertado esta convocatoria musical y gastronómica agotó con muchos días de antelación todas las entradas puestas a la venta. Y tuvieron razón quienes decidieron acudir a esta cita.
El restaurante “El Cordero” (Ángel García) fue el encargado de maridar la gastronomía de sus tradicionales platos con los exquisitos vinos de “El Decantador” (Paco Plaza y Álvaro Gil) y la música aportada por el dúo formado por Darío Meta al piano junto a la inconfundible voz de Yael Levi.
Los espectadores fueron recibidos a la entrada del Palacio Episcopal con un espectacular cava “cantagrillos” y una exquisita ensaladilla rusa con crujiente de kikos. El lugar sacrosanto fue un recinto ideal para que el espíritu eclesial estuviera presente en todo momento en esta fiesta. La historia nos enseña que, siempre el clero gozó de un reconocido apego por los buenos caldos de la vid.
Respecto a la música, la mezcla artística entre el piano envidiablemente manejado por Darío Meta y la envolvente voz de Yael Levi interpretando tangos y boleros inmortales logró un resultado que supieron valorar los espectadores. En el descanso, la organización hizo servir un vino blanco verdejo “shaya” acompañado de unos ricos garbanzos escabechados con picadita y pescado.
La segunda parte del concierto se centró de forma prioritaria en el “soul”. El pianista Darío Meta evidenció su categoría y dejó al auditorio bien claro por qué ha ofrecido conciertos en el Teatro Real de Madrid, en la Laeiszhalle de Hamburgo y en la Beethoven Haus de Bonn. Sencillamente genial su exhibición. Por su parte, su compañera de fatigas en esta actuación, Yael Levi, es una joven cantautora que recorre muchas salas de Madrid y que tiene un futuro inmediato prometedor. Escuchar su voz es transportarte a un mundo mágico de ensueño.
Y con los ánimos por las nubes después de una jornada inolvidable, llegó el último pase gastronómico con un vino tinto de Sierra Cantabria maridado con unas patatas revolconas con torreznillos crujientes, muy del estilo de los conocidos platos de cuchareo a los que nos tiene acostumbrados el maestro sumiller Ángel García.
Era el punto final a un ciclo de la Fundación Caja Rural de Segovia, que ya está consolidado en la capital. Fue el momento de brindar entre los asistentes, y la ocasión de evocar esos momentos del medievo cuando en la abadía del Monasterio de Santo Domingo de Silos, según cuenta la leyenda, después de los cantos gregorianos se repartían dos litros de vino al día por cada monje, que debían beberse, ya que argumentaban que era un alimento bien dotado de calorías en sustitución del agua que, a veces, otrora era portador de infecciones y trasmisor de plagas. Ayer en el Palacio Episcopal se demostró que el vino y la música bañan los espíritus con benevolencia.