Día a día

Si echamos la vista atrás en el último año transcurrido, las personas que trabajan, que estudian y se forman, los que disfrutan de su retiro y el resto, pequeños y grandes conciudadanos; han venido demostrando su capacidad para superar cuantas vicisitudes han aparecido en el devenir de su existencia en ese periodo. Y eso que no siempre, los que detentan la responsabilidad de procurar hacer algo menos gravoso ese camino hayan estado a la altura de lo que representa su compromiso.

Ante estos hechos me obliga a reflexionar sobre si va a ser posible afrontar la supervivencia de los colectivos antes mencionados y entonces me pregunto. ¿Hasta qué nivel de endeudamiento pueden llegar las empresas y las economías domésticas? ¿Podrán soportar una mayor presión fiscal, por la obtención de rendimientos monetarios, y en la carga impositiva indirecta en cubrir sus necesidades básicas? ¿O incluso el incremento de precios de la energía?

Me temo que el coste de la singularidad, derivada del cambio en las reglas del juego en el reparto igualitario para cubrir los costes públicos del ciudadano español pueda alcanzar unas cifras difíciles de asumir.

Ni que decir tiene, que la solución a los problemas más importantes para la ciudadanía, como, por ejemplo; el empleo, el acceso a la vivienda y el precio de los productos y servicios para lograr la tan ansiada supervivencia, se relegaran un tiempo más largo que corto.

El horizonte visto desde una simple ventana, de un pequeño piso, desde el asiento del transporte publico utilizado para acudir al trabajo, a las aulas o incluso al médico, y también desde el final de la calle o avenida de cualquier ciudad o pueblo no es nada claro y no se atisba que se alejen los negros nubarrones, que acechan nuestro día a día.

Asumamos que ante cualquier adversidad humana y si es considerada importante, acudimos y requerimos, la mejor asistencia y los mejores medios. Si en estos momentos nos perturba el devenir de nuestra supervivencia, debemos buscar y encontrar el antídoto que nos permita salir adelante. Y el antídoto en estos momentos se encuentra en la actividad política y económica y por ese orden.

Recordemos a los que nos dirigen, que toda actividad política tiene fines, pero existe un fin superior, el bien común. El fin de la política no lo pone el individuo que asume una función pública, sino que este subordinado a dicho bien, más aún, este bien debiera dar sentido a su actividad y que para que no se haga abstracto, debe escuchar a los ciudadanos, sus carencias y expectativas y ver las posibilidades de acción.

Y la actividad económica es esencialmente el proceso mediante el cual obtenemos bienes y servicios que cubre nuestras necesidades, involucrando la producción, distribución y consumo de bienes y servicios y que como medio del bien común se debe implementar desde la razón dejando de lado intereses partidarios y particulares.

Seamos conscientes, responsables y exigentes para afrontar nuestro futuro.

 

Mario Sastre de la Calle

Economista

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