Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, se dice pronto, la ultraderecha austríaca ha vencido en unas elecciones. Y esa victoria del FPÖ liderado por Herbert Kickles una mala noticia, una muy mala noticia.
No tengo la capacidad ni el conocimiento para hacer sesudos análisis sobre la cuestión, eso se lo dejo a los politólogos, pero desde luego me inquieta profundamente que una sociedad otorgue un apoyo tan importante en las urnas a quienes ondean banderas tan peligrosas como la xenofobia, el ultranacionalismo, la lgtbifobia, la deportación masiva de inmigrantes…
Es cierto que, a pesar de sus lamentablemente buenos resultados, no van a poder formar gobierno en solitario y es esperanzador que el resto de fuerzas hayan mostrado su negativa tajante a apoyar a los neonazis. Todos, salvo los conservadores que aún no han sido capaces de mostrar ese rechazo formal (¿les suena de algo aquí con el PP en relación a la ultraderecha del partido verde?).
Ciertamente no sé qué estaremos haciendo mal en nuestras sociedades para que calen discursos como el del FPÖ en Austria, Le Pen en Francia, Fratelli d´Italia, o los de la ardilla y el partido verde de ultraderecha en nuestro país.
Pero ante este tipo de partidos y sus espeluznantes propuestas no caben medias tintas; no sirve ponerse de perfil; y no es sano para nuestra democracia que hayan entrado en las instituciones con esos discursos de odio.
El experimento ya está hecho por obra y gracia del PP. Sirva como ejemplo, como primer vergonzoso ejemplo, la Junta de Castilla y León, en la que hasta hace dos días, Mañueco paseaba de la mano de García Gallardo y sus compis ultraderechistas. No le tembló la mano al PP de Castilla y León a la hora de acariciar la mano de la ultraderecha, costase lo que costase. Aunque ahora la pareja haya regañado y se canten aquello de “olvídalo todo que tú pare eso tienes experiencia”….
El matrimonio de conveniencia, ahora roto, llevó al PP a tragar con una ley de Concordia propuesta por los de ultraderecha. La ley era la panacea, y según Mañueco, servía para ampliar derechos y para reconciliar, pero tras la ruptura matrimonial, esa Ley ya no sirve.
Este esperpento demuestra que el PP estuvo dispuesto a tragar con todo con tal de llevar al altar a la ultraderecha y seguir gobernando Castilla y León.
Es solo un ejemplo de la profunda ideologización sectaria y ultramontana que tiene como consecuencia la entrada de la ultraderecha en los gobiernos.
Y el PP no aprende, y sigue acomplejado ante la ultraderecha. Y sigue acomplejado ante la necesidad de condenar de una vez por todas la dictadura franquista y sus crímenes. Así ha quedado demostrado hace unos días en Orihuela: la familia de Miguel Hernández pide que se anulen los sumarios que le condenaron a muerte; el PSOE llevó a Pleno una moción sobre este asunto y el PP y la ultraderecha votan en contra, no sin antes intentar borrar de la moción toda alusión al franquismo.
Sigamos dando alas a la ultraderecha en las instituciones y en la calle, pero luego no vengan con llantos y lamentos.
O mejor no; no sigamos dando alas a tales peligros. No permitamos por acción o por omisión que los Le Pen, Meloni, Kickl, Abascal o Alvise oscurezcan nuestro presente y nuestro futuro.
Sumemos esfuerzos y seamos, en palabras de Miguel Hernández, “ruiseñores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas”. De esos fusiles ideológicos con los que algunos pretenden ganar una batalla que hace tiempo debería haber finalizado para siempre… #YoYMisCosas
Rubén García de Andrés