En la vida no todo es blanco ni negro, hay una variada escala cromática que merece la pena tener en cuenta para no perdernos detalle de lo que ocurre a nuestro alrededor y no caer en lo que algunos pretenden: que no veamos más allá de nuestras narices y no seamos capaces de enriquecernos con la atenta observación de nuestro entorno, caminando siempre en las tinieblas de la mediocridad.
Y en política ocurre lo mismo; no en vano, la política no deja de ser una parte, yo diría fundamental, de nuestras vidas.
Sin embargo, hay quienes se empeñan en hacernos ver, desde tribunas políticas y mediáticas (o pseudo mediáticas), que solo hay blanco y negro, que solo puedes estar conmigo o contra mí y que, o eres de los buenos o eres de los malos.
Y para meternos en ese juego, a mi entender sucio y desalmado, a algunos todo les vale. La lapidaria frase de la señora Ayuso diciendo que “ETA sigue viva” es, además de una indecencia y una inmoralidad, simplemente mentira y un ejemplo de esas barbaridades dialécticas a las que hago referencia en el título de esta reflexión.
Lo peor de todo es que esa barbaridad sigue dando rédito a la susodicha señora y a su partido. Y no solo no hay nadie que le diga que semejante dislate no puede soltarse alegremente, sino que el supuesto líder de su partido, se lo permite y además ahonda en la puesta en escena en el Congreso de los Diputados.
Podemos debatir todo lo que usted quiera, amigo lector, sobre la conveniencia o no de alianzas políticas, de acuerdos, de pactos y de coaliciones varias. (Eso sí, hablemos con responsabilidad y conocimiento; mirando a las alianzas actuales y a las pasadas…). Pero lo que no podemos hacer es caer en el todo vale y jugar con el terrorismo como arma arrojadiza. Porque harta y duele.
A otro nivel, en otro contexto y dentro de esa variada escala cromática que nos rodea, también el funcionamiento interno de la política puede llevarnos al hartazgo. Porque si las excentricidades verbales hacia fuera hartan y avergüenzan, las faltas de lealtad interna (me) producen lo mismo.
¿A que su madre, amigo lector, es la mejor madre del mundo? Para mí la mía lo es. ¿Y a que a pesar de ser la mejor madre del mundo tiene cosillas que le sacan un pelín de quicio? ¿Y a que no por eso la va usted poniendo verde con los vecinos?
Pues eso. Cuando uno anda metido en un partido político porque considera que merece la pena formar parte de un grupo de personas con las que comparte ideales, formas de ver la vida y ganas de construir una sociedad mejor, creo que debe ser consciente de que la firmeza de las convicciones no está reñida con la lealtad y el respeto.
Las cosas se hablan y hasta se discuten. Pero en los foros internos. Con total sinceridad y “a calzón quitado”, pero sin necesidad de convertir todo en un culebrón mediático.
Y ojo, que no estoy diciendo que lealtad sea sumisión a los dictados del responsable de turno. Lealtad es poder decirle a ese responsable de turno que yo no veo las cosas así, que creo que se está equivocando, que si se va por ese camino yo mejor no hago esa excursión. Pero de ahí a decir en público que ese responsable es un tal o un cual, va un trecho. Ni gritarlo en público, ni susurrarlo al oído sibilino del adversario político que tarde o temprano lo utilizará, o de quién hará de ello un suculento suflé mediático con un titular atractivo.
Porque todo ello harta. Vaya que si harta. (Y se lo digo, amigo lector, con conocimiento de causa).
Pero a pesar de ese hartazgo, querido lector; o quizá precisamente por ese hartazgo, creo firmemente que sigue mereciendo la pena confiar y creer en la política. En esa política que se hace en el día a día, desde un convencimiento ideológico determinado, pero con afán de construir. A la escala que sea: en tu pueblo, o en el Parlamento Europeo. Me da igual.
No se harte usted demasiado, amigo lector. Lea entre líneas, no se deje llevar por el titular morboso, tendencioso y a veces hasta falso; ni por la soflama populista. Lea, escuche, observe. Y caerá en la cuenta de que merece la pena caminar en la variada escala cromática que nos rodea sin que ello signifique quitarse el calzado de sus convicciones ni las gafas de su criterio y opinión.
En fin, no le aburro más con #YoYMisCosas. No se harte demasiado, amigo lector.
Rubén García de Andrés