La fiesta del oso

Antes que nada. Lo han vuelto a hacer, veinte años después, con doscientos muertos aún calientes, primero es el poder, la estrategia. Los muertos, como decía Eichmann es trabajo, los medios que afianzan el fin. Dentro de la posverdad que nos inunda ya han hecho el relato. “Si quieren algo que lo pidan” es la frase que figurará en su obituario. Manifestación (espontánea por supuesto), acoso a locales, a instituciones, igual que hace veinte años. No hizo nada, solo calcular, tensar, la gente moría. Ahora televisión diaria, dinero, mentiras, los palmeros atestiguan. Pero ahora es el líder, ahora, como en la pandemia, con la peor gestión de Europa de muertos y economía. El relato cuaja, su relato, al otro lado, la nada, la inutilidad, la incompetencia. Antes era el “uno”, ahora, además, es “el cobarde”. Pero el fin, que el “uno” y la “sota” sigan en sus tronos de cartón, está conseguido. Vita pergit.

Primero diré que Jordi Soler es un escritor mejicano de nacimiento pero también español como descendiente de españoles que emigraron en las postrimerías y después de “nuestra guerra de los 1000 días” y acabaron asentándose allí. Y es un escritor que ha tratado esta guerra en varias de sus novelas. Es un magnífico escritor, no muy conocido pero que tiene una veintena de novelas, ensayos y libros de relatos. Yo le descubrí hace ya unos quince años y durante un tiempo fui un lector empedernido de sus obras y he leído creo que 7 de ellas. Es un escritor que me gustaba y, sin razones lógicas, dejé de seguir leyendo sus libros hace ya algunos años. Pero quiero en estos comentarios de libros, intentar descubrirles y recomendarles algún escritor bueno, muy bueno, pero que quizás no conocen. Y este el caso.

He vuelto a leer ahora para escribir esto, la novela La fiesta del oso y me ha vuelto a parecer magnifica. El argumento está relacionado con “nuestra guerra de los 1000 días” pero solo de forma tangencial. Oriol, republicano español huye en febrero de 1939 a Francia a través de los Pirineos en medio de una terrible tormenta de nieve. El grupo del que forma parte Oriol, va perdiendo efectivos heridos y maltrechos y Oriol parece abandonarse a su suerte, cojo, parece no poder seguir y es dado por muerto. Años después, en Méjico, hacen oficial su muerte por falta de constancia de lo contrario. Allí, en Veraz Cruz, su hermano Arcadi esperará toda su vida a tener noticias de que no ha muerto, cada llamada, cada visita, le alimenta una esperanza que sabe irreal… o no. Angustiosa y desesperante la falta de noticias de su hermano, agarrándose a una vana esperanza, que sabe inútil. Me recordaba a las páginas de “El coronel no tiene quién le escriba”.

Como dice Javier Cercas, pudiera parecer “otra maldita novela sobre la guerra civil” pero no es eso solamente, de hecho, la guerra es casi intranscendente para su desarrollo. Jordi Soler recurre a la autoficción, tan manida últimamente, pero en este caso el escritor demuestra que es un gran narrador, capaz de dar vida a unos personajes potentes, rudos, extraños, pero creíbles, como el gigante que acaba pareciendo tierno, humano, una mujer curandera capaz de amputar miembros sin apenas instrumentos y con unos rudimentarios conocimientos. Judíos que huyen del nazismo, fiestas ancestrales y deshumanizadas de los pueblos del sur de Francia, van dando luz a la novela.

El narrador es un sobrino de Oriol, que algunas décadas después de los hechos decide buscar información, saber de él, testificar de alguna manera su muerte. E intentar escribir un libro con todo ello. Pero va averiguando hechos de su tío que le hacen ir desentrañando su verdadera cara, la realidad de lo que fue su existencia. Y le surge la pregunta de si merece la pena averiguar los hechos para contarlos. En un momento de la novela el sobrino se contesta a esa pregunta “lo que puede hacerse contra el olvido es muy poco, pero es necesario hacerlo” y en eso se embarca.

No muchos personajes, pero muy bien construidos. No falta la anciana que le da una nota anónima con datos sobre su investigación que hacen dar un vuelco a todo. Y las confesiones de Oriol de por qué era republicano: su carácter era débil y solo imitaba a su padre y abuelo.

El primer capítulo es fascinante con una gran fuerza narrativa y tensión. Y el final, deslumbrante. Narra la ancestral “fiesta del oso” y es maravillosa. Ese principio y el final son de una fuerza extraordinaria. Además, escribe sin apenas puntos ortográficos lo que hace que la narración tenga un ritmo veloz, sin descanso, sin respirar. Y tampoco falta el suspense.

Y el resultado de todo es el lógico: se lee de un tirón, te atrapa. Me parece brillante y por eso la he vuelto a leer y no dudo en recomendarla muy encarecidamente. Merece mucho la pena. Léanla, pero en un libro de papel, el digital es otra cosa, y disfrutarán de un buen libro. Al menos, a mí, es lo que me parece.

Heliodoro Albarrán 

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