En Navidad se juega a la lotería para conseguir, por capricho del azar, algo que no conseguiríamos por medios normales, salvo que nos dediquemos a la política. En este sentido el «si me tocase la lotería…» parece más la exteriorización de alguna frustración que la expresión de un sueño, porque soñar tiene también sus límites y el mundo dista de ser un lugar en el que la vida sea fácil.
A estas alturas los billetes de lotería de Navidad están prácticamente agotados y los españoles, que este año han gastado 73,84 euros por barba, 2,22 más que el año pasado, aspiran a repartirse con la hacienda pública la bonita cifra de dos mil setecientos dos millones de euros. ¡Qué en el reparto estemos incluidos usted y yo, en la medida de nuestras aspiraciones!
Mientras esperamos que los niños del colegio de San Ildefonso canten los dígitos exactos de nuestros décimos, me gustaría exponer algunas reflexiones profundas:
- Lo más probable es que el número correspondiente al gordo esté en los bombos del Teatro Real.
- Pasar el décimo por la chepa de una mujer embarazada que sufre de incipiente alopecia y cierta escoliosis vertebral, incrementa la posibilidad de ser objeto de la fortuna en mucha menor cantidad que la de recibir una bofetada de mano de la interfecta.
- La probabilidad de que no te toque el gordo en el décimo comprado en doña Manolita es exactamente la misma que la de la participación que compraste en la parroquia de tu pueblo.
- Frotar dos décimos distintos en la imagen del gato negro, herradura o trébol de la administración de lotería duplica la suerte respecto a los que sólo frotan uno.
- Los décimos, una vez en nuestro bolsillo, olvidan de inmediato si fueron adquiridos con dinero propio, prestado o si cayeron en nuestras manos fruto del regalo generoso de algún pariente o amigo.
- El dinero obtenido en reintegros le hará extrañamente feliz, aunque coincida exactamente con el que mantendría en su bolsillo de no haber adquirido esas participaciones.
- Absolutamente ninguna de las pequeñas esferas que pueblan los alambres del sorteo recuerda el más mínimo detalle de donde estaban el año pasado y, al debutar, les importa muy poco emparejarse con cualquiera, no tienen prejuicios ni se ven más guapas en un orden o su contrario.
- El dinero se ve tan atraído por sombreros, corbatas o calcetines concretos, como por las coles de Bruselas congeladas. El efecto de un casco vikingo con guirnaldas de flores para conquistar la fortuna es el mismo que el de una boina de Elósegui.
- Adquirir el mismo número cada año eleva la probabilidad de ser iluminado por la diosa Tique con la misma luz que una farola apagada, desenchufada y con la bombilla rota. Aunque si este año no lo ha comprado y sale, lo que le alumbrará será el foco del quirófano mientras reparan su corazón maltrecho. Somos así.
- Colocar junto a nuestras papeletas amuletos, talismanes, San Pancracios con o sin perejil, pequeñas brujas, búhos bizcos…, da el mismo resultado que cerrar los ojos con fuerza y soplar una vela mientras repetimos 10 veces “por favor, por favor, por favor”. En caso de necesidad, opte por lo que le resulte más cómodo.
- La terminación 13 es tan especial como la 15 y la 47, estando a la misma altura que cualquier otra combinación de dos dígitos de entre el 0 y el 9, elija bien.
- Normalmente las administraciones que más venden, más reparten, pero no necesariamente a usted. Doña Manolita es así de caprichosa.
- Por desgracia, el infortunio no actúa como imán para el premio.
- Pase lo que pase en el sorteo, hay alguien que siempre gana, Hacienda.
Para no aburrirle más, ¡Que la lotería sea, por una vez en la historia, justa! ¡Qué el encuentro del Niño envuelto en pañales, nacido en Belén, llene su casa de amor e ilumine su Navidad y la de su familia! ¡Qué 2025 venga cargado de paz, salud, fortuna, color, prosperidad y felicidad o consuelo para usted y para el mundo!
Javier López-Escobar