Esta, mi primera reflexión en este medio (y en cualquiera otro fuera de las redes sociales) viene a colación después de una segunda reunión, café mediante, con quien es responsable de este diario.
Entre otras cosas, hablamos de lo importante que es contar con medios de comunicación éticos, de los que cuentan con una línea editorial no basada en la ideología, sino que se dedican a hacer un trabajo honesto, transparente y de utilidad para la sociedad, de los que contrastan la información y no la publican simplemente porque reciben una compensación económica que de otro modo no les permitiría subsistir, o de los que viven del escándalo, del morbo o de cualquier otra forma poco profesional de trabajar.
Para hablar de ello, voy a centrar mi ejemplo en una serie de ficción: The newsroom.
The newsroom es una serie del 2012, producida por HBO, escrita por Aaron Sorkin (El ala oeste de la casa blanca) y con Jeff Daniels como protagonista.
Will MacAvoy (Daniels), es un presentador de noticias de prestigio, quien, quizá por cansancio, quizá por desdén, está pasando por un momento claro de desmotivación. Es un hombre brillante y de ideas claras, pero nada de eso se refleja en su trabajo actual. En el capítulo piloto, MacAvoy es invitado, junto con 2 políticos más, a un coloquio en una universidad. Imagínate el escenario. Un auditorio repleto de jóvenes idealistas, con ganas de comerse al mundo, ansiosos de destacar y de aprender. Un moderador serio y correcto. Todo va pasando sin pena ni gloria, nada de lo que se habla en ese momento es trascendental, todo el discurso no es más que una serie de palabras huecas que no resisten un mayor análisis. Mac Avoy pasa de todo. Y luego viene la pregunta clave: ¿Qué hace a EE. UU. el mejor país del mundo? Pregunta tonta, respuesta tipo. “Diversidad y oportunidades”, dice una. “Libertad y libertad”, dice el otro (¿os suena?) Mac Avoy suspira, está a punto de explotar, pero se contiene. Su respuesta es cínica. “Ya lo han dicho todo ellos, libertad y diversidad”. El moderador insiste. Quiere algo más, una respuesta humana. Y llega la epifanía: EEUU no es el mejor país del mundo. Su cabeza empieza a generar datos, por su boca salen verdades en forma de mazo. No hay ninguna evidencia de que sea así, afirma. La mayoría de los países tienen libertad, y además nos superan en alfabetismo, en sanidad, en educación, en fuerza laboral, en ingreso por unidad familiar y un largo etcétera. Sólo lideramos en 3 categorías: número de ciudadanos en prisión, número de gente que cree que los ángeles existen, y en el gasto militar, actividad cuyo presupuesto supera al gasto combinado de los siguientes 26 países. El punto final de su participación lo dedica a describir, con añoranza, como llegaron a hacer cosas grandiosas y tomaban decisiones por razones morales, y esas cosas de las que los estadounidenses están tan orgullosos, a pesar de que muchas de ellas serían objeto de debate.
A partir de entonces, el personaje sufre una suerte de catarsis tras un ejercicio de conciencia y autocrítica, y decide ser neutral en su mensaje y honesto en sus contenidos. Es ficción, lo sé.
A través de los siguientes capítulos (3 temporadas), la serie intenta concientizar a la gente de la importancia de contar con un periodismo profesional. “El ciudadano sólo puede ejercer su voto correctamente si está bien informado”.
No contaré más detalles de la serie. Sin embargo, quiero puntualizar lo importante del mensaje y de su calado en caso de que ésta fuera la norma. Ahora mismo, no podemos ni debemos confiar en lo que vemos, oímos o vemos en los medios de comunicación. Hay una división clara que creo, tiene como objetivo crear grupos definidos y convertirlos en soldados defensores de su ideología. Es muy difícil hacer juicios sin elementos para ello, y es imposible tenerlos cuando todo lo que se informa está sesgado. Urgen dos cosas; una conciencia colectiva en el ámbito del periodismo profesional, en la cual la información sea contrastada antes de ser publicada, aunada a una ética a toda prueba para tampoco ocultar lo que no nos conviene o no compartimos, y un público que exija su derecho a estar debidamente informado.
Capítulo aparte se merecen todos esos blogs, vlogs, canales de Youtube, TikTok, Facebook, y demás redes sociales, lugares donde las mayores falacias y teorías conspiranoicas encuentran al receptor ideal.
«Si alguien dice que está lloviendo y otra persona dice que no, tu trabajo no es citar a ambos, tu trabajo consiste en mirar por la puta ventana y comprobar quién dice la verdad»
Jonathan Foster
José Luis Haces