Titulares

¡Cogito ergo Sum!

Una soleada mañana de domingo de 1637, René Descartes paseaba absorto en sus pensamientos, tras salir de misa de la entonces católica iglesia Oude Kerk (Iglesia vieja), recorriendo con la mirada los reflejos de los edificios en el canal Oudezijds Voorburgwal. Sus pasos le llevaron hacia la plaza De Dam, muy concurrida en ese momento, y reparó en un nutrido grupo de personas que rodeaban a un sujeto ataviado con una túnica negra, camisa blanca de lino bordado, calzas ajustadas y relucientes botas de cuero negro que, mirando fijamente un cráneo humano que sostenía en su mano derecha, clamaba: «to be or not to be, that is the question!». Impresionado por la escena, el francés contestó en voz muy alta: «¡Cogito, ergo sum!». De ese modo, el príncipe de Dinamarca y el filósofo galo confrontaron dos de las más célebres frases sobre la existencia que la humanidad haya conocido nunca, para asombro y aplauso de los presentes.

¿No me cree? Hace bien. Jamás sucedió tal cosa. Perdóneme, no he podido resistirme a la tentación de moda, la de desinformar. Para tal fin he utilizado una técnica común, la de sembrar de datos ciertos una historia completamente falsa.

Es cierto que Descartes vivió un tiempo, quizá el de mayor fertilidad de su vida, en Ámsterdam, los nombres de las calles y la iglesia son reales, y allí, en su Discurso del Método, escribió su célebre aforismo. El príncipe de Dinamarca, conocido como Hamlet, como usted ya sabe, es un personaje de Shakespeare. De las páginas de esa inmortal novela, salió la frase aludida. Toda esa verdad es tan solo un bonito envoltorio para ocultar una historia inventada, completamente falsa. Aunque estoy seguro de que usted me ha pillado desde el principio, cuando afirmaba que Oude Kerk era católica ¿Verdad? ¡Todos sabemos que en 1578 se transformó en calvinista!

Con esta anécdota ficticia sobre el encuentro de Descartes con Hamlet sólo pretendo ilustrar cómo la verdad puede ser manipulada y distorsionada. Aristóteles, Platón, Avicena, Tomás de Aquino, Descartes, Kant, Hegel, Nietzsche…, buscaron la verdad, mientras tanto, muchos otros fueron perfeccionando el arte de la manipulación, descubriendo que la mentira es, muchas veces, una herramienta de superior eficacia para la persuasión que la verdad. En la actualidad, esta tendencia se observa en muchas áreas, desde la publicidad hasta la política.

Si nos detenemos un momento y miramos alrededor, podremos ver sin mucho esfuerzo cómo tratan de colarnos las más variopintas falacias, bien disfrazadas de evidencia, pero sin fundamento real alguno. ¿Cuántas recomendaciones ha escuchado últimamente de fortalecimiento de su sistema inmunitario, o del favorecimiento de la función cerebral normal, o de mejora su microbiota? ¿Qué hay del progreso de su función digestiva, circulatoria, o del refuerzo de su aparato musculoesquelético? ¿Acaso no le tienta gastar una parte de su dinero en disminuir el cansancio y la fatiga, equilibrar el sistema nervioso, mejorar el descanso, incrementar la memoria y aumentar la energía?

Mire donde mire encontrará alguien resuelto a convertirle en la persona que siempre quiso ser por un puñado de euros, avalado por testimonios de quienes lograron sin esfuerzo una melena abundante y lustrosa, un vientre bien perfilado y un cutis envidiable. Testigos del éxito que se logra con un poco de magnesio, algunos minerales y ciertas vitaminas, encapsuladas en rojo y blanco, por un módico precio.

Cuando, quienes promueven esos productos con medias verdades, se ven cuestionados, suelen recurrir a la relativización de las pruebas. Argumentan que “cada uno tiene su verdad”, a menudo tergiversando conceptos como la relatividad de Einstein. “Todo es relativo”, dicen, para justificar su postura.

A pesar de lo evidente que es lo falaz de mucha de la publicidad que nos ofrece felicidad a cambio de unas perrillas, millones de personas caen en sus redes y sostienen una floreciente economía industrial que no ha demostrado servir realmente para nada.

Si hablamos de política, aquí la cosa empeora. Muchos líderes actuales ni siquiera se molestan en envolver sus falacias con certezas, directamente colocan mentiras como templos para enardecer a sus seguidores. Redefinen la verdad a su conveniencia, repitiendo argumentarios sin argumento, eslóganes vacíos, tramas cocinadas de urgencia en microondas, comida rápida sin sustancia, pero con mucho tabasco, para que el picor agite y distraiga del pensamiento crítico.

Caminamos hacia un futuro incierto en el que emergen al frente de las naciones, con una fuerza inusitada, personajes determinados a establecer un nuevo orden, basado únicamente en sus intereses y ambiciones personales. Las grandes potencias se han convertido en enormes prepotencias, ante nuestros ojos, sobre nuestros votos en occidente, y si necesitarlos en oriente.

¿Sabremos reaccionar? ¿O haremos como los fieles de las sectas y seguiremos sumisos el camino que nos marquen, mientras terminamos de despojarnos de la última tentación de usar el cerebro?

¡Cogito ergo Sum! Pienso, luego existo. Dejar de pensar es dejar de existir, dejar de ser. Ser o no ser, esa es la cuestión. Reflexione, reaccione, actúe. Por nada del mundo renuncie a su capacidad de pensar.

Javier López-Escobar

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