El anterior presidente del gobierno de España, D. Mariano Rajoy Brey, en una entrevista en 2008, dijo de sí mismo: «seré un presidente previsible, patriota, independiente, moderado y resolutivo». Allá por 2011, afirmaba lo siguiente en otro medio: «tengo unas ideas y principios y no los cambio de un día para otro, por eso soy previsible». Durante el discurso de investidura de su segunda legislatura insistió: «no pido la luna, pido un Gobierno previsible».
Durante su mandato, los medios de comunicación se referían frecuentemente a sus gobiernos como “continuistas y previsibles”. No faltaba quien argüía que ambas condiciones constituían virtudes de buen gobierno y que eran los cimientos de la paz social y del desarrollo económico. Eran pilares fundamentales para el progreso y el bienestar. Generaban confianza entre los ciudadanos, las empresas y los inversores nacionales y especialmente extranjeros.
Hasta no hace mucho pensábamos que la previsibilidad fortalecía las instituciones democráticas. Creíamos que un marco legal estable permitía a los ciudadanos planificar sus vidas con mayor certeza y reducía la incertidumbre, aumentando la confianza en el futuro. Pensábamos que las políticas consistentes fomentaban la participación cívica y el respeto por el estado de derecho. Un gobierno predecible facilitaba la rendición de cuentas, los ciudadanos podían evaluar sus acciones en función de sus promesas y de los planes previamente anunciados.
En esas estábamos cuando inesperadamente, un viernes de junio de 2018, Mariano Rajoy, que acababa de conseguir que el Congreso de los Diputados le aprobara los presupuestos, fue desalojado del sillón presidencial por un joven audaz que, en contra de todos los pronósticos, fue capaz de sumar los votos suficientes para hacerse con el timón, bajo la promesa incumplida de: «será un gobierno que convoque elecciones».
Sánchez dice frecuentemente de sí mismo que es un hombre de fuertes convicciones, «soy una persona honesta que hace lo que dice». En 2014 prometió acabar con «los indultos por motivos políticos y económicos» y en 2015 advertía con firmeza, en una entrevista concedida a Navarra Televisión, de que «con Bildu no vamos a pactar, si quiere se lo digo cinco veces, o 20. Con Bildu no vamos a pactar. Con Bildu, se lo repito, no vamos a pactar». Un año después, desde la tribuna del congreso, insistía: «No voy a permitir que la gobernabilidad de España descanse en partidos independentistas».
Desde entonces, la lista de paradojas con las que nos ha sorprendido el enamorado consorte es interminable e indiscutible. El inventario de contradicciones, cambios de rumbo, mutaciones sorprendentes, equilibrios en el alambre, promesas incumplidas, viviendas sin construir, apelaciones al franquismo, al machismo, al extremismo, al negacionismo, a Mazón, a Ayuso y al sursum corda, con las que el hermano del jefe de la Oficina de Artes Escénicas de la Diputación Provincial de Badajoz, trata de justificar sus cambios de guion, es interminable.
La naturalidad con la que el ínclito Dr. en Economía por la Universidad Camilo José Cela, que duerme cada noche en el renovado colchón de la Moncloa, explica sus constantes cambios de guion es muy apreciable. Pocas personas en el mundo son capaces de explicar una cosa y su contraria con el cuajo suficiente como para que no se le mueva un cabello de la ropa y conseguir en cada ocasión que sus acólitos aplaudan con fervor cada nueva ocurrencia, mientras olvidan la anterior. “¡Aguanta Pedro, ánimo!”
El que en 2018 afirmaba que: «Un Gobierno sin presupuestos es un Gobierno que no gobierna nada», mientras nos explicaba que una amnistía era inconstitucional, ha terminado por sacar adelante la segunda, mientras remolonea con la obligación constitucional de presentar unas nuevas cuentas públicas y evita debatir en el congreso sobre temas de estado tan importantes como la necesidad de rearmarse; parafraseando a Pastora, ¡no me llames desarme, llámame Lola!
Sin embargo, si se fija bien, verá que Sánchez, en realidad, ejemplifica la previsibilidad de forma paradigmática; es el más previsible de cuantos gobernantes ha habido. A estas alturas de su mandato todo el mundo sabe a qué atenerse con él; nadie duda, sabemos con certeza que nada de lo que él promete se hará, que no vacilará en desdecirse, mientras que cualquier capricho que manifieste el prófugo Puigdemont será Ley. El líder del PSOE, surgido tras la cortina de Ferraz, es muchísimo más predecible que el que hasta ahora reclamaba el título, Mariano Rajoy. Pedro es el campeón, el número uno. Eso sí, nadie es capaz de predecir lo que de aquí al final de la legislatura puede traernos su absoluta previsibilidad.
¡Qué! ¿Seguimos jugando a la ruleta rusa, o nos tomamos en serio el fututo de España? Creo que es hora de reclamar elecciones, los ciudadanos debemos decidir el rumbo que ha de tomar nuestro país y pensar bien las consecuencias de introducir una papeleta u otra en la urna.
Javier López-Escobar