No tenía, hasta ahora, el placer de conocer a Karla Sofía Gascón, no había seguido su carrera ni me había interesado por las vicisitudes de su vida. Aún no puedo decir ni una palabra sobre sus cualidades como actriz ni acerca de la calidad de su última película, que tampoco he visto. Hasta hace pocas semanas nadie me había hablado de ella y desconocía cualquier detalle de su modo de pensar o su vida personal. Pero en este mundo globalizado en el que vivimos resulta imposible no enterarse de según qué cosas, no necesariamente las más importantes o siquiera de tu interés.
La primera noticia que escuché al respecto, informaba simplemente de que: “La actriz española, que se está convirtiendo en una de las candidatas favoritas de los expertos para hacerse con el Óscar a Mejor Actriz de Reparto”, lo que me produjo cierta alegría y, no lo niego, cierto orgullo patrio, antes de olvidarme del asunto y distraer mi atención con otros asuntos cotidianos de mi interés.
Pero no tardando mucho, inevitablemente se cruzaron ante mis ojos otras informaciones, unas bienintencionadas y otras no tanto, sobre esta persona, que revelaban que se trata de una mujer transgénero, algo completamente irrelevante que, al menos a mí, me importa un pimiento, pues no veo en qué medida la transexualidad puede interferir en las dotes actorales de nadie o influir en mi apetencia por ir, o no, al cine.
Poco después empezó a circular la especie de ciertas inclinaciones políticas de la actriz, poco tolerables a ojos de quienes las propagaron, basadas en ciertos tuits que supuestamente publicó hace algunos años y que inmediatamente fueron tachados de islamófobos y racistas.
Tal fue el revuelo que aquello causó, que pasó a ser la información predominante en los titulares, oscureciendo y haciendo olvidar la buena nueva de la nominación. Para muestra un botón, la muy progresista y plural tv pública española titulaba: “Karla Sofía Gascón ve peligrar su carrera a los Oscar por unos antiguos tuits racistas e islamófobos”.
Las consecuencias de ser etiquetado negativamente pueden ser devastadoras y de larga duración. Un comentario infundado en las redes sociales puede cerrar puertas profesionales, limitar oportunidades de trabajo y distorsionar la percepción pública. En el caso que nos ocupa, la controversia sobre los tuits puede marcar un antes y un después en la vida de Karla, no solo obstaculizando su camino hacia la estatuilla de oro, sino dificultando futuras colaboraciones y proyectos en la industria cinematográfica.
Así es como alguien puede pasar de la noche a la mañana de “Mejor Actriz de Reparto” a “islamófoba”, sin que el trabajo en la película por el que ha sido reconocida haya cambiado en un solo fotograma, arruinando probablemente el futuro profesional y la vida social de una persona, hasta hace muy poco, completamente desconocida para muchos.
Muchas veces habrá escuchado aquello de “Cría fama y échate a dormir”, referido a la reputación de alguien que, una vez que adquirió buen nombre, poco trabajo le costó conservarlo, siendo inmune al descrédito. Tal vez eso fuera cierto en algún momento del pasado en el que los infundios tenían más dificultades para difundirse, pero hoy son legión los individuos que tienen al alcance de su mano las herramientas necesarias para poner en circulación cualquier exabrupto poco reflexivo, más atentos a hacer daño que a aprender los rudimentos elementales de la educación, la tolerancia y la convivencia.
¿Alcanzar cierta notoriedad y echarse a dormir? ¡Ni media siesta! Al menor descuido, como en la célebre escena de la lapidación de la película “La vida de Brian”, hordas de mujeres disfrazadas de barbudos le enterrarán en cantos rodados por el simple hecho de pronunciar Jehová. Lejos queda aquel pasaje del Evangelio que narra como ciertos fariseos decían a Jesús: “Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la Ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices?”, y Éste respondió: “El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”.
Por desgracia hoy faltan piedras y sobran pecados. Desde cualquier rincón nos arrojamos etiquetas en forma de epítetos con ánimo de hacer sangre. Sólo con poner un pie en la calle alguien se encargará de arrimarte un par de tejuelos para clasificarte, distorsionar la realidad, erosionar tu autoestima, limitar tu libertad, estabularte y someterte. Cuídate de transgredir las reglas del pensamiento de la llamada “mayoría social” o serás reo del improperio y la anulación.
Los medios, el entretenimiento y las redes sociales tienen una influencia decisiva sobre la formación de las opiniones sobre otras personas y, sin que nos demos cuenta, podemos terminar por adoptar decisiones completamente alejadas de la realidad, movidos por la valoración que hacen otros, cuyas cualidades desconocemos, abdicando nuestro propio juicio.
Creo que en este caso buscaré la ocasión de ver la película “Emilia Pérez”, trataré de obviar la contaminación ideológica que difumina el panorama. Espero simplemente disfrutar del talento y las dotes artísticas de esta actriz española. Ignoraré por completo otros aspectos de la vida de la otrora etiquetada como defensora comprometida del colectivo LGTBIQ+, convertida por mor de esa marca en un icono de la lucha contra el odio y la violencia a la que esas personas son sometidas, y caída después en desgracia a causa de otra etiqueta menos misericorde con su supuesto pensamiento.
Me reservo cualquier otra apreciación sobre Karla, no la conozco en persona y no me parece ni bien, ni útil, ni necesario, ni bueno andar juzgando a nadie por lo que otros digan. Creo que es lo más saludable. ¿No le parece?
Javier López-Escobar