Dicen que en España hablamos Español, o castellano, como usted quiera, que no es cuestión de discutir. El Instituto Cervantes publica en su último anuario que un 7,5 % de la población mundial habla nuestra lengua, eso vienen a ser casi seiscientos millones de almas.
Sin embargo, a pesar de compartir el habla de tanta gente, me da que a veces no parecemos entendernos demasiado bien entre nosotros. ¿No le ha pasado alguna vez eso de estar hablando con alguien, supuestamente en castellano, y parecerle que le hablan en algún dialecto olvidado del tagalo?
Y no hablo de esas conversaciones que, de vez en cuando, tratamos de tener con algún teleoperador quien, hablando con total corrección, utiliza giros propios de su país de origen, generalmente del sur de América, que nos cuesta ubicar bien en nuestro vocabulario. No, hablo de compatriotas con título universitario que se asoman a las pantallas, los receptores de radio o las páginas de los periódicos, para contarnos lo que, según ellos, merecemos saber sobre la actualidad.
Es moneda corriente escuchar a cualquier locutor leer en el teleprónter lo que otro ha redactado, cosas como que las miles de personas que acudieron al epicentro de la party, tuvieron ocasión de conocer a los couches del show. En un desfile top cool, mostraron al público su outfit más trendy, el top de la fashion, un nuevo look para un nuevo lifestyle. Todo ello emitido en horario prime time.
Si en el colegio se me hubiera ocurrido redactar algo así, aún recordaría cómo, mientras trataba de mantener el equilibrio sobre las puntas de mis zapatos, colgando de una oreja firmemente sujeta por la mano de un molesto docente, escuchaba: «miles es masculino y el epicentro no es más céntrico que el centro, escríbelo cien veces en tu cuaderno…».
Era otra época, aquella de “la letra con sangre entra”. No la reivindico en absoluto, no, ¡de ninguna manera!, estoy más que convencido de que entra más letra con amor y algo de lectura que con violencia. Lo mismo que me parece que muchos elegantes presentadores, aun habiendo vivido épocas más respetuosas en la escuela, salieron de ella faltos de amor y con poca lectura.
Cada día oímos cómo algún autodenominado influencer, desde su podcast o a través de un vistoso reel, nos relata su última experiencia gourmet en un establecimiento vintage regentado por una celebrity. Mientras alguna it-girl es invitada a criticar el último episodio de una serie del top ten emitida en streaming, procurando no hacer spoiler.
Pasamos largo rato online mirando la pantalla del smartphone, siguiendo hashtags y haciendo feedback a las recomendaciones de wellness procedentes de algún workshop con muchos followers.
Llega la hora de hablar de economía y desde la pantalla oímos como muy serios nos informan del último meeting entre los responsables del ministerio y los CEO de las más reputadas compañías, para promover start-ups y generar clústeres que favorezcan el networking.
Hablamos con normalidad de balancear, cuando deberíamos decir equilibrar. Ahora entrenan los que antes se entrenaban; explican otros a grosso modo lo que un día se dijo grosso modo o hacen algo de motu propio en lugar de hacerlo motu proprio. Otros acuden a funerales de corpore insepulto que otrora fueron corpore insepulto, o trabajan a contra reloj colando la preposición “a” en una fiesta en la que nunca estuvo invitada, dejando en el guardarropa cualquier noción del latín, madre de nuestra lengua, que ya no se estudia en la escuela.
Entre e-mails, links, búsqueda de Wifi, tuits, posts y memes, se nos pasa la vida y cada vez charlamos menos y, si lo hacemos, no nos entendemos. Parafraseando al escritor D. Julio Llamazares: «sólo nos queda ya decir siesta –la única palabra que el español ha exportado al mundo, lo que dice mucho en nuestro favor– con acento americano».
Lo dicho, cuentan que en España hablamos español, pero cualquier parecido entre el vocabulario que hoy maneja la ciudadanía y las páginas de Cervantes es pura coincidencia. No es de extrañar que ese edificio de la Carrera de San Jerónimo, que algunos rebautizaron como el templo de la palabra, el Congreso de los Diputados, haya perdido por completo su protagonismo y sea despreciado por quienes otrora lo ensalzaran.
Así entiendo perfectamente que, a Pedro Sánchez, hombre de florida oratoria, le cueste tanto acudir al hemiciclo a dar cuenta de sus actos. ¡Si no me van a entender!, pensará, es inútil, no hablamos el mismo idioma… Y eso no se arregla ni con los pinganillos impuestos por los nacionalistas, para quienes aún no son bastantes las dificultades que tenemos para entendernos y tratan de reedificar la Torre de Babel desde Waterloo, con las piedras sobrantes del muro que anda levantando el Presidente entre los españoles.
Usted ya me entiende…, o no, no sé, no me entiendo ni yo.
Javier López-Escobar
Glosario
- Party: fiesta
- Couches: entrenadores, preparadores
- Show: espectáculo
- Outfit: atuendo, conjunto
- Trendy: de moda, moderno, actual
- Fashion: moda
- Look: imagen, aspecto, estilo
- Lifestyle: estilo de vida
- Prime time: horario de máxima audiencia
- Influencer: influyente, creador de contenido
- Podcast: transmisión, serie episódica de archivos de audio
- Reel: vídeo corto
- Gourmet: gurmé, sibarita
- Vintage: retro, de época
- Celebrity: famoso/a, celebridad
- It-girl: chica de moda
- Top ten: lista de los diez mejores
- Streaming: transmisión en directo/continuo
- Spoiler: destripe, revelación
- Online: en línea
- Smartphone: teléfono inteligente
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- Feedback: comentarios, retroalimentación, respuesta
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