Hace más años de los que me gustaría, coincidí en un acto con el presidente de Renfe de entonces. Eran años en los que los trenes de alta velocidad hacían los trayectos en el tiempo previsto, menos de dos horas y media a Sevilla, siempre puntuales y sin contratiempos. Viajar a Barcelona en ferrocarril no era una aventura. Los extremeños todavía creían que la llegada de trenes, tan rápidos como un aforamiento de presidente de la Diputación, y su conexión con el mundo moderno, estaban próximos. ¡Bendita inocencia!
Compartimos mesa durante largo rato y hablamos de esas trivialidades que uno intercambia con desconocidos en celebraciones: ni política, ni fútbol, ni agravios regionales… En cierto momento de la conversación llevé el asunto a los trenes. Me interesé por el túnel que debía conectar Chamartín con Atocha —milagrosamente terminado con tan solo 12 años de retraso y aún sin prestar servicio—, hablando de la conexión norte-sur, le comenté que, desde el 23 de junio de 2013 (sí, víspera de San Juan), circulaba a diario un tren entre Gijón y Cádiz, que era capaz de cambiar en cuestión de minutos el ancho de sus bojes para adaptarse a la vía rápida, sin transbordos, sin necesidad de que los viajeros se levantaran de sus asientos.
Aquel Alvia —sí, un héroe ferroviario, capaz de competir con los AVE sin rubor, que unía Gijón con Cádiz sin exigir cambiar de tren, de vía o de estado mental— se detenía en Gijón, Oviedo, Mieres, La Robla, León, Sahagún, Palencia, Valladolid, Madrid CH y Atocha, Ciudad Real, Puerto Llano, Córdoba, Sevilla, Jerez, El Puerto, San Fernando y Cádiz, ¡hacía parada en todas las estaciones!, ¿todas?, ¡no!, aún había una aldea de irreductibles segovianos que se resistía a la parada. Por lo que se ve, los nacidos en nuestra provincia no tenían ninguna intención de viajar a Sevilla en poco más de tres horas o a Cádiz en cuatro.
Con todo el respeto y la cortesía que se espera de un caballero de mi posición, le señalé que quizá —solo quizá— obviar una parada en Segovia era una pequeña anomalía. Añadirla apenas supondría un leve retraso fácilmente recuperable y darnos la ocasión de viajar a todos los municipios que tienen estación de Ave entre la ciudad del acueducto y la tacita de plata, o a los habitantes de esos otros lugares de visitarnos, era una oportunidad que merecía el esfuerzo.
Me dio las gracias por la información, incluso pareció interesado. ¡Qué ingenuo fui! Porque, contra todo pronóstico y con una eficacia incompatible con la acostumbrada en la administración pública, Renfe reaccionó… pero no como uno esperaría: en lugar de añadir la parada en Segovia, suprimió el tren pasante. El primer Alvia de la mañana que salía de la estación Sanz Crespo, a las 7:00 horas del 13 de junio de 2017, hizo su último viaje de Gijón a Cádiz. Desde el día siguiente, Chamartín se convirtió en destino final de los asturianos. Fin del viaje… para nosotros. Y, de nuevo, Segovia, inexplicablemente ignorada.
Naturalmente, pregunté por las razones para ese olvido, recibiendo una escueta contestación que simplemente hablaba de razones comerciales y de circulación. ¿Las mismas razones comerciales y de circulación que hoy se esgrimen para suprimir dos paradas diarias de los trenes que realizan el trayecto entre Madrid y Vigo? No lo creo.
Me temo que son las mismas razones que el Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible ha alegado para eliminar de un plumazo más casi la mitad de las líneas de autobús que prestaban su servicio a los municipios de Castilla y León. El Ministerio de Transportes —cuyo titular es un conocido vallisoletano, muy querido en su tierra y añorado por los vecinos de la capital, que parece más interesada en hacer de Castilla y León un parque temático del aislamiento que otra cosa— ha hecho desaparecer el 47,2% de las rutas metropolitanas. ¿Resultado? Más de 1.400 municipios sin parada, 3,2 millones de personas sin transporte… pero eso sí, con una excelente conexión a la nostalgia.
Quienes antaño proponían que el AVE pasara de largo por Segovia en su camino al norte, también alegaban motivos supuestamente estratégicos, económicos, comerciales, técnicos, etc., para negarnos ese servicio. Hoy han quedado en el olvido al comprobar cómo año tras año el número de viajeros crece. Renfe marcó en 2024 un récord de pasajeros en el corredor Avant Valladolid-Segovia-Madrid, con más de 2,8 millones de usuarios, un 4,2% más que el año anterior, a pesar de lo cual no se satisface la demanda, siendo prácticamente imposible encontrar billetes si no se hace con mucha antelación.
Desde este humilde (y cada vez más desconectado) rincón, animo a todas las autoridades y formaciones sociales y políticas a unirse para reivindicar lo que merecemos y nos pertenece. Me consta que desde el gobierno de Castilla y León y desde los ayuntamientos afectados se está haciendo. No pedimos mucho: solamente un transporte eficaz, digno, abundante y sin restricciones, que no nos trate como figurantes en un país volcado con los extremos y tutelado desde Waterloo.
Y, ya que estamos, un consejo al admirado alcalde de Vigo: no es necesario cabrear a los segovianos para seguir al frente de una de las ciudades que aparece en los primeros puestos de todos los índices de calidad de vida y a la que nos gustaría poder viajar en tren de vez en cuando. Hay formas más elegantes de reivindicar lo suyo sin incitarnos a perder ni un ápice del aprecio que le tenemos a usted y a los gallegos.
Javier López-Escobar
