Que adopten nuestras costumbres

Según cierta ideología –me da cierto repelús llamar ideología a según qué cosas–, si un forastero quiere establecerse entre nosotros, primero ha de mimetizarse, asemejarse, fundirse, allanarse y adoptar nuestras costumbres. Luego, ya si eso, iremos viendo si nos cae bien y si aguanta una broma. Ya lo decía el añorado Gila: «Si no sabe aguantar una broma, márchese del pueblo».

En fechas recientes, una tal Rocío de Meer Méndez, diputada de Vox, calándose hasta las cejas la boina y dejando que su alma sea poseída por un Gila pasado de Red Bull, ha afirmado que «Todos estos millones de personas que han venido hace muy poco y no se han adaptado a nuestras costumbres, y que en muchos casos han protagonizado escenas de inseguridad en nuestros barrios, tendrán que volver a sus países». ¿Por qué? Pues la buena señora cree que defiende «el derecho a querer sobrevivir como pueblo».

Ante semejante boutade, copia mala de Trump, destinada a excitar a los más tontos de ese pueblo que dice defender, poco puede argumentarse, no por falta de razones, sino porque simple y llanamente con un tonto no se discute.  Ahí Mark Twain tenía toda la razón cuando recomendó: “Nunca discutas con un idiota, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia”.

Pero para los demás, las gentes que llevan toda la vida viviendo en el pueblo, acogiendo a los nuevos habitantes y llorando la ausencia de los que se fueron a buscarse la vida lejos o al camposanto, tampoco tengo argumentos que aportar. No hace falta, ellos ya saben que lo de Gila, el bueno, era un chiste para reírse de quienes aún no han salido de la caverna.

Da mucha pereza ponerse a explicar lo que significa la inmigración, recordar la emigración española a américa y a Europa, los grandes movimientos de población que a lo largo de la historia han ido cambiando fronteras, la relación entre prosperidad e inmigración, el horror de la esclavitud y el genocidio nazi, hijos del odio al diferente… ¡Tantas y tantas cosas! Deberían estar claras desde hace siglos, pero no terminan de asentarse, ya que siempre hay un imbécil con un altavoz difundiendo proclamas y un nutrido grupo de descerebrados dispuestos a escucharle.

En la noble localidad de Bérchules, Granada, sufrieron un apagón allá por el 31 de diciembre de 1994, lo que les privó de la asentada costumbre nacional de comer doce uvas al ritmo de las campanadas del reloj de la Puerta del Sol de Madrid. Desde entonces, los vecinos celebran el Año Nuevo en verano, cada primer sábado de agosto, repiten uvas y campanadas. ¿Habrá que establecer una norma para impedir que se asienten en la localidad los que prefieran comer sandía en agosto? ¿Podrán los vecinos de Bérchules irse a vivir a otro lugar en el que las uvas se consuman como Dios manda?

En Mataelpino, Madrid, desde 2009 han adoptado una costumbre bautizada como Boloencierro. Al parecer, sus habitantes recelan de los encierros taurinos tradicionales y, apartándose de San Fermín, cada 24 de agosto los valientes vecinos corren al grito de ¡qué viene el boloo!, ante un enorme balón de poliestireno de 30 kg. ¡Qué! ¿Echamos del pueblo a los aficionados a los toros o prohibimos a los de Mataelpino acercarse a Las Ventas? Por supuesto, en Pamplona los mataelpinenses habrían de ser declarados inmediatamente como personas non gratas.

Desde 1945, el último miércoles del mes de agosto, los habitantes de Buñol vienen rememorando cierta pelea que un grupo de jóvenes inició lanzándose tomates de un puesto de verduras. Lo que fue un simple altercado terminó convirtiéndose en una tradición anual, mundialmente famosa, a la que se suman propios y extraños, siempre que se acojan a esa costumbre local. No se admite la presencia de foráneos partidarios de usar el tomate únicamente para ensaladas o gazpachos. ¡Respeto a nuestra tradición!

Mucho mejor el ladrón propio que el trabajador forastero, ¡dónde va a parar! Si el drogadicto que apuñala a un viandante para conseguir un chute, es nacido en Barcelona el suceso apenas pasa de la octava página del periódico local, pero si un ratero apellidado Abdul, da un tirón a un bolso, abre telediarios y los predicadores de la pureza racial excitan a los vecinos a manifestarse contra la inseguridad que les ocasiona un centro de atención a menores no acompañados, unos centenares de metros más arriba de su calle. ¡Qué los arrojen al mar del que salieron!

El hecho de que yo renuncie a ofrecer argumentos por precaución ante los idiotas y por respeto a los demócratas, no impide que ofrezca un cuarteto de opiniones, ajenas y diversas, al respecto:

  • Papa Francisco: “los discursos políticos antiinmigración son inaceptables; obligar a un ser humano a renunciar a su identidad cultural como condición de entrada despoja de humanidad al inmigrante y socava la fraternidad universal”.
  • Martha Nussbaum (filósofa y socióloga moral estadounidense): “Cualquier tradición que niega la libertad y la igualdad de las personas es injusta”.
  • Michael Clemens (economista estadounidense que estudia la migración internacional y el desarrollo económico global): “Si se eliminaran por completo las trabas migratorias, el PIB mundial podría crecer entre un 50 % y un 150 %”.
  • Eric Kaufmann (politólogo y sociólogo): “la diversidad fortalece la cohesión social. La homogeneidad cultural no es requisito de estabilidad; al contrario, sociedades abiertas y plurales demuestran mayor resiliencia ante crisis económicas, políticas y demográficas. Forzar la uniformidad cultural fomenta resentimientos, mientras que el reconocimiento mutuo de diferencias genera capital social y dinamismo cívico”.

Pues eso, antes de meter una papeleta en la urna, piensa en qué partidos buscan tu prosperidad –sí, ya sé que es difícil– y qué otros tan solo quieren excitar tus miedos para trepar sobre ellos y alcanzar su sinecura. No caigas en la trampa.

Javier López-Escobar. Familiar de emigrantes

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