Dicen que la ignorancia es un mal difícil de curar, aunque no necesariamente incapacitante. Al contrario: a menudo la audacia es hija legítima del desconocimiento, y no son pocos los que, tras esquivar por los pelos la crónica de sucesos, acaban laureados encabezando la de deportes o de política.
Si lo pensamos un poco, nos daremos cuenta de que todos somos más ignorantes que sabios, y si ponemos en un platillo de la balanza los conocimientos de quienes se consideran eruditos y, en el otro, lo que ignoran, sobran los comentarios.
De hecho, no saber es lo más normal del mundo, ignorar cosas no es pecado; al contrario, es un privilegio. Tener cierta cantidad de cabeza hueca permite disfrutar del placer cotidiano del hallazgo. Yo, sin ir más lejos, paseando mi mirada por viejos libros, he redescubierto algo que había olvidado por completo: que El barbero de Sevilla, la ópera de Rossini, se basa en una comedia de Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais, autor también de Las bodas de Fígaro, pieza de la que Mozart extrajo la esencia para su inmortal Le nozze di Figaro.
A partir de ahí, la curiosidad se despertó. ¿Y quién era este francés? ¿Cómo no había reparado antes en su asombrosa biografía? Pues resulta que el tipo tiene una existencia fascinante: se le atribuyen los oficios de relojero, inventor, dramaturgo, músico, diplomático, espía, editor, horticultor, traficante de armas, satírico, financiero y revolucionario (tanto francés como estadounidense). ¡Menudo currículum!
Beaumarchais vivió durante el “Antiguo Régimen”. Francia era una sociedad rígidamente estamental, donde la cuna o las amistades se imponían a la valía personal para ascender. Beaumarchais, como hijo de un relojero, no pertenecía a la nobleza ni tenía privilegios de nacimiento. Sin embargo, gracias a sus innegables ingenio, astucia y talento, inventó un mecanismo de precisión para los relojes reales que le abrió la puerta al progreso social. A partir de ahí, dominando el juego del patronazgo, adquirió un título nobiliario y un apellido distinguido.
Su Fígaro —alter ego del autor— representa a un hombre de talento frustrado por un sistema que premiaba la cuna, la sumisión y el servilismo antes que el mérito y la inteligencia:
- FÍGARO: “Porque sois un gran señor, ¿os creéis un gran genio? (…) ¿Qué habéis hecho para merecer tantos bienes? Os habéis dado el trabajo de nacer, y nada más”. (Monólogo de Fígaro, escena III del acto V).
Su comedia en cinco actos y en prosa fue un éxito rotundo… y un escándalo mayúsculo. Luis XVI la tachó de “detestable”, y el emperador José II prohibió su representación en Austria.
¿Le suena? ¿No le parece que la sociedad del siglo XVIII difería poco de la de nuestros días? ¿Sigue vigente el pensamiento del francés, o hemos progresado algo? Dos siglos y pico después, me parece que poco. La receta que el dramaturgo pone en boca del criado del sevillano Conde de Almaviva, sigue vigente.
Tampoco hoy hace falta ser brillante, basta con saber a quién agradar y no molestar demasiado. Muchos cargos públicos —y no miro a nadie— se reparten sin mérito ni capacidad, solo por obediencia al líder o al partido. Se recompensa al que es “de los nuestros”, al que nunca cuestiona, al que no molesta, aunque carezca de preparación. Y, si hace falta, la capacitación se inventa, se maquilla con un indefinido “estudios de…”, la experiencia se improvisa y un currículum florido, repleto de vaguedades, sigue abriendo puertas.
Mientras tanto, la mediocridad servicial sigue siendo una vía eficaz para medrar y alcanzar despachos con vistas y sueldos que multiplican por 20 el salario mínimo. El talento crítico y la excelencia incomodan y el conocimiento paga un alto peaje.
Pero bien mirado, yo creo que ser ignorante, lejos de ser un impedimento o una desventaja, es en realidad una apreciable cualidad, pero siempre que se cumplan algunas condiciones: la primera, saberse ignorante, y la segunda, tener apetito por remediarlo. Ninguna de estas dos condiciones te hará mejor. Nadie te apreciará más —ni menos— por ellas. Pero, créeme: te sentirás mejor si las cumples. Disfrutarás de tu ignorancia siendo plenamente consciente de lo mucho que te queda por aprender. Hazme caso.
Que otros se peleen por los méritos sin virtud; a ver si en esa pelea se consumen… y, por fin, avanzamos.
Javier López-Escobar
Aprendiz de ignorante
