Una tarde de finales de agosto, me subí al coche, metí una pequeña mochila, un estuche con mis cd´s, que más que cd´s son una colección de memorias, y tomé la carretera.
Durante la primera hora o dos, el recorrido fue monótono, no tanto por el paisaje en sí, sino porque cuando recorres un camino muchas veces, el interés va decayendo, irremediablemente.
La música de fondo es una autovía alterna y con un destino aleatorio porque cada canción tiene su historia. No es lo mismo cantar “How does it feel?” a coro con Dylan, que intentar elevar el tono con Steve Perry y su maravillosa “Still they ride”. Y no hablemos de “Todo a pulmón” en una versión de Miguel Ríos.
Poco a poco, el paisaje va cambiando y de repente, a orilla de carretera, empiezo a ver toros de Osborne o al tío Pepe. Y se me cruzan molinos de viento, y es imposible no recordar a don Quijote, pensar la falta que nos hacen locos idealistas así en estos tiempos tan díscolos y con el humanismo en estado de coma.
Por fin, ya de un poco de noche, llego a mi destino; Baeza, Jaén.
Estaciono el coche un poco lejos de mi destino final, así que me toca entrar al centro caminando.
Rápidamente te das cuenta de que no estás en cualquier sitio: Palacios, monumentos, calles empedradas…una calle se llama Antonio Machado, ya que, en este lugar, como en Segovia, el poeta impartió clases después de la dolorosa muerte de su esposa. Cuentan en el pueblo que el día que Machado llegó a Baeza, llovía a mares, era de noche y cansado del viaje, toca la puerta del sitio donde espera encontrar al amigo que le ayudó a conseguir el trabajo. “No está aquí” le dice la mujer que le abre la puerta después de un buen rato insistiendo, “está en la agonía”. Machado no puede creer su mala suerte. La única persona que conoce en el pueblo, su apoyo en la nueva etapa está cerca de la muerte. Poco después se entera que “La agonía” es un bar del pueblo, por lo que el gran poeta respira tranquilo.
Pues yo, igual que Machado, busco mi sitio esa noche, noche fresca y agradable para ser agosto en Andalucía. Me registro en la recepción, y camino por los pasillos de ese palacio de Jabalquinto, edificado en la segunda mitad del siglo XV por el señor de Jabalquinto Juan Alfonso de Benavides Manrique, el «Famoso Capitán de Lorca» (primo segundo del rey Fernando el Católico)
El palacio es precioso. Amplios pasillos que te llevan a patios interiores, mas pasillos por los que perderse, salgo a un jardín, y veo a un buen grupo de gente en dirección al fondo del jardín. Al llegar, hay una chica entregando un programa de actividades, y me doy cuenta de que, sin quererlo yo, he dado con un espectáculo del cual no sabía nada. ¿” Qué hay hoy?” pregunto a la amable chica que hace de anfitriona. “Música y baile, bienvenido” Y claro, me quedé.
Lo que siguió después fue una de esas experiencias existenciales: una música que fusionaba lo andaluz con lo caribeño y lo latinoamericano, un par de bailarinas de las que era imposible apartar la mirada, una atmosfera que rayaba en lo mágico, una brisa suave y fresca, un ambiente que era como una cápsula que te aislaba de lo mundano…y por ese breve par de horas, pienso; que bonito es tener la suerte de ser feliz.
José Luis Haces
