Opiniones al peso

El fiel de la balanza indica equilibrio. Si la aguja señala el centro, atestigua que lo que hay en ambos platillos pesa lo mismo. Este artefacto, con miles de años a sus espaldas —desde Egipto a Mesopotamia—, sigue siendo símbolo de justicia, igualdad, prudencia, imparcialidad y ecuanimidad. La balanza, como la diosa Temis que la sostiene, representa la búsqueda de la verdad y la razón.

Una balanza es un instrumento sencillo, pero de precisión. Cada pieza es fundamental, y no cabe establecer mayor importancia del plato diestro sobre el siniestro ni del fiel sobre el fulcro. Con la debida calibración, ofrece resultados que nadie pone en duda.

A las opiniones les pasa algo parecido. Aunque proceden de un instrumento mucho más complejo —el cerebro—, necesitan de medida y calibración para ser ponderadas, sólidas y bien fundamentadas. Cualquier sesgo puede dar al traste con la justa medida y convertir lo sopesado en poco más que un timo de mal bodeguero que vende novecientos centímetros cúbicos a precio de litro. Los prejuicios, la prepotencia, el ego desmedido, la ignorancia o la maldad pueden ahogar cualquier pensamiento.

En estos tiempos de polarización política extrema, cuando un escándalo tapa al siguiente y la comunicación está en manos de cuentacuentos, donde prima el interés por desinformar y en los que la presión se extiende por las redes, convertidas en tribunales sumarios, es muy difícil abrirse paso y ofrecer una opinión sosegada.

Sin embargo, hace poco leí en esas mismas redes un breve texto de un amigo —desconozco su filiación política— en el que expresaba su punto de vista sobre asuntos de actualidad, en un tono moderado, con argumentos bien fundados, propios de quien se detiene a pensar antes de escribir. Escribía con experiencia de docente y escritor, y el deseo de contribuir a que entendamos un poco mejor este mundo que compartimos.

Muchos nos sentimos identificados. No porque diera la razón a un bando u otro, sino porque señalaba con más objetividad que muchos medios algo real que nos afecta directamente. Y eso nos une.

En los comentarios a la publicación, otro muy apreciado amigo —este de filiación política pública— le contestaba afirmando que no estaba de acuerdo con él en el 80% de lo escrito, pero prudentemente renunciaba a debatir en la red, por ser lugar poco adecuado —en eso estoy de acuerdo—, convocándole a compartir un café para hablarlo. He de decir que me honro en tener amigos de ese talante, independientemente de su militancia, a los que aprecio y admiro.

El mismo amigo sugería escribir “sobre los otros”, como si omitirlos fuese prueba de parcialidad. A esto el primero opuso su historia y le pidió que buscase entre sus escritos anteriores para encontrar el mismo estilo crítico de un ciudadano que opinaba con la misma libertad sobre los que mandaban entonces.

Es habitual tratar de rebatir una opinión sacando a relucir asuntos antiguos aparentemente similares a los que nuestro interlocutor no menciona, como si males pasados justificaran tormentos presentes, sin darse cuenta de que, de facto, hacer eso supone admitir implícitamente la tesis del primero, sin pararse a pensar que querer invalidar una opinión recurriendo a faltas de otros, en el fondo, es admitir que se coincide con la tesis central, aunque duela.

A pesar del CIS, resulta muy evidente que cada vez más ciudadanos creen que las cosas no están tan bien como nos quieren hacer creer. Crece el número de personas hartas de que se nos tome por tontos y muchos ciegos empiezan a ver y sordos a oír, aunque no quieran.

No hay que renunciar a las propias ideas ni traicionar los compromisos políticos que cada uno adquiere, de lo que se trata es de que todos podamos contribuir a avanzar, mirando atrás únicamente para no cometer los mismos errores, no para criminalizar al oponente como único argumento para ocupar el poder. En eso la política se parece demasiado al mal vinatero: siempre pendiente de la artimaña para que la balanza marque a su favor. Así no vamos a ningún lado.

El fiel de la balanza no miente. Los que mienten son quienes intentan manipularlo. Y sería deseable que, algún día, la política marcase también el cero. Necesitamos respeto, honestidad, colaboración y mirar hacia adelante.

Javier López-Escobar

Joven aspirante a maduro sensato

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