Los veranos de La Granda: de hombres grandes y pequeños

Durante las vacaciones de mi época de estudiante procuraba trabajar en algo que me permitiera disponer de un poco dinero para gastar en mis cosas. Dos veranos caí como recepcionista-telefonista, contratado por el hotel Luzana de Avilés, en la residencia de La Granda: un edificio propiedad de Ensidesa, destinado a alojar a personalidades del Gobierno, del INI y a directivos de empresas nacionales y extranjeras, cedido más tarde a la Fundación Escuela Asturiana de Estudios Hispánicos para encuentros de carácter científico.

Junto al pantano de La Granda —depósito de agua para las necesidades siderúrgicas— y rodeado de prados y bosques, pasaba ocho horas diarias —en turnos de mañana o tarde— y dieciséis los fines de semana, recibiendo a los huéspedes y atendiendo sus llamadas en una vieja centralita.

Por aquel caserón con aspecto de chalet suizo desfilaron los nombres más importantes de la ciencia, la economía y la política. De la mano de Juan Velarde Fuertes, director de los cursos, y de Teodoro López-Cuesta, rector de la Universidad de Oviedo, tuve ocasión de conocer a personas como Severo Ochoa, Francisco Grande Covián, Santiago Grisolía, César Nombela, Sabino Fernández Campo o José María Segovia de Arana, entre otros, amén de un buen número de extranjeros laureados con el Nobel y cuyos nombres he olvidado. Excuso decirle lo que eso suponía para un mediocre e imberbe estudiante de Biología que aprovechaba los ratos libres para estudiar las materias pendientes de septiembre.

Si algo recuerdo de aquellas personas era su naturalidad, lo fácil que resultaba acercarse a ellas y el sincero interés que mostraban por mi trabajo, sobre todo cuando veían sobre mi mesa un libro de genética. Lejos de hacerme sentir como un diminuto don nadie, se comportaban como colegas. ¡Ahí es nah! Así muestran su grandeza los hombres y mujeres verdaderamente importantes: con sencilla humildad.

Las recientes candidaturas fake al Premio Nobel de la Paz —primero de nuestro nunca suficientemente ponderado presidente Sánchez y después del mayor atractor mundial de odios y amores, Mr. Donald Trump— han traído a mi memoria aquellos encuentros. Y me he preguntado: ¿me sentiría igual de honrado, me temblarían las piernas del mismo modo que cuando tuve ocasión de saludar a don Severo Ochoa, si me encontrara con alguno de estos dos personajes? ¡Va a ser que no!

Con el primero ya coincidí un par de veces y, ¿qué quiere que le diga? Ni fu ni fa, por no entrar en más detalles sobre la sensación que me produjo. Respecto al segundo, no creo que se dé la circunstancia, ni del premio ni de la coincidencia. Lo más cerca que estuve de él fue dentro de un taxi, detenido al paso de la larga comitiva presidencial en veloz rumbo a la Casa Blanca. Mr. Trump, no yo.

La medida de la verdadera grandeza no está en el número de palmeros que te ríen las gracias. Las sonoras carcajadas con las que la vicepresidenta del Gobierno rubrica las ocurrencias del presidente en las Cortes son cualquier cosa menos admiración sincera.

Dar la mano a alguien verdaderamente importante produce una sensación difícil de explicar. Irradia algo: una energía discreta, procedente de quienes son grandes por mérito propio y que se percibe en cuanto te aproximas. El cuerpo se pone en alerta, el vello se eriza y uno se siente acogido y apreciado al instante al estrechar su mano.

Cuando, en cambio, tienes enfrente a un oportunista que sólo ha trepado a una posición superior a la tuya, también se nota: al saludarle descubres de inmediato que no te presta atención, que le importas un pito, cuando no que te desprecia, tras la impostura de un gesto aparentemente educado.

No sé si recibir un Nobel te hace más noble. Algunos laureados han sido muy discutidos, pero los que yo he tenido la suerte de conocer resultaron ser tipos notables, de nobleza probada y grandeza evidente, que nunca me miraron desde lo alto. Y eso, querido amigo, no puedo decirlo de otros a los que he tenido la fortuna —o la desgracia— de conocer.

Javier López-Escobar

Humano que no aspira al Nobel

P.D.: Mi más sincera felicitación a los laureados con el Nobel en 2025, incluida María Corina Machado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *