Pedro Sánchez, desengáñese, no es de izquierdas. Es un personaje completamente carente de ideología, propenso a aceptar cualquier idea que el primer asesor que se le arrime le proponga y le asegure mantenerse un minuto más en el trono de La Moncloa. Y digo trono, porque me da que en sus más húmedos sueños se ve a sí mismo, no ya como presidente de una república, sino como rey.
No se me asuste, tampoco es de derechas, ni de centro, pero estoy seguro de que, de haber hecho su carrera política en el PP, hubiéramos visto como habría llegado a la cima del centro derecha, escalando sobre los escrúpulos de los demás, y pactando sin remordimientos con la ultraderecha de turno, esa que dice aborrecer, sin pestañear, mientras sentaba sus reales posaderas en el primer puesto del banco azul del congreso.
No le interesan la democracia, el progreso, las libertades, la unidad nacional, la constitución o el orden en España, salvo para disfrazarse, llegado el caso, con una capa de virtuoso progresista y pasearse entre los ciudadanos como Sauron se paseaba entre los elfos, que confiaron en él, según dejó escrito Tolkien en su conocida obra.
Es justo reconocerle al presidente del gobierno algunas habilidades, como una destreza superlativa para alcanzar, desde la mayor irrelevancia, las más altas cotas de poder y la astucia de saberse rodear en cada momento de aquellos que le puedan servir para lograr sus fines, pero a los que, al contrario que a sí mismo, no les perdona un desliz.
También es notoria su capacidad dramática, que solo los mejores actores consiguen tras años de trabajo y ensayo, la que le sirve para ponerse en la piel de cualquier personaje que encaje en el guion, y así derrama lágrimas o carcajadas con la mayor naturalidad, según le convenga, como si algo realmente le doliera o divirtiera.
Su alta autoestima le hace estar por encima de las normas y hasta de la Constitución y prescinde de ellas sin preocupación al menor obstáculo. No tiene reparos en retorcer leyes, ignorar protocolos, reinterpretar reglas, cambiar costumbres o saltarse promesas con la agilidad del mejor atleta y es capaz de hacerse aplaudir por ello.
Como el cuco, ha ido eliminando los demás huevos del nido socialista hasta ser el único dueño del lugar. Ha ido descabezando las agrupaciones del PSOE, eliminando a todo aquel que pudiera oponerse a sus deseos, la lista es larga, hasta convertir su partido en una pobre sombra de lo que fue. Al mismo tiempo, como la carcoma, ha ido perforando los pilares de la democracia, situando peones en todas las instituciones, cuya independencia le pudiera amenazar, para transformarlos en cortijos de su feudo.
El secretario general del PSOE, reconfirmado como líder absoluto, ha convertido a su organización en una camarilla populista que acepta con naturalidad una cosa o la contraria, según vayan las elecciones o los intereses particulares del líder. Ya lo dije no hace mucho, me recuerda en cierto modo al Señor Oscuro y su anillo único: “Un anillo para gobernarlos a todos, un anillo para encontrarlos, un anillo para traerlos a todos y atarlos en la oscuridad”. Así tiene encadenado no solo al PSOE, sino a Sumar, lo que queda de Podemos y algún que otro grupúsculo con sede en Waterloo, sometidos a su poder y dispuestos a mantenerle a toda costa volando en el falcon.
¿Imaginan que, en el pasado congreso federal del Partido Socialista, celebrado en Sevilla y convocado a mayor gloria de su señor, se hubieran revelado las bases y alguien como Paje hubiera dejado de amagar y le hubiera hecho frente y ganado?
¿Cómo verían entonces una moción de censura, liderada por Feijoó y apoyada por ese nuevo PSOE de Paje, que tuviera como resultado un gobierno de coalición al estilo de las más asentadas democracias europeas?
¿Sería posible, entonces, dedicarse a resolver los problemas más urgentes de los españoles, aprobar presupuestos y modificar las leyes electorales, para impedir que cualquier minoría sin reparos volviera a tener las llaves de la Moncloa?
Habría sido viable convocar elecciones y volver a poner el timón de la nación en manos de alguien reconocible, predecible, sensato y sometido a los poderes del estado, respetuoso con la independencia de éstos, ocupado de las cosas de comer, dedicado a hacer y no a anunciar, sin que importe si es del PSOE, del PP o mediopensionista. Todo esto parece tan deseable como imposible…
En fin, aún no ha salido el sol, me duele el cuello de estar apoyado de este lado, me daré la vuelta para seguir durmiendo, a ver si al menos en este sueño el futuro se despeja. Hasta mañana…
Javier López-Escobar