Llega el año nuevo, los buenos deseos se agolpan a través de imágenes y palabras e incluso abrazos.
El volver a empezar en un tiempo nuevo se presenta lleno de propuestas y objetivos. Podría ser el momento de dejar todo aquello que nos repercute una gratificación inmediata y el placer a corto plazo, por un esfuerzo que busca obtener un bien más profundo, eligiendo libremente estar más incómodos, vivir más conscientemente, exponernos al esfuerzo y a veces al malestar con uno mismo, sin desear abandonar como si fuera una imposición o una moda.
Traslademos esta reflexión a la económica nacional y doméstica soportando en los próximos días y meses una serie de incrementos en los costes y los precios de los productos necesarios para nuestra propia existencia e incluso una desaforada presión fiscal.
El consumismo que atravesamos provocado por un cambio de mentalidad, unas veces involuntario y otras de forma consciente, ante la poca o nula posibilidad de pensar en cumplir con futuros proyectos, empuja a que la demanda ante una no siempre oferta adecuada y suficiente, provoca un incremento en los precios de bienes y servicios.
Sirva de justificación lo indicado, en gran parte y en nuestra contra, para que, por parte de los poderes establecidos, ajusten las cargas tributarias que soporta todo aquello que cubre nuestra supervivencia.
El coste de producción y de los servicios provocan un incremento en los precios de la energía, de los alimentos, de la vivienda y del propio ocio, entrando en un escenario alcista que será difícil de controlar en los próximos meses.
La competencia para poder cubrir las necesidades que el ciudadano demanda no es satisfecha por aquellos que detentan la facultad de corregir desajustes del mercado y a veces ni siquiera en encontrar el equilibrio entre lo social y lo institucional.
El salir de una cierta situación de confort, el mejorar nuestros hábitos, dejando atrás incluso hasta relaciones toxicas y ciertos miedos, puede significar aquellas renuncias que reaviven nuestra libertad y nos promulgue a ser los verdaderos protagonistas de la realidad.
Los ciudadanos deben saber renunciar a ser dueños de cosas y comportarse como administradores de sus bienes.
Mario Sastre de la Calle
Economista