Apaga y vámonos

Cerca ya de las 2 de la tarde pude ver en las noticias de una TV extranjera la información del apagón en España y Portugal. Lo que había sido una tranquila y soleada mañana de paseo se turbó por una sombra de preocupación, dado que esa misma tarde tenía que regresar a España.

Sin anticipar acontecimientos —siempre he sido más partidario de las ocupaciones que de las preocupaciones— decidí continuar con el plan previsto; ya habría tiempo de ir afrontando las consecuencias del evento. Un breve recorrido por los WhatsApp para comprobar que tras el primer sobresalto ni llegaban ni se recibían mensajes, un par de intentos fallidos de llamada…, y ¡a otra cosa!

Yendo al aeropuerto en taxi, pude comprobar que el avión que había de trasladarme de vuelta había salido de Madrid, lo que era una buena noticia. Facturado el equipaje con normalidad me fui a la puerta de embarque a esperar. El avión llegó con algo de retraso y el abordaje tardaba más de lo normal, pero al fin se abrieron las puertas y fuimos llenando ordenadamente la aeronave.

Se notaba cierta agitación entre la tripulación y el comandante, entraban y salían de la cabina y trataban de cuadrar mensajes y cifras con el personal de tierra. Oí al piloto decir “¡tengo slot!” mientras urgía a completar cuanto antes el embarque, antes de perder ese espacio de tiempo específico asignado para las operaciones de despegue.

En el último minuto cerraron la puerta e iniciamos el rodaje. Nunca había visto a un avión comenzar la aceleración mientras tomaba la última curva, casi derrapando, al comienzo de la pista de despegue, tal era la urgencia de actuar si no queríamos quedarnos en tierra.

Al alcanzar la costa mediterránea, a la altura de Barcelona, aunque no tan intensas como otras veces, las luces ofrecían cierta esperanza. A partir de ahí, por tierras de Aragón y Castilla y León, la oscuridad reinaba en tierra. Madrid estaba iluminada, pero no con la intensidad que recordaba de otras veces. Aterrizamos y el comandante nos explicó que ese era el último vuelo que tomaría tierra en Barajas esa noche. Tuvimos suerte.

De camino a Segovia, muy poco tráfico, apenas medio centenar de vehículos en total. Cruzamos Guadarrama por el viejo túnel reversible, excesivamente iluminado para lo que había sido el trayecto y a partir de ahí la oscuridad total, salvo en el peaje. Dejé el coche en la calle y descargué el equipaje con la ayuda de la linterna del teléfono, luz que apagué para quedarme unos minutos mirando al cielo, lleno de estrellas, con una Vía Láctea deslumbrante, recuperando un protagonismo celestial que el velo de la iluminación nocturna moderna nos arrebata cada noche, un espectáculo que tantos urbanitas jamás han contemplado. Habría que hacer algo con esto, pensé… Aseo a la luz de una vela y a dormir. Las 2 de la madrugada y aún sin luz.

Por la mañana, ya con electricidad, sin teléfono fijo hasta más allá de las 12, la vida recobraba su cotidianeidad, nada parecía indicar que acababa de suceder algo inédito, extraordinario, de proporciones inesperadas y de causas aún por determinar. La imputación del hermano del presidente del gobierno y el funeral del Papa pasaron a un segundo plano difuminados por el suceso, pero hoy la vida sigue.

Las redes se llenan de memes sobre el suceso, la parte graciosa del caso, y de furibundas discusiones sobre las responsabilidades y la actitud de cada cual, la parte fea. Con el nuevo día, el cruce de improperios recupera la violencia que la oscuridad calmó y la solidaridad que se extendió por todo el suelo patrio volvió a mutar en polarización y enfrentamiento.

¿Cuándo terminará este periodo infernal en el que nos hemos ido metiendo? ¿Recuperaremos el sentido común y el buen juicio? ¿Conseguiremos frenar antes de estrellarnos o lanzarnos por el precipicio?

Si no, al menos, que de una vez por todas los responsables de la cosa pública, sí, tú, Pedro Sánchez, y los que te siguen, junto con el resto de las autoridades que estáis ahí, parece que más por no tener otra cosa que hacer que por verdadera vocación de servicio, empezad a trabajar para resolver los problemas de la ciudadanía. Haced lo que se espera de vosotros y dejad ya de una puñetera vez de construir muros entre españoles y de señalar diferencias y sembrar discordias. Para disputas estúpidas ya está el fútbol.

No sé yo si no habría que institucionalizar el día sin luz, un día al mes a oscuras, eso sí, bien agendado para no dejar a nadie encerrado en el ascensor, parado en medio de la nada en un tren o pendiendo su vida de un respirador que no puede enchufar. Dedicar ese día a charlar con desconocidos, a mirar al cielo por la noche y a frenar el río de basura que llena las redes a diario.

Si no hacemos algo pronto, como convocar elecciones y dejar que los ciudadanos tomemos la palabra, solo quedará decir ¡Apaga y vámonos!

Javier López-Escobar

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