¿El futuro lo dictará una IA o el voto?

Si hay algo que los nacidos a mediados del siglo XX, en nuestra ingenuidad, no esperábamos, es el panorama convulso que nos está dejando el siglo XXI al superar su primer cuarto. Cada vez hay más señales de que volvemos a las andadas. Lo que tras dos guerras mundiales fue la esperanza de un mundo democrático, unido y próspero, parece haber puesto el freno —cuando no la marcha atrás— para devolvernos a la oscuridad.

La superpoblación, las catástrofes amplificadas por el cambio climático, la contaminación masiva, el auge de los extremismos, la vuelta a la esclavitud, el renacer de patriarcados rancios, el deterioro de la educación, la brecha creciente entre ricos y pobres, la polarización insoportable, las crisis migratorias, las guerras, la pérdida de biodiversidad o la escasez de recursos naturales… nada de esto estaba en el guion optimista de nuestra juventud.

¿Será la humanidad capaz de salir adelante? Creo que sí. Como biólogo, veo al ser humano como un animal más y sé que la vida dispone de mecanismos para rehacerse. Ya hubo catástrofes globales y extinciones masivas millones de años antes de que el primer Homo sapiens hollara el barro. No veo por qué no debería seguir ocurriendo, aunque eso redujera la humanidad a unas pocas tribus dispersas. Claro que, desde el punto de vista social, ese escenario equivaldría a nuestro final, y nadie en su sano juicio desearía llegar ahí.

Hay, sin embargo, otro camino. Y quizá usted y yo alcancemos a ver sus primeros pasos. Algunos creen que la tecnología, en menos años de los que imaginamos, podrá resolver la mayor parte de los graves problemas que hoy abruman al mundo.

Algunos creen que las enfermedades que hoy nos limitan podrán prevenirse y curarse mediante nanobots, capaces de reparar el cuerpo y alargar la vida útil hasta límites insospechados. Todo el trabajo lo realizarán máquinas limpias, eficientes y capaces de autodiseñarse, autoperfeccionarse y autorepararse.

Una inmensa red de IA —llamémosla Red de Suministro Autónomo Global (RSAG)— gestionará la producción y la logística, desde la minería de asteroides hasta la fabricación personalizada de objetos. El dinero y la escasez dejarán de tener sentido: cualquier persona podrá obtener inmediatamente lo que necesite, desde unos zapatos hasta una casa.

Con todas las necesidades cubiertas, las jerarquías y desigualdades desaparecerán. Hombres y mujeres dejarán de mirarse como seres distintos. La violencia, el sometimiento y la disputa serán reliquias de un pasado olvidado. Habrá paz.

La población mundial se reducirá hasta niveles compatibles con el medio. La vida se organizará en comunidades voluntarias de unos pocos miles de personas, conectadas entre sí. La política, tal como la conocemos, quedará obsoleta. La organización social adoptará una estructura fluida y descentralizada.

Las decisiones globales se tomarán en un Consejo de Conciencia Global, integrado por humanos seleccionados por la IA según su ética, sabiduría y empatía para que la asesoren en el desarrollo de metas a largo plazo, asegurando que las acciones de la RSAG sirvan siempre a la felicidad y el bienestar humanos.

El propósito de la vida cambiará drásticamente. La gente dedicará su tiempo al arte, la exploración espacial, la ciencia o simplemente a disfrutar de la belleza del mundo. El ocio será el único motor de innovación y creatividad. La educación proporcionada por tutores de IA será continua, inmersiva y acelerada cuando se perfeccionen los implantes neurales y la interconectividad de las personas y las máquinas.

¿Será ese el futuro alternativo si superamos los problemas presentes? ¿Alcanzaremos por fin la felicidad tantas veces prometida? ¿O acabaremos siendo una humanidad satisfecha, sí, pero aburrida, sin nada por lo que vivir más allá del siguiente capricho?

No lo sé. Intuyo que algo de lo aquí descrito se cumplirá. Pero hay un obstáculo mayor: nosotros mismos. Mientras sigamos gobernados por políticos sin escrúpulos, que simulan estar en el lado correcto de la historia, mientras se dedican a polarizar, como única vía para perpetuarse en sus poltronas, no habrá inteligencia artificial que lo arregle. La solución no está en las máquinas, sino en nuestra propia humanidad.

Podemos —y debemos— solidarizarnos con el pueblo palestino y exigir al gobierno israelí que cese la masacre en Gaza. Sí, pero no acudiendo a la llamada de los que quieren enfrentarnos, sino permaneciendo unidos en la demanda de paz mientras cuidamos lo cercano y a quienes conviven con nosotros día a día. No son el enemigo: son nuestro prójimo. Y ahí empieza todo: con un voto meditado. Si lo regalamos a quienes se alimentan de la polarización y fingen abrazar causas nobles solo para mantenerse en el poder, estaremos saboteando cualquier futuro posible. Piénselo serenamente.

Javier López-Escobar

Aspirante a una vejez digna

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