¿Quién dice la verdad?

En la web del PSOE puede leerse este titular: “Frente a la política de la mentira, el PSOE dirá a la gente la verdad”.

Déjeme que le diga algo: nada de lo que usted ve, oye o cree saber es verdad; y, adelantándome a su réplica, nada de lo que yo veo, oigo o creo saber es verdad. ¡Pues estamos apañados! ¿Qué hace usted escribiendo estas tontunas si piensa así? Me preguntará. Para entretenerme, podría contestarle, pero le respeto demasiado como para dejarle así sin más, así que intentaré explicarlo un poco mejor.

Para empezar, aclararé que hablo de percepciones humanas, no de que no exista verdad en absoluto ¡Dios me libre! Lo que le digo está contrastado, y si tiene curiosidad le recomiendo que busque un poco en las redes y encontrará centenares o miles de ejemplos de percepciones erróneas que son fruto de interpretaciones equivocadas de nuestro cerebro al descifrar lo que ve o escucha. No son pocos los estudios que demuestran que la memoria es compleja y que nuestros recuerdos suelen diferir mucho de los sucesos reales.

Profundicemos un poco en la cuestión de “la verdad”. Piense en un tribunal: este es uno de los lugares en los que la búsqueda de la verdad es una de las tareas más importantes y no lo hacen a la ligera. Para dar con la verdad de los hechos dedican enormes cantidades de tiempo y recursos. Discuten durante días hasta alcanzar un consenso que se aproxime de la manera más fiel posible a lo sucedido.

Quédese ahora a la puerta del tribunal, no tardará mucho en ver cómo grupos más o menos nutridos de ciudadanos enardecidos vociferan al paso de los reos, sentenciándoles a las penas más terribles sin haber estado nunca más cerca de un código penal que la distancia al paso casual por las inmediaciones de una biblioteca.

Estoy seguro de que usted es de los que valora el trabajo en los laboratorios de investigación biomédica, donde los mejores científicos de todo el mundo buscan explicación a nuestra existencia material con el ánimo de librarnos de las enfermedades y hacer de nuestra vida algo más sano y feliz. Se invierte mucho dinero —menos de lo que se debería— y mucho tiempo en tratar de entender cómo nuestras neuronas se comunican entre sí y tejen redes que almacenan y procesan la información que recibimos. Intentan resolver problemas como el Alzheimer, que arruina la vida a muchas personas privándoles de sus recuerdos primero y de la vida después.

Coja ahora su móvil, abra su red favorita y seguro que no tarda en dar con un vídeo corto de alguien que sabe cómo con tres sencillos pasos y un par de cucharaditas de aquello en ayunas puede vencer al COVID, al envejecimiento, a la pérdida de memoria o al mismísimo ejército soviético si llegara a ser atacado por él.

¿Va viendo por dónde voy? Lo que defiendo es que saber la verdad está lejos del alcance de la mayoría y que sólo los que invierten gran parte de su vida en buscarla apenas rozan su superficie y son los únicos que saben que es inalcanzable, en tanto que el común de los mortales creemos tener razón sin apenas esfuerzo.

Y dicho esto ¿Quién dice la verdad? Pues le daré alguna pista para distinguir, al menos, a los que mienten:

  • Desconfíe de cualquiera que se dirija a usted con frases como: ¡Créeme! ¡Te lo juro! ¡Lo he visto con mis propios ojos! ¡Es cierto, no te miento! ¡Son verdades como puños! O similares. Esos, salvo por casualidad, son los que más fácilmente le engañarán, aunque no sea a propósito.
  • Sospeche de aquellos que tratan de convencerle de que los suyos están equivocados, de que le mienten, de que están tratando de confundirle. Los que le susurran ¡No te fíes de fulanito! O le recomiendan no creer nada de lo que menganito diga. Tampoco estos saben más que fulanito o menganito, solo quieren llevarle al huerto.
  • Cuestione a quienes dicen saber el camino correcto esgrimiendo pruebas irrefutables de carácter científico, histórico o filosófico. Dichas pruebas no existen, pregunte usted a cualquier científico en activo sobre la irrefutabilidad y tal vez le explique algo sobre el método científico que le hará ver la incompatibilidad de lo irrefutable con la ciencia.
  • Aléjese de los que dejan frases para la posteridad, como de la afamada fontanera Dª Leire Díez: “La verdad es solo una y saldrá”. ¡Huya de los que están en posesión de las purezas ideológicas y la verdad revelada como de la peste! ¡Reniegue de los que le señalan culpables y no soluciones!

¿Y de quién nos fiamos entonces? Pues en mi humilde opinión, de aquel que empiece una contestación por un sencillo “no sé” o un “deja que lo piense” o, en el peor de los casos, le devuelva la pregunta en forma de un retórico ¿Y tú cómo los ves? Ese quizá sea el primero al que debamos escuchar.

En política, también. Aun diría yo más: en política especialmente. Preste atención al que realmente quiere ayudar, aunque se equivoque tanto como el otro. Este último al menos le saldrá más barato. Y, sobre todo, recuerde que dudar es más saludable que fanatizarse.

Javier López-Escobar, Exfanático de la verdad

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