El capítulo 10 del segundo tomo de El Señor de los Anillos, la conocida obra de J. R. R. Tolkien, es un compendio magistral del arte de la retórica. En él crea diálogos que retratan espléndidamente las técnicas del embaucador y los subterfugios con los que siembra la división y trata de ganarse aliados.
En este pasaje nos presenta a Saruman, el antiguo líder de la orden de magos Istari, enviado a la Tierra Media para luchar contra Sauron. Con el paso del tiempo, su bondad se corrompió por el orgullo y la ambición de poder. Al fin, el enviado de los Valar fue derrotado y quedó atrapado en su torre, inerme, a merced del vencedor.
Leemos en la novela: “De improviso otra voz habló, suave y melodiosa, el sonido mismo era ya un encantamiento. Quienes escuchaban, desprevenidos, aquella voz, rara vez eran capaces de repetir las palabras que habían oído […]. Sólo recordaban, las más de las veces, que escuchar la voz era un verdadero deleite, que todo cuanto decía parecía sabio y razonable, y les despertaba, en instantánea simpatía, el deseo de parecer sabios también ellos”.
- A. Shippey, estudioso británico de literatura medieval, sostiene que “Saruman habla como un político. Ningún otro personaje de la Tierra Media tiene esa capacidad de combinar unas frases con otras para conciliar lo incompatible”.
Antes de poner un pie en la torre de Orthanc, Gandalf advierte a la compañía: “Saruman tiene poderes que ni siquiera sospecháis. ¡Cuidaos de su voz!”. Ni siquiera en la derrota se puede menospreciar el poder del adversario. Ni con el oso cazado conviene precipitarse a vender la piel.
No puedo sustraerme a encontrar paralelismos entre aquel personaje de Tolkien y el actual secretario general del PSOE y presidente del gobierno de España, enrocado en su torre, aficionado a impostar la voz y a inundar los medios con mensajes dirigidos, parafraseando a Galdós, a disfrazar el egoísmo con ropajes de patriotismo: ferias de vanidades donde se venden palabras huecas.
Dicen que un bacalao pone 10.000 huevos en un día, y en silencio. Una gallina pone uno y cacarea a los cuatro vientos. ¿El resultado? Todo el mundo come huevos de gallina, nadie come huevos de bacalao. Llenar el aire de propaganda funciona.
Ya antes de las elecciones de 2023, Pedro Sánchez emprendió una carrera propagandística en medios afines y contrarios, presentándose ante la opinión pública con cara amable y voz aterciopelada, riendo las gracias y acaparando el tiempo. Ni los entrevistadores más incómodos consiguieron hacerle temblar. La pregunta de Carlos Alsina: “¿Presidente, por qué nos miente tanto?”, que sonó rotunda y potente, apenas le puso en el menor de los aprietos, acostumbrado como está a envolver en retórica a cualquiera que se le ponga por delante.
En estos días vuelve a dejarse ver en medios y redes, muta su ropaje como Saruman, del que se dice que “estaba envuelto en una amplia capa de un color que nadie hubiera podido describir, pues cambiaba según dónde se posaran los ojos y con cada movimiento del viejo”. Presenta una faz nueva, ignorando cualquier atisbo del pasado, como si acabara de llegar. Él nunca supo nada. Sonríe, dulcifica el tono y busca que su sonido mismo sea un encantamiento, para que quienes lo escuchen desprevenidos apenas puedan recordar las palabras que oyen.
Intuyo que tal agitación, con gran despliegue publicitario y variopintas actuaciones destinadas a presentar una imagen renovada del líder, sólo tiene sentido si está pensando en convocar elecciones anticipadas. Después de negarlo por activa y por pasiva, de incontables referencias a agotar la legislatura como sea, con o sin presupuestos, con o sin Parlamento, únicamente con su liderazgo de mago de La Moncloa… todo huele a adelanto electoral.
Sea como sea, siempre ha sido un error subestimar las posibilidades de Pedro Sánchez de salir adelante. Creerle derrotado nunca ha sido buena idea. ¿Sánchez acorralado? Conviene escuchar a Gandalf y tener presente su advertencia: “¡Cuidaos de su voz!”
Javier López-Escobar
