¡Ángela María!

Sátira política en un acto

(ESCENA: Un despacho oficial. EL UNO está al teléfono, visiblemente alterado. EL ASESOR espera de pie, temblando con una carpeta en la mano).

EL UNO: (Al teléfono) ¡Ángela María! ¡Ángela María! ¿Pero qué me estás contando? ¡Qué disgusto! ¡No me lo puedo creer! ¿En serio? Bah, me estás tomando el pelo… Pero ¿cómo iba yo a saberlo? Si total, solo nos vimos… ¿cuántas veces? ¿Más de mil? ¡Todos estos años a mi lado! Pero si era un chico excelente, siempre dispuesto a ayudarme, diligente, con unas ideas de lo más progresistas, ejemplo de feminismo, mi brazo derecho…

(Pausa dramática mientras escucha. Se lleva la mano a la frente).

EL UNO: ¡No doy crédito! Yo tenía una confianza política en él, pero desde el punto de vista personal era un gran desconocido para mí. Yo desconocía estas facetas suyas. ¿Cómo es posible que nadie me hubiera advertido? ¡Ya os vale! ¡Ahora resulta que todos lo sabíais y no me lo queríais decir! ¿No? ¡Ah! ¿Que tampoco sabíais nada? Bueno, bueno, bueno… Está bien, borrón y cuenta nueva: que le retiren el carné de socio y borrad su cara de las fotos.

(Cuelga el teléfono y mira al ASESOR).

EL UNO: Ese chico… sí, sí, el de Pamplona, el que venía con nosotros desde el principio, ese tan discreto… ¿Qué os parece para cubrir la vacante? Sí, ¿no? Pues en marcha, que se ocupe él. Si ya me pareció de total confianza cuando viajábamos en el Peugeot. ¡Qué tiempos! Poned todo en sus manos, es de fiar, mi Marichús pone la mano en el fuego por él y todos hablan maravillas de él. ¡Haya paz!

(Suena de nuevo el teléfono. EL UNO contesta).

EL UNO: ¡Ángela María! ¿Otra vez? ¿Pero cómo es posible? ¿Este también? A ver, a ver… ¿no se tratará de simples corruptelas? ¿Seguro? Pues nada, que le quiten el carné también, un tironcillo de orejas y listo. Pido perdón a la ciudadanía, que se lo traga todo, y ponemos a otro. Bueno, no, mejor una dirección colegiada, mujeres y hombres. Ahora sí, de mi total confianza, alguien a quien sí conozco bien, que si me tengo que fiar de vosotros… Venga, que entre Paco el sevillano, que es a la vez serio y gracioso. Era la alegría en la Moncloa y seguro que no nos defrauda.

ASESOR: (Tímidamente) Jefe, jefe, perdona, pero…

EL UNO: ¡Ve al grano!

ASESOR: Verás, es que Paco, al parecer, tiene varias denuncias por acoso y, por lo visto, le investigan por cobrar un sueldo público sin ir a trabajar…

EL UNO: ¿Cómo? ¡Ángela María! ¿Queréis acabar conmigo, o qué? ¿Estáis conspirando contra mí? ¡Haced lo que queráis! ¡No os conozco a ninguno! ¡No sé quiénes sois!

(EL UNO empieza a recoger sus cosas apresuradamente).

EL UNO: Me marcho a casa, que son las cinco y no he comido, y luego mi pareja se mosquea (y con razón) de que no la acompaño. No me extraña que ande por ahí tratando de arreglar el mundo sola. A ver si me consuela. A ella, al menos, la conozco bien.

(CAMBIO DE ESCENA: Salón de casa. EL UNO entra resoplando. Se habla a sí mismo).

EL UNO: La familia nunca te traiciona, ellos sí son carne de mi carne, sangre de mi sangre, puros, inmaculados, transparentes, siempre dicen la verdad…

(Se topa con su hermano, que está sentado en el sofá).

EL UNO: ¡Hermano! ¡Qué alegría! No sabía que estabas en casa.

HERMANO: Pues llevo meses aquí, pero no quería llamar la atención, ¿sabes?

EL UNO: ¿Y eso?

HERMANO: Nada, nada, cosas mías, no te preocupes.

EL UNO: Pues claro, ¿cómo me voy a preocupar, hombre?, tranquilo, sigue a lo tuyo.

(Suena el teléfono fijo de la casa. EL UNO bufa).

EL UNO: ¡El teléfono! No me dejan parar, mira que les he dicho que hoy no quería más disgustos, que bastante he tenido ya… (Descuelga) ¿Diga? Ah, OK, ahora se pone, un momento. (Grita hacia la otra habitación) ¡Cielo, es para ti! ¡Dice que llama de «Air no sé qué»! Te lo paso. Me voy a dar una ducha…

(EL UNO sale hacia el baño. Se oye ruido de grifo y un grito desde dentro).

EL UNO: ¡Maldita sea! ¡No hay agua caliente y sale barro del grifo! ¿Alguien puede llamar a una fontanera a ver si arregla este desaguisado?

(Pausa. Se asoma a la puerta del baño mirando un montón de bultos en el pasillo)

EL UNO: Pero ¿qué hacen aquí todas estas maletas? ¿Puede alguien llamar a Delcy y decir que se las lleve de una vez?

EL UNO: Si es que no me entero de nada…

(Cae el telón mientras se oye un último grito).

EL UNO: ¡Ángela María!

 

Javier López-Escobar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *