Dos meses después de la toma de la Bastilla, el 28 de agosto de 1789, los representantes de los Estados Generales de Francia se reunieron en Asamblea Nacional, para pronunciarse sobre los derechos del rey.
Cuando llegó el momento de votar el poder de veto del rey, para facilitar el recuento, los que estaban a favor del rey se situaron a la diestra del presidente, mientras que los que se oponían al poder de veto lo hicieron al lado contrario. Entre ambos, moderados, indecisos y favorables a un compromiso de los privilegiados con las clases populares. En las reuniones siguientes la asamblea mantuvo la misma disposición, constituían así el germen de lo que hoy conocemos como derecha, izquierda y centro.
El tiempo ha ido llenando o vaciando de contenido estos conceptos, y su significado ha cambiado según el momento, las circunstancias y el lugar en el que se hablara de ello. Sea como sea, cada cual se identifica con la posición política que más le guste, en función de unos pocos principios básicos, que se atribuyen a izquierda, centro o derecha, extremismos aparte.
¿Saben los que ahora se dicen de izquierdas, o socialistas, lo que defiende el Partido Socialista Obrero Español actual? ¿Serían capaces de decir, más allá de tópicos genéricos, cuáles son los principios de su partido en el siglo XXI? ¿Queda en el PSOE contemporáneo algún tipo de ideología reconocible o principio rector identificable?
Si respondemos que no tal vez nos equivoquemos, quizá este PSOE nos sorprende ahora porque estábamos acostumbrados a la socialdemocracia de Felipe, con la que hemos vivido y compartido, durante más de cuarenta años, la construcción de la España constitucional y democrática que aún disfrutamos.
Pero mucho antes de eso también había un PSOE, aquel de carácter marxista y revolucionario, guiado por líderes que llamaban a acabar a toda costa con la derecha, incluso por las armas. Sirva este ejemplo para ilustrar lo que digo: “No creemos en la democracia como valor absoluto, tampoco creemos en la libertad”. Francisco Largo Caballero, en Ginebra, en 1934. Tal vez así se entienda lo que Pedro Sánchez dijo en Valencia, hace menos de tres años, en el 43º Congreso Federal de UGT: «Largo Caballero actuó como queremos actuar hoy nosotros».
¡Ah, claro! ¿Dice Ud. entonces, que lo que ha hecho Pedro Sánchez es devolver el PSOE a sus orígenes?, pues tampoco, lo cierto es que el ejercicio que le he propuesto es un poco tramposo y pueril, lo reconozco. Tomar cualquier frase del actual presidente del gobierno como ejemplo es inútil, puesto que suele cambiar de opinión con mucha frecuencia.
Lo que ahora es de izquierdas luego puede ser de derechas. Lo progresista anteayer será antidemocrático mañana. Lo inconstitucional el lunes se bendecirá el martes. Sus enemigos de las doce acabarán siendo íntimos amigos por la noche. El delincuente es declarado víctima y el juez es tildado de sospechoso. Lo que un día fue el centro hoy es el extrarradio…, y así, en este tiovivo ideológico, haciendo de la necesidad virtud, mientras ríe a carcajadas, no hay quien se aclare.
Obras son amores y no buenas razones, ha debido pensar el primer ministro español y, en pos de seguir en el cargo, actúa sin pudor, lanzado a conquistar el amor de los que en cada coyuntura convenga, abandonando a los que le apoyaron tres minutos antes. Ya vendrán luego los cientos de asesores de su factoría de argumentarios a inventar y difundir las excusas para tontos, de usar y tirar, que justifiquen haber obrado de aquella y no de otra manera.
A fuerza de banalizarlo todo, de reinventar la pólvora, de rebautizar los hechos, de reescribir la historia, de emplear las palabras no para entenderse, sino como arma arrojadiza, de usar los términos políticos en sentido fugaz, precario, vago, fluctuante e incierto, han conseguido que conceptos como izquierda, derecha, progreso, socialismo, fascismo, democracia, liberalismo, revolución, ideología, constitución o estado, estén hoy tan manoseados, distorsionados y contaminados, que ya es imposible saber lo que significan.
Es tal la confusión ideológica que ha sido necesario ponerle nombre, se viene a llamar “Sanchismo”. No se le da ese nombre en reconocimiento al secretario general, porque haya inventado una nueva vía, al modo de la tercera de Anthony Giddens, sino debido a que es tal la velocidad con la que cambia de parecer, de rumbo y de objetivo, que no da tiempo a hacer un análisis mínimamente sereno de su trayectoria. Así que, mientras no tengamos otra cosa, lo más práctico ha sido bautizar esta zigzagueante y convulsa corriente, en la que conviven en la misma mente y en la misma boca, una cosa y su contraria, con su apellido.
Ciertas fuentes atribuyen a Pío Cabanillas la frase: “no sé si soy de los nuestros”, otras se la imputan a cierto alcalde franquista, confuso ante los numerosos cambios acaecidos tras la muerte del dictador, pero fuera quien fuera el autor, muy bien podría ser el lema que figurara hoy en el frontispicio del número 70 de la calle Ferraz de Madrid, porque ese acelerado movimiento giratorio, siempre a babor, de su secretario general, ha terminado por centrifugar a muchos socialistas con solera, que mantenían cierta lealtad y coherencia con el ideario de aquel PSOE en el que militaban desde su juventud. Han quedado involuntariamente fuera sin haber dado un solo paso hacia la salida.
Ante esto no es de extrañar que los ciudadanos de a pie se sientan confundidos y crezca un gran desapego de todo lo que huela a política, mientras unos pocos encuentran coherencia en el conflicto y se entregan a él con toda su alma, enrarecen el ambiente y siembran la discordia. La confusión ha devenido en división y en enfrentamiento entre españoles sin motivo.
¿Cómo arreglamos esto? Pues seguramente hay que arreglarlo en las urnas, y ahí estoy con uno de esos centrifugados de Ferraz, el Dr. Redondo Terreros, quien a principio de enero decía en Pamplona: “es inadmisible, en un país que quiere prosperar, y la única forma de prosperar las sociedades occidentales es haciendo políticas reformistas y moderadas, que los partidos políticos, el Partido Popular y el Partido Socialista, dependan de sus extremos. Si un país quiere avanzar, tiene que ir por el camino de la centralidad, de la moderación” (…) “llamar a la mayoría, y que no vaya a unas elecciones para gobernar en base a acuerdos, sino que se vaya a ellas para ganar, que es bien diferente. Una política nacional española de la que no estemos avergonzados. Una política que mire más al futuro que al pasado, y una política que provoque o busque la concordia, esa concordia mínima que es necesaria para que todos los países funcionen”. No tengo nada más que añadir.
Javier López-Escobar