“Esta nueva criatura con el pelo largo anda todo el día por medio. La tengo siempre alrededor mío y siguiéndome. Lo cual no me gusta, pues no estoy acostumbrado a tener compañía. Preferiría que se quedara con el resto de los animales…”. Así nos cuenta Mark Twain el comienzo del diario de Adán.
Desde el punto de vista de un Adán muy machista, Eva no es más que un animal que le molesta bastante. La novela va desgranando otros fragmentos del diario en los que el primer hombre cuenta, en tono de queja, diferentes aspectos de su relación con la criatura surgida de su costilla, que ha venido a perturbar su apacible y solitaria vida en el Paraíso.
El diario de Eva contiene otra versión del primer encuentro, en su segundo día, después de mostrar cierta desorientación al aparecer en un mundo nuevo y desconocido, dice: “No he visto nunca a ningún hombre, pero éste lo parecía, y estoy segura de que éste lo es. Me doy cuenta de que siento más curiosidad por él que por cualquier otro de los reptiles”. Adán considera a Eva un animal mientras ella le ve como un reptil. Magnífica paradoja que proyecta, a mi juicio, una sana idea de igualdad en la mente del famoso autor americano.
La última frase del primer diario es enternecedora: “es mejor vivir fuera del Jardín con ella que dentro sin ella. Al comienzo pensé que hablaba en exceso, pero ahora lamentaría que esa voz dejara de oírse y desapareciera de mi vida. ¡Bendita sea la castaña[1] que nos aproximó y me enseñó conocer su bondad de corazón y su dulzura de espíritu!”. Adán ha cambiado por completo, Eva le ha transformado en alguien mejor y más feliz hasta el punto de preferir su nueva vida fuera del Jardín del Edén.
Termina el diario de la primera mujer con un deseo: “Mi ruego y mi anhelo es que dejemos esta vida los dos juntos, un anhelo que jamás desaparecerá de la tierra, pero que encontrará un lugar en el corazón de toda esposa que ame, hasta el final de los tiempos”. Eva fallece antes que Adán y él deja sobre su tumba el siguiente epitafio: “ALLÍ DONDE ESTABA ELLA, ESTABA EL PARAÍSO”.
Esta revisión humorística del Génesis, publicada en 1906, la escribió un inquieto varón americano de mediana edad, viajero incansable, curioso por naturaleza, respetado autor de novelas inolvidables, y afincado por entonces en Hartford (Connecticut). Hago hincapié en esto, porque destaca su particular visión de las relaciones entre hombres y mujeres en una sociedad y una época en la que la mayoría de los varones, y muchas mujeres, sostenían una idea muy diferente.
El mismo año de la impresión de la novela, fallecía en Nueva York Susan Brownell Anthony, presidenta de la Asociación Nacional pro-Sufragio de la Mujer (NWSA). La biografía de esta mujer merece mucho más que un breve artículo de opinión y le animo a buscar información al respecto. Yo simplemente diré que es considerada un modelo para el movimiento del sufragio de las mujeres, la más famosa sufragista de su generación, cuyo nombre fue dado a la enmienda 19 a la Constitución de los Estados Unidos, que en 1920 otorgó a las mujeres el derecho al voto.
El 20 de enero de 1901, Samuel Langhorne Clemens, que así se llamaba realmente Mark Twain, fue invitado a participar en la reunión anual de los directivos de la Hebrew Technical School for Girls de Nueva York. Allí dictó un discurso[1] en el que afirmó: “Durante veinticinco años he sido un defensor de los derechos de la mujer”, y más adelante dijo: “Diría que las mujeres siempre tienen la razón (…) Me gustaría que llegue el momento en que las mujeres ayuden a elaborar las leyes. Me gustaría que ese látigo, el voto, estuviera en manos de las mujeres”. Prosiguió con un vaticinio que, por desgracia, no pudo hacer realidad: “Debería vivir veinticinco años más (y no hay ninguna razón por la que no debería hacerlo). Creo que veré a las mujeres manejar las papeletas”. Falleció el 21 de abril de 1910.
Traigo esta historia a mi reflexión porque sucedió hace bastante más de un siglo, en el seno de una sociedad moderna para la época, en un país democrático cuya declaración de independencia comienza reconociendo que: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Cercanos a concluir el primer cuarto del siglo XXI deberíamos haber alcanzado ya la igualdad plena y sin embargo aún debatimos acaloradamente sobre igualdad entre mujeres y hombres.
Da la sensación de que estamos retrocediendo y, en algunos casos, el retroceso es más que evidente, y no hablo solamente de Irán, Afganistán o tantos lugares de la tierra donde las mujeres son consideradas poco más que animales de carga, con una intención mucho menos generosa que la que mostraba Adán en el comienzo de su diario. Me refiero a lo que sucede en nuestro mundo, ese pequeño grupo de países democráticos y desarrollados, que van camino de constituir una excepción, en un cosmos cada vez más inclinado a los extremos.
Se mire donde se mire, sea cual sea el ámbito social que analicemos, crece la idea de que aumentan los comportamientos machistas y de que los viejos estereotipos, lejos de desaparecer, cobran fuerza. Muchos docentes son testigos de conductas inaceptables entre los jóvenes; a diario observan abusos de mayor o menor entidad contra las mujeres y, lo que es peor, una actitud tolerante de ellas hacia ellos, justificando su papel sumiso ante el varón por razones tan peregrinas como: “lo hace porque me quiere”.
Abundan los testimonios de médicas o enfermeras que se quejan de agresiones físicas y verbales por parte de compañeros o pacientes. El deporte no está exento, como pudimos comprobar, en vivo y en directo, tras el mundial de futbol femenino. La falta de estadísticas sobre el acoso en otros ámbitos laborales no implica su inexistencia.
Las redes sociales son un semillero de comportamientos sexistas, crecen las imágenes en las que la mujer se presenta como mero objeto, cosificada y en venta, hasta el punto de que muchas jóvenes ven en ello un camino fácil y adecuado para obtener relevancia y dinero.
No quiero ser exhaustivo ni extenderme en detalles. Seguro que a usted conoce mil ejemplos más que completan el cuadro que yo solo he esbozado. Mi intención es la de llamar la atención sobre un asunto complejo, polifacético y muy serio, que está lejos de quedar resuelto. No hay que abandonar el trabajo para conseguir una igualdad verdadera, en la que cada persona, sea cual sea su sexo o el género con el que se identifique, pueda enfrentarse a la vida sin que aquello importe un comino.
Ojalá un día todos podamos decir como Adán: “es mejor vivir fuera del Jardín con ella que dentro sin ella” y viceversa.
Javier López-Escobar
[1] Merece la pena buscar y leer esta corta y divertida novela y averiguar así por qué Adán se refiere a una castaña, en lugar de a la manzana que todos conocemos. Se puede encontrar en este enlace.
[2] Se puede consultar el discurso completo a partir de la página 101 en este enlace.