Los resultados de las recientes elecciones al Parlamento Europeo han sido objeto ya de sesudos análisis por parte de politólogos, tertulianos, analistas y desde todos los partidos políticos. Por eso, yo que soy un simple periodista metido temporalmente en el ámbito de la política local, no me atrevo a profundizar tanto como han podido hacer los anteriormente mencionados.
Sin embargo… hay algo más de 800.000 votos, que suponen un 4,6 por ciento de los votos emitidos el pasado 9J, que me inquietan profundamente. Con un nombre llamativo y un logo hasta simpático, ha habido una coalición de electores promovida por un agitador de redes, deslenguado y ultraderechista, que se ha llevado a la saca ese nada despreciable porcentaje de votos, que suponen tres eurodiputados.
Son las reglas del juego democrático, la libertad de quienes depositamos nuestro voto en las urnas hace poco más de una semana, y eso ni lo cuestiono siquiera. Ahora bien, sí manifiesto mi estupor, mi incredulidad y mi preocupación.
Porque una cosa es lo que alegremente el agitador ultraderechista de cuyo nombre no quiero acordarme, diga en su canal de una conocida red social, en pseudo medios de comunicación o en panfletos extremistas, y otra muy distinta son las ideas que subyacen tras esas soflamas y hacerlas presentes en un foro como el Parlamento Europeo.
No seré yo quien entre a elucubrar sobre la génesis de tal coalición, pero desde luego al monstruo que ha crecido bajo apariencia de simpática ardilla se le han concedido tres nuevos altavoces con gran resonancia a los que quienes de verdad creemos en la convivencia democrática tendremos que hacer frente sin ponernos de perfil. Más nos vale.
Porque son altavoces del odio, del extremismo más racista que uno pueda imaginar, de un sectarismo peligroso y embaucador que envalentona a quienes, en lugar de la palabra sosegada, aunque firme, optan por defender sus (cuestionables) opiniones con el insulto, la agresividad y sabe Dios qué más.
Lo ocurrido en Francia, por ejemplo, nos debe hacer pensar. Lo ocurrido en España, nos debe hacer pensar. Y, además de pensar, reaccionar. Y no solo a los progresistas, también a la derecha cabal y sensata que aún queda en España y en Europa.
Seamos valientes y alcemos la voz: en casa, en la barra del bar, en nuestras redes sociales, con amigos y vecinos, y, los que podamos, en foros e instituciones en los que estemos presentes. Porque cada nuevo avance electoral de la extrema derecha supone, siempre, un nuevo retroceso democrático; un paso más hacia el negacionismo en cuestiones vitales de las que ya he hablado en anteriores #YoYMisCosas
Por eso, la derecha cabal y sensata, tiene que dejar de reírle las gracias a la extrema derecha. A esa extrema derecha que por ejemplo, en Segovia, dice que la campaña contra la violencia machista puesta en marcha por sus ahora socios/ahora no socios del PP en el Ayuntamiento de la capital, “es ineficaz”; a esa extrema derecha que en el Ayuntamiento de Oropesa del Mar ha eliminado la sección LGTBI de la Biblioteca Municipal; a esa extrema derecha más barriobajera aún que, con carita de ardilla simpática pretende modificar la Constitución, pero no para avanzar en derechos sino para, por ejemplo, incluir los trabajos forzados.
Es que es para echarse a temblar…
Seamos valientes, no nos pongamos de perfil, no nos marquemos un Unai Simón, por favor.
Rubén García de Andrés