La terrible tormenta que azotó inmisericorde el levante y sur de España esta semana, dejando a su paso muerte y destrucción, aterra y sobrecoge.
Es un hecho sin precedentes en la memoria colectiva, de una violencia inimaginable, pero no aislado ni en el espacio ni en el tiempo.
Las catástrofes originadas por diferentes fenómenos físicos son inherentes a la historia geológica de la Tierra y muchas han esculpido paisajes que hoy admiramos. Sin embargo, cuando nos golpean de lleno y el infierno se desata a nuestro alrededor, todo eso carece de sentido.
El número de fallecidos ha ido creciendo conforme se conseguía acceder a las zonas más afectadas a través de carreteras llenas de barro, escombros y centenares vehículos arrastrados, amontonados por la riada y sepultados por el lodo. En su interior se encontraban cadáveres de personas sorprendidas por la avenida, sin posibilidad de escape.
Otros perdieron la vida tratando de rescatar sus vehículos de garajes o intentando cruzar calles inundadas, sin ser plenamente conscientes del peligro al que se enfrentaban. No pocos fenecieron al intentar socorrer heroicamente a otros seres humanos.
El agua enfurecida también ha sacado a flote toneladas de basura en forma de otros individuos, no tan numerosos pero visibles, algunos con cargo político destacado, que lejos de ayudar y a kilómetros de la catástrofe, se han dedicado a extender el odio, señalando con el dedo, difundiendo teorías conspiratorias, buscando culpables, acusando… Gentuza que esparce odio fabricado por su pervertido cerebro y derrama una ola de mezquindad sobre la riada, aumentando el daño sin aportar nada ¡Callaos!
Afortunadamente son muchos más, centenares de miles, los que han formado un verdadero dique de solidaridad, mostrando la esperanza de una sociedad sana, generosa y empática, que se ha lanzado a auxiliar al prójimo con agua, alimentos, mantas, palas, escobas o cuentas corrientes ¡Tomad ejemplo!
Mi reconocimiento a los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, a los efectivos de la UME y demás armas del ejército, a los voluntarios de protección civil y de Cruz Roja, a los equipos de rescate y servicios de socorro, a todos los que forman parte del Centro de Coordinación Operativa (CECOP), a los trabajadores y responsables de las diferentes administraciones, que no son pocos, que han dado todo para enfrentarse a la emergencia desde el primer momento.
¿Y ahora qué?
Atención urgente a los ciudadanos afectados, seguida de la reconstrucción rápida de las infraestructuras y recuperación de la actividad económica que soporta la vida de todas esas gentes. Atención pronta, completa, sin demoras, sin burocracias ni trámites engorrosos, sin barreras que conviertan la tragedia en crónica.
Evaluar y aprender. Fortalecer todos los sistemas de protección civil, los equipos de respuesta rápida, las normas que los regulan, aumentar sus medios humanos y materiales y afinar la necesaria coordinación entre ellos para que actúen eficazmente.
Perfeccionar los sistemas de alerta y de información, la instrucción de la población y la comunicación clara para que todo el mundo pueda actuar en consecuencia, haciendo de la autoprotección el primer escudo contra la desgracia.
Reconocer de una vez por todas que vivimos en un planeta inestable, con modales no siempre amables, pero cuyas arremetidas pueden ser prevenidas y sus consecuencias minoradas si se planifican adecuadamente, entre otras cosas, el urbanismo y las infraestructuras.
Hay que promover, desde Finisterre hasta Tarifa, todas las reformas de infraestructuras resilientes, mapas de riesgo, códigos de la edificación, normas urbanísticas y de cualquier otra índole, imprescindibles para que las próximas DANAs, que llegarán, tengan el menor efecto posible.
A medio y largo plazo debemos profundizar en la cultura de la prevención para que nuestra respuesta sea menos reactiva, estableciendo planes para formar desde la infancia a la población que les enseñen cómo actuar ante la adversidad. Los simulacros deben extenderse a escuelas, empresas y comunidades.
En inversión en tecnología de alerta temprana hay probablemente mucho margen de mejora. La cultura de la prevención se traduce en una respuesta rápida y coordinada ante cualquier evento calamitoso.
Si quedan tiempo y ganas, podemos establecer las responsabilidades personales que hubieran concurrido en los fallos, que claro que los ha habido, no somos perfectos. Déficits, errores o conflictos significativos, han de analizarse con el ánimo de corregirlos y evitarlos en el futuro, vaya alguien a la cárcel o no.
Y nunca, nunca más, llevar al debate político con ánimo electoralista lo que unos u otros piensan (soy generoso atribuyendo pensamiento a tales cerebros) que les reportará algún beneficio propio o les allanará el camino hacia alguna poltrona ansiada, desde la que holgazanear mantenidos por un sueldo público ¡Vade retro!
Puede hacerse, Japón es un país habitualmente azotado por terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas, tifones y deslizamientos de tierra, que convive con ellos con la mayor naturalidad. Seísmos que en cualquier otro lugar del mundo hubieran causado centenares o miles de víctimas, en el país del sol naciente apenas producen pequeños daños en enseres y mobiliario, fruto de un completo sistema de respuesta rápida, protección civil ejemplar y una sociedad responsable y formada.
Destaca su excelente sistema de prevención de desastres, que afecta a todos los ámbitos de la sociedad, con recursos económicos que rondan el 5% de sus gastos corrientes. Brilla su conciencia ciudadana, que les hace saber cómo actuar a la menor alerta, lo que aprenden en la escuela y ensayan durante toda su vida. Desde muy niños son educados para tener presentes las medidas que se deben aplicar en caso de una calamidad natural. Siempre tienen sus mochilas de emergencias al alcance para reaccionar en cualquier momento.
Habrá otros fenómenos meteorológicos extremos, por desgracia nos encontramos en un periodo climático propenso a episodios violentos. Dejémonos de política barata, de arrojarnos improperios y de alimentar la división. Empecemos a reconstruir y fortalecer nuestra estructura de prevención y respuesta desde la excelente base que ya tenemos. Lo demás puede esperar.
Mientras tanto, acompañemos a los que han perdido todo en una tarde, a quienes lloran a sus seres queridos, a quienes han visto truncado su futuro. Sintamos su dolor y ayudemos a paliarlo en la medida de nuestras posibilidades.
Javier López-Escobar