Iñaky Berzal logra cruzar la meta del Ironman más prestigioso del mundo, cumpliendo el sueño de toda una vida
«Poder disputar el Ironman en Kona ha sido uno de los momentos más felices de mi vida. Desde hace más de 20 años, cuando comencé a practicar triatlón, he visto cientos de vídeos y escuchado miles de historias sobre esta prueba. Haber podido vivirla ha sido un regalo. Me siento inmensamente agradecido por ello.»
El segoviano de nacimiento y residente en La Lastrilla, Iñaky Berzal Merino, nunca imaginó hace dos décadas que algún día tendría la oportunidad de disputar la carrera que todo triatleta sueña con correr. La «Big Island» en Hawaii acoge cada año el Campeonato del Mundo de Ironman, una competencia única a la que solo se accede clasificándose en otros Ironman entre los primeros de cada categoría. Este año fue el primer intento de Iñaky, quien logró su plaza en el Ironman de Vitoria en julio. Desde entonces, el verano fue una carrera de preparación, entrenando con intensidad para enfrentarse a la prueba reina del triatlón.
«Para mí, no fue solo una competición; fue el premio a años de constancia y trabajo duro. Si piensas en grande y actúas con determinación, a veces la vida te sorprende con algo maravilloso.»
La prueba en Kona no es una competición más. Está impregnada de misticismo, y tanto el viaje como el entorno y la dureza de la carrera son únicos. En palabras de Iñaky, «es el Disneyland de los triatletas». Cada año, la isla se convierte en el centro del mundo del triatlón, y las calles de Kona se llenan de triatletas de todas partes, en constante entrenamiento, ya sea nadando, pedaleando o corriendo, para adaptarse a las duras condiciones del lugar.
A sus 46 años, Iñaky se presentó en la línea de salida en el mejor estado de forma de su vida. «Ya me quedan pocos años de poder estar a un rendimiento alto», admite. Llegar a la línea de salida en Kona implica más que entrenamiento; también hay que enfrentarse al largo viaje, el estrés de transportar la bicicleta y la adaptación a unas condiciones de humedad y calor muy distintas de las de Segovia.
«El día de la prueba estaba tranquilo. Realicé la misma rutina precompetición de siempre. Sabía que el trabajo estaba hecho y que, pasara lo que pasara, yo ya había ganado.»
Para Iñaky, el objetivo no era competir por el podio, sino cruzar esa línea de meta que tantas veces había soñado. Consciente de que sería un día largo, sabía también que la recompensa sería para toda la vida. Acompañado por su mujer y sus dos hijos, Iñaky describe la experiencia como inolvidable. «Quise hacer partícipe a mi familia de la felicidad que sentía, y fue una experiencia que nunca olvidaremos. Les agradezco el apoyo y también a toda la gente que, desde la distancia y con las camisetas que hice para la ocasión, me apoyaron. Gracias a todos»
Durante una prueba tan extensa, cada triatleta debe lidiar con múltiples desafíos. Iñaky nos cuenta que en la natación, mientras avanzaban por el agua cristalina, nadaron entre delfines y peces de colores. «Es la natación más bonita que he hecho nunca.» En la bicicleta, el viento cambiaba constantemente, a veces a favor, a veces en contra, y había que ajustar el ritmo cuidadosamente. Pero fue en la maratón donde la carrera se volvió aún más exigente: «A partir del kilómetro 27, los cuádriceps ya no respondían, y tuve que alternar entre correr y caminar para poder seguir.» En cada avituallamiento, se detenía para reponer líquidos y colocarse hielo en la gorra, luchando contra el calor corporal, que es el mayor obstáculo para el cuerpo en estas condiciones.
Finalmente, al borde del atardecer, Iñaky se acercó a la línea de meta. «Estoy seguro de que los últimos 400 metros se han grabado en mi memoria para toda la vida. Entras en un túnel con un montón de gente animando. Mis piernas dolían más que nunca, y me acordaba de mi padre, que seguro me estaba aplaudiendo desde el cielo. No pude contener las lágrimas. El speaker gritó ‘You are an Ironman!’. El sueño estaba cumplido.»
Al escuchar a Iñaky, se entiende que, como él mismo dice: «he vivido uno de esos pocos momentos que te da la vida en los que todo tiene sentido. Encuentras la paz.»