Líneas rojas

Vuelvo a referirme a Chesterton. En 1929, en un capítulo de su libro “La cosa”, explicaba cómo dos transeúntes encuentran una empalizada en su camino, uno de ellos plantea derribarla y continuar, el otro se opone, argumentando que desconoce la utilidad de esa valla y, antes de permitirle que la destruya, le propone averiguar quién puso ese obstáculo ahí y para qué.

Continúa el escritor: “La cerca no creció en aquel lugar. No fue creada por sonámbulos que la construyeron mientras dormían. Es muy improbable que la hubieran puesto allí unos lunáticos fugitivos que, por algún motivo, andaban sueltos por la calle. Alguna persona tenía alguna razón para pensar que sería algo bueno para alguien”.

Parece del más elemental sentido común. No es que no se deban superar los escollos, ni siquiera se niega la posibilidad de eliminarlos por completo, lo que se aconseja es una medida de prudencia básica. Se requiere tiempo para saber qué hace eso ahí y, en todo caso, recomienda que se valore la búsqueda de soluciones compatibles con la función de la talanquera, antes de tomar decisiones drásticas e irreversibles.

En 1978, los españoles votaron en referéndum el proyecto de Constitución Española, a la que muchos se refieren como el marco en el que se desarrolla nuestra convivencia. Bien podríamos suponer que esta ley fundamental también actúa como un cercado dentro del que nos cobijamos. Si damos un paseo por la periferia del recinto legal, es posible que nos topemos con algún tramo de esa empalizada. Pero si sabemos lo que es, lejos de incomodarnos nos tranquilizará y daremos complacidos la vuelta. Esa valla contiene nuestra libertad y nuestros derechos.

Otros, para no ofender no diré menos inteligentes, ni menos conocedores de la utilidad de ese límite, piensan que sólo es una barrera que hay que superar. Hacen oídos sordos a cualquier argumento que muestre el valor de la tapia que protege la convivencia de todos y se aprestan a derribarla.

No importa que la Carta Magna recibiera la aprobación del 87,78 % de los españoles. Que el 90,5% de catalanes votaran a favor. Va a cumplir 46 años y ha crecido la falsa idea entre los que nacieron bajo su cobijo, de que si no la hemos votado no nos representa.

Muchos creen que es necesario reformarla por completo, o redactar otra diferente que contemple la “nueva realidad de España”. Intuyo que tanto más se defenderá esa idea cuanto menos se conozcan la Ley, la historia de España y la del mundo, suponiendo que tales anhelos no escondan otras intenciones poco confesables.

Una alma honesta y juiciosa, ante las dudas que pueda suscitar la Constitución, se esforzará en conocerla y en entenderla. Evaluará los beneficios que ha aportado y aún aporta. Reconocerá a sus redactores. Descubrirá los motivos que los llevaron a redactar la carta magna de ese modo. La comparará con las de otros países homologables.

Hoy, sin embargo, hay algunos reformadores que superan esta dificultad asumiendo que las generaciones anteriores, sus padres, eran todos tontos; si es así, Chesterton concluye que “sólo podemos decir que la estupidez parece ser una enfermedad hereditaria”.

Da la sensación de que cada vez más personas se avergüenzan de estar del lado de los que aún pensamos que nuestra norma básica, con pequeños retoques como el de la discapacidad, es válida y potente. De ella emanan las libertades, derechos y prosperidad que aún disfrutamos. Nos homologa con las grandes democracias del mundo y aún tiene una vida muy larga.

¿Recuerda las “líneas rojas” que diferentes miembros del PSOE, secretario general incluido, han declarado a los cuatro vientos que eran infranqueables y luego se saltaron sin inmutarse? Son tantas que agotarían el espacio de cualquier artículo.

Los oportunistas que no hace tanto llenaban la vía de líneas rojas, barreras infranqueables, muros que jamás se saltarían, y fronteras ineludibles, parecen haber descubierto que ignorar el propósito de esos límites les sale muy rentable. Han decidido arremeter contra la valla ignorando su finalidad, la identidad de quienes la pusieron ahí y los motivos que los llevaron a hacerlo.

Y lo que es más hiriente, nos explican con la mayor naturalidad, que donde decían digo, hubimos de entender Diego. Que ellos siempre han defendido lo mismo. Que toda la vida dijeron que aquello era así, como si no hubiera hemerotecas o todos fuéramos necios.

Se asemejan al caminante escéptico que decide tomar un atajo por la dehesa, saltando la alambrada que limita el espacio reservado a las reses bravas, mientras ignora el cartel que advierte del peligro cierto. Puede que corra más que el toro y alcance su destino sano y salvo, pero eso no le permitirá concluir que es una senda segura, que los toros bravos son inofensivos, o que el cercado es un impedimento a la libertad de los caminantes puesto por personas malvadas. Ni mucho menos podrá proclamar a los cuatro vientos que ese camino es el más conveniente para todos.

Cruzan todas las líneas y aceleran cesiones y leyes de amnistía negociadas a la carta con quienes delinquieron. Arreglan la norma de modo que no pueda ser informada, ni interpretada, ni enmendada, ni obstaculizada por institución alguna. Atropellan las más elementales reglas democráticas. Se pasan por el arco del triunfo la independencia de los poderes de estado. Apisonan la igualdad de todos los españoles.

El mismo que un día proclamó entre aplausos que: “hay un único enemigo que es el terrorismo, un único objetivo que es su derrota y una única manera de lograrla: con la unidad de todos los demócratas”, nos descubre ahora que existe un terrorismo tolerable, “que no vulnera gravemente los derechos humanos”.

¿Cuántos límites quedan por superar? ¿Qué será lo próximo en esta alocada carrera por dejar la democracia española en las raspas? ¿Qué otro antiguo límite del PSOE entendimos mal?

Pues todo parece indicar que aquella promesa que Pedro Sánchez hizo en 2015, ante su Comité Federal, de no poner en cuestión «la unidad de España» y no ceder al «mal llamado derecho a decidir», será lo siguiente. Asistiremos luego a una liturgia en la que todos los miembros del nuevo Comité Federal, muchos de ellos ministros y ministras, colonicen los medios de comunicación alabando las bondades de los referéndums de autodeterminación, escritas en verso en el nuevo Libro de Mormón. Llamarán al pueblo, desde sus minaretes propagandísticos, a enaltecer las bondades del líder supremo. Porque no me gusta apostar…

Ante estos saltos al vacío, sería útil recordar el consejo de Chesterton a la duquesa que quería saltar como una rana y al decano que tenía la intención de ponerse de cabeza: “Diles con paciencia benevolente: «Aplaza, por tanto, la operación que contemplas hasta que te hayas dado cuenta, mediante una reflexión madura, de qué principio o prejuicio estás violando. Entonces ponte a brincar y párate sobre tu cabeza y el Señor estará contigo»”. ¡Qué menos!

Javier López-Escobar

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